Daniel Coronell
7 Agosto 2021

Daniel Coronell

Recuerdo de una chiva triste

En medio de las tragedias a los reporteros nos está negada la tristeza. Estamos ahí para cubrir, no para llorar.

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La pequeña sala de redacción del Noticiero Nacional funcionaba en una casa del barrio La Merced. En esa época era el más visto por los colombianos. El acento español de su presentador José Fernández Gómez retumbaba a las 9:30 de la noche en millones de hogares. Pero justo ese viernes, 18 de agosto de 1989, José no estaba en la redacción preparando el noticiero como lo hacía rigurosamente cada día. Se había ido a Barranquilla junto con Gabriel Ortiz, uno de los directores, y la mayor parte de los reporteros. El plan era transmitir el noticiero desde allá porque ese fin de semana la Selección Colombia jugaba con Ecuador un partido determinante para la clasificación al Mundial de Italia.

La redacción estaba casi vacía. En Bogotá solo estábamos Arritokieta Pimentel, Carmelo Castilla, Félix de Bedout, el director Javier Ayala y yo que era el jefe de redacción.

Recuerdo que como a las 7:30 de esa noche llegó a la oficina Luis Guillermo Ángel Correa, a quien todos le decíamos el paisa, un gran caballero y buen amigo de los directores que de vez en cuando iba a visitarlos y a compartir una tradición de los viernes: Ver y comentar el noticiero en la oficina de Javier tomándose un whiskey y comiendo empanadas de doña Aleida, una cocinera experta en exquisiteces vallunas que preparaba sancocho por encargo y lo servía en el comedor de su casa, cerca del estadio El Campín.

A pesar de que la mayor parte del noticiero debía hacerse desde Barranquilla, el día había estado especialmente duro. Empezó de manera espantosa, poco después de las 6 de la mañana, con el asesinato en Medellín del coronel Valdemar Franklin Quintero, comandante de la Policía de Antioquia. Según un testigo el chofer del comandante lo condujo a la emboscada mortal. Se detuvo súbitamente en un lugar convenido y salió corriendo del carro mientras sicarios al servicio de Pablo Escobar dispararon con fusiles de asalto, más de cien veces, contra el oficial incorruptible. Estábamos comentando el crimen del día cuando Carmelo entró afanado para contarnos que una fuente suya le acababa de informar que había un tiroteo en Soacha.

En un segundo la cara del paisa se puso del color de una vela. Luís Carlos Galán, su amigo personal y candidato favorito para ganar las elecciones presidenciales, estaba esa noche en Soacha. Para entonces no existían los celulares, así que el paisa Ángel agarró un teléfono fijo y empezó a llamar a los miembros de la campaña para averiguar si sabían algo, mientras tanto los demás buscábamos hablar con la Policía o la alcaldía de Soacha.

Javier recordó que Jesús Calderón, quien había hecho parte del noticiero hasta hace unas semanas, era el camarógrafo de Galán. Cada vez que arrancaba una campaña electoral, Chucho pedía una licencia, empacaba su maletín de luces y se iba feliz a trabajar con Galán por quien profesaba una admiración inmensa.

Chucho y su sobrino Enrique, quien para entonces se desempeñaba como sonidista y luminotécnico, estaban con Galán pero no había forma de ubicarlos. Así que Carmelo Castilla saltó al Dodge Dart verde de Gabriel Bonilla, el único carro con radioteléfono que tenía el noticiero, y arrancó para Soacha con la remota esperanza de encontrar a Chucho.

Los demás corrimos hacia los estudios del Instituto Nacional de Radio y Television, Inravisión, en San Diego, desde donde se emitía el noticiero. Una fuente de la Policía nos había confirmado que el inicialmente llamado tiroteo era en realidad un atentado contra Luis Carlos Galán.

