Daniel Samper Pizano
15 Noviembre 2020

Daniel Samper Pizano

Señor Duque: espere la cuenta de cobro

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Es malo para Colombia cuando el presidente de turno se convierte en mascota del gobierno de Washington. Lo hemos sufrido. Pero es peor cuando, arrastrado por complejos de culpa, se flagela y se obliga a dolorosas penitencias en busca del perdón. Semejante destino parece aguardar al régimen del Centro Democrático tras apuntarse al perdedor en las elecciones de Estados Unidos. Los demócratas también saben cobrar cuentas. Así nos pasó hace 70 años y nos fue mal, muy mal.

En 1950 Laureano Gómez fue elegido presidente sin contendores, ya que el Partido Liberal no participó en los comicios por falta de garantías. El gobierno estadounidense del demócrata Harry Truman (1945-1953) recibió el resultado con desagrado. Laureano había sido entusiasta defensor del Eje (Hitler-Mussolini-Hirohito) en la II Guerra Mundial y sus notas contra los judíos en El Siglo despedían pestilencias nazis. De modo que, al subir Gómez, los documentos internos gringos hablaban de que el nuevo presidente no era propiamente un amigo sino un fascista. Así se lo hicieron saber cuando Laureano anunció la tradicional visita de nuevo mandatario. El Departamento de Estado respondió que el cupo de recepción de dignatarios extranjeros “está completo este año” (y corría apenas febrero). Lo peor de todo –y esto lo plasmó el jurista e historiador Carlos Horacio Urán en su tesis de grado en la Universidad de Notre Dame, Estados Unidos— es que, si Truman lo vetaba, el gobierno no podría comprar las armas con que aspiraba a reprimir a la oposición. El Departamento de Estado entró en sospechas cuando Colombia dio en el prurito de solicitar armamento en venta, y así lo dijo francamente un funcionario al embajador: nos preocupa que las armas “se usen para acabar con los liberales”.

En junio de ese 1950 estalló la guerra de Corea y Estados Unidos intentó formar una coalición militar latinoamericana. Laureano decidió jugársela toda en busca del perdón y, mientras nuestros vecinos –pobres como nosotros-- ofrecían carne, azúcar, sábanas y fríjoles, Colombia sorprendió con un desproporcionado obsequio. Era una regalazo para “combatir la agresión comunista” de China, consistente en un batallón renovable de 1.063 soldados –que a la postre fueron 5.100 entre 1951 y 1953--, la fragata Almirante Padilla y el pago de los colosales gastos de nuestra participación. Washington aceptó la penitencia y, desechando la negativa inicial de la comandancia del US Army, enfiló el Batallón Colombia al lado de los suyos y se marcharon todos cantando himnos hacia el paralelo 38.

El envío de reclutas criollos fue una decisión “netamente de índole política, y los militares ni siquiera fueron consultados”, escribió Urán. Añadió, sin embargo, que la participación de nuestro país en Corea tuvo “enorme importancia ... para el desarrollo futuro, inmediato y mediato, de las fuerzas armadas colombianas”.

El balance final no es bueno. La destorcida de Laureano ante Truman nos metió en una guerra ajena y costó la vida a 223 soldados tricolores. El país tuvo que sufragar una elevada la factura. La vieja fragata no sufrió el final que le auguraba Rafael Escalona (Barco pirata bandido/ que santo Tomás lo crea/ una fiesta le he ofrecido/ cuando un submarino lo voltee en Corea) y regresó en 1952 con vientos de vencedora. Los combatientes, en cambio, resultaron “víctimas de la paz”, como escribió Gabo en crónicas que publicó El Espectador en 1954. No les dieron residencia ni jubilación en Estados Unidos y a muchos los discriminaron en su patria porque los consideraban peligrosos o locos. Uno tuvo que empeñar las medallas para comer y a varios los asesinaron. Creyendo que los norteamericanos le debían gran favor, el gobierno godo terminó pidiéndole napalm para bombardear los campos liberales. Los gringos le dijeron que no, y luego embadurnaron Vietnam con la letal gelatina. En fin, una historia que pide a gritos un Juan Gabriel Vásquez que la cuente.

En cuanto al jurista Urán, sobrevivió al incendio del Palacio de Justicia en 1985, pero horas después lo ejecutaron los militares, como lo relató su hija Helena en losdanieles la semana pasada.

Los antecedentes del “disgusto” entre el sucesor de Trump y el uribismo son, pues, poco tranquilizadores. La esperanza es que Biden ayude a consolidar la paz, no a torpedearla. Sería su mejor venganza contra la derecha colombiana.

Esquirlas. 1. Elegías. Muy justos y sentidos