Antonio Caballero
7 Febrero 2021

Antonio Caballero

Pasquines

El Salado fue hace veinte años teatro de la peor masacre (o, como la llamaría el hoy presidente Iván Duque, "asesinato colectivo"), de la historia de la violencia en Colombia. Hoy las amenazas son iguales a las de aquella época.

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Ahora que se despide, o se hace despedir,  el ecuánime Roberto Pombo como director de El Tiempo, y por lo visto cambia la orientación política e ideológica del que fue un gran periódico liberal, aunque casi siempre gobiernista (y del gobierno que fuera, salvo bajo las dictaduras conservadoras y militares de los años 40 y 50), durante los últimos cien años; ahora que la revista Semana, que en los últimos treinta había mantenido abiertas las páginas a las distintas corrientes ideológicas del periodismo independiente, se convierte en manos del banquero Gabriel Gilinski y la periodista Vicky Dávila en vocera de la derecha sensacionalista, escandalosa, amarillista y gubernamental; ahora, pues, coincidencialmente, cumple quince años de existencia un medio muy distinto de esos dos: el periodiquito libertario e independiente, hecho con las uñas pero sin censura, del serio caricaturista Vladdo. Uno que sale cuando puede, a veces en papel y a veces solo en versión digital, a veces mensual y otras veces solo ocasional. La coincidencia obliga a pensar qué está pasando con la libertad de prensa en este país.

Y lo que está pasando no es bueno.

Por razones económicas, como en el mundo entero, la prensa de papel va desapareciendo. Tener un diario, o incluso un semanario, o hasta una revista mensual, no es ya un buen negocio, como lo fue durante un par de siglos: es un lujo que solo pueden darse unos cuantos multimillonarios a costa de ingentes pérdidas monetarias. O, por supuesto, los gobiernos: pero la prensa de los gobiernos es exactamente lo contrario de la prensa libre. Y los intereses de ese puñado de multimillonarios suelen ser muy distintos de los de los lectores comunes de la prensa.

En Colombia el paisaje es deprimente. La prensa regional, en la medida en que todavía circula, sigue en manos de las familias que la fundaron, por lo general conservadoras: El País de Cali de los Lloreda, El Colombiano de Medellín de los Gómez Martínez; y de El Heraldo de Barranquilla, de los Pumarejo, no se puede decir que hoy sea liberal en el sentido amplio de la palabra, aunque fuera fundado bajo el paraguas de ese partido. En cuanto a Vanguardia, de los Galvis de Bucaramanga, basta con decir que hace dos años le quitaron de su cabecera el adjetivo "liberal" con que nació.  En cuanto a la prensa bogotana, y de relativa circulación nacional, la cosa es aún peor. Sus dueños son los archimillonarios. La República que fue de los Ospina y hoy pertenece a los Ardila, también propietarios de RCN en radio y en televisión, El Nuevo Siglo de los Uribe Vegalara, remanente laureanista —o alvarista— del extremismo conservador y hoy uribista, con columnistas como la senadora Paloma Valencia o el presidente de Fedegan José Félix Lafaurie, y El Tiempo, del recién retirado director Roberto Pombo, que es del hombre más rico del país: el dueño de la mitad de los bancos y de la mitad de las constructoras Luis Carlos Sarmiento Angulo, de quien cuando esto escribo no se sabe todavía con quien va a reemplazar a Pombo en la dirección del gran diario. Se oye con un estremecimiento: ¿con Néstor Humberto Martínez, el exfiscal del cianuro?

El modelo a seguir es la nueva Semana, la revista independiente que fue de Alberto Lleras y después refundó Felipe López y hoy cayó en manos de Gilinski y Dávila. Ya lo dije más arriba: sensacionalismo, amarillismo y derechismo gubernamental.

Queda El Espectador, hoy propiedad de los Santo Domingo: millonarios ausentistas, a diferencia de los otros, que son muy presentistas y están muy presentes en Colombia con sus intereses de toda índole. El Espectador, ahora dirigido por Fidel Cano como lo fue en su fundación por su bisabuelo, y que gracias al ausentismo de sus propietarios formales es hoy tal vez la única voz que le queda al periodismo independiente en Colombia. Hay pequeñas emisoras de radio locales en muchos pueblos, cuyos periodistas se juegan la vida a diario. Un par de noticieros de televisión. Pero a escala nacional no existe ya prácticamente nada.

Más lo virtual, claro. Estas cosas que salen en internet, como La Silla Vacía, o Las Dos Orillas, o Razón Pública, o esta en la que escribo, Los Danieles.

Pero vienen cosas. En Bogotá, que yo sepa, pero supongo que también en Barranquilla y en Cali, y en Medellín, hay un montón de periodistas frustrados pensando en organizarse para sacar nuevas revistas, nuevos periódicos. Nuevos respiraderos.

Ojalá les vaya bien. Creo que se necesitan.

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