Unos minutos antes de las 9 de la noche, Carmelo logró el milagro. Por el radioteléfono me reportó que había encontrado a Chucho Calderón en medio del caos de Soacha y que estaba tratando de escapar de un enorme atasco de tráfico para llevarlo al estudio a que contara lo que había visto.

El noticiero comenzó a las 9:30. Félix de Bedout empezó esa noche -y bajo esas terribles circunstancias- su brillante carrera como conductor de noticias. Presentó los titulares que atribuían a una fuente oficial la versión sobre el atentado al candidato presidencial.

Javier Ayala, sentado en el set, intentaba darle contexto a la situación a partir de las informaciones muy fragmentarias que teníamos. Yo salí de la sala de control y caminé hasta la puerta de los estudios de San Diego a esperar a Chucho y a Carmelo para facilitarles la entrada.

Pasaron unos minutos eternos hasta cuando vi el Dart Verde bajando a toda velocidad y en contravía por la calle 24. Chucho es muy alto y fornido. Recuerdo que tenía puesta una chaqueta de cuero gris.

Sin mucho tiempo para saludos los llevé corriendo al control del estudio 4 para pedirle al jefe de piso Henry Ávila que les diera acceso. Debían ser las 9:41.

– Puerta – tronó el vozarrón de Ávila ordenando que abrieran la gigantesca entrada. Chucho y Carmelo se sentaron respectivamente a la derecha y a la izquierda de Javier para empezar la entrevista. Solo entonces le pregunté lo obvio:

  • ¿Grabaste?
  • Sí mijo, aquí tengo el cassette – respondió Chucho con su acento opita– No lo he visto. Me rompieron la bombilla de un tiro.

Le rapé la cinta y corrí como nunca antes hasta la sala de VTR de San Diego, que estaba lejísimos del estudio. Por convenio sindical sólo los técnicos afiliados a ACOTV podían tocar las máquinas. Con toda la parsimonia del mundo, el operador me preguntó qué era eso y por qué el videocassette no tenía la numeración de entrega exigida por Inravisión.

  • Es un última hora que está por fuera de la continuidad – le expliqué.

Algo de mi angustia debió conmoverlo porque el inflexible burócrata accedió a poner la cinta en la máquina de ¾ y con el joystick le dio marcha atrás. En reversa alcancé a ver a unas personas cayendo y a oír los tiros. Le pedí que siguiera hacia atrás hasta que vi a Galán sonriendo, con la mano derecha en alto y saltando del platón de una camioneta descubierta que lo llevó hasta la plaza de Soacha

– Ahí – le pedí al operador de VTR

Mientras tanto Javier quemaba tiempo. Alargar se le dice en televisión a esa señal en la que el jefe de piso junta y aparta intermitentemente las puntas de los dedos de ambas manos como si estuviera desmenuzando una pechuga de pollo. Habían pasado un minuto y 19 segundos, que parecían transcurrir en cámara lenta, cuando por fin pude avisarle a Javier que el atentado sí había quedado grabado y que el material estaba listo para emitirse.

La imagen, que a partir de ese instante le empezaría a dar la vuelta al mundo y que es tenida como uno de los mejores trabajos de reportería gráfica en la historia, se publicaba por primera vez a esa hora. Ni su autor la había visto antes. Era un retrato no solamente de los detalles del asesinato sino también del valor de Chucho y Enrique Calderón que siguieron grabando en medio de la lluvia de balas.

  • Atención. Esta noche el precandidato liberal Luis Carlos Galán Sarmiento fue víctima de un atentado terrorista cuando presidía una manifestación política en Soacha, aquí muy cerca de Bogotá dijo Javier Ayala al aire – les tenemos el documento, el video…

A través del monitor de previo pude ver la cara de Chucho Calderón aterrado ante la evidencia de su propia hazaña. Había cruzado algunas palabras con Galán después del atentado y creía -o tal vez quería creer- que el candidato estaba herido pero no grave.

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  • Corra marica que le dieron -se alcanza a oír la voz de Chucho en la grabación indicándole a Enrique que prendiera el reflector. La luz principal de la cámara había saltado en pedazos cuando la alcanzó una bala a menos de 10 centímetros de la cabeza de Chucho.

Uno de los guardaespaldas, Santiago Cuervo, murió como un héroe tratando de cubrir a Galán con su propio cuerpo. Mientras tanto el jefe de la escolta, el recién llegado teniente Jacobo Torregrosa, estaba cómodamente amparado dentro del carro blindado asignado para la protección del candidato.

El tiroteo se prolongó por muchos minutos. Los sicarios, grabados por Chucho Calderón, se alejaron de la escena envueltos en pancartas que decían “Ni un paso atrás, siempre adelante”. Se perdieron en la oscuridad aprovechando la confusión creada por el tiroteo en los bordes de la plaza, tiroteo en el que -no se sabe por qué- participaron varios agentes de la Policía. El video registra la agonía del concejal Julio César Peñaloza, un hombre de 28 años que esa noche era el encargado de presentar a Luis Carlos Galán.

Siempre grabando, Chucho muestra como Galán es llevado hasta el carro blindado y los esfuerzos de Patricio Samper quien intenta subirlo al vehículo abrazándolo por las rodillas.

Durante la entrevista Chucho insistía en que Galán probablemente estaba herido pero no grave.

Las reglas de la televisión de la época no permitían que los noticieros se pasaran de tiempo. A las 10 en punto estábamos fuera del aire. Los teletipos de las agencias de noticias llevaban la historia del atentado y la descripción del video a los confines del planeta y en todos los idiomas. Había sido una chiva mundial, como pocas he visto en la vida, pero nadie la celebró.

Caminamos sin decir palabra hasta el Mazda 323 de Javier. Nos apretujamos Chucho, Carmelo, Félix, Javier y yo. Javier prendió el radio del carro quizás para llenar el incómodo silencio y fue entonces cuando sonó algo que solamente podía significar lo peor:

“Cuando la noticia se produce Caracol se la comunica. Extra. Ofrecemos un boletín extraordinario de Última hora”. Lo siguiente fue la voz del periodista Carlos Ruíz confirmando el fatal deceso de Luis Carlos Galán, el hombre que encarnaba la esperanza.

En medio de las tragedias a los reporteros nos está negada la tristeza. Estamos ahí para cubrir, no para llorar. Chucho Calderón dejó escapar dos lagrimones silenciosos como única concesión a la nostalgia y me dijo al oído que era probable que existieran otras imágenes del atentado. Las había tomado el fotógrafo José Herchel Ruíz, que trabajaba para la revista Cromos pero esa noche estaba haciendo un free-lance para la campaña de Galán.

Epílogo: Ese fin de semana el editor Humberto Huertas y yo trabajamos día y noche para reconstruir el crimen a partir de las imágenes de Calderón y Ruíz. Las dos cámaras, una de video y otra de fotografía, habían registrado prodigiosamente el segundo a segundo del asesinato. El trabajo consistía en sincronizarlas y superar un inconveniente técnico llamado “salto de eje”. El reportaje descubrió el papel aún inexplicado de un agente de la Policía en el atentado y sigue siendo, 32 años después, la mayor pieza de investigación sobre el magnicidio.

A pesar de que todo estaba claro desde el comienzo, la investigación fue desviada y varios inocentes pasaron años en la cárcel. Recuerdo, entre otros, a Alberto Júbiz Hasbún, Pedro Telmo Zambrano y Héctor Manuel Cepeda Quintero, cuyo nombre fue usado desde el primer día para encubrir a uno de los verdaderos sicarios llamado Jaime Eduardo Rueda Rocha. Fue un falso positivo creado por el DAS y por el entonces director de la Dijín coronel Óscar Peláez Carmona, pero de esa historia les hablaré otro día.

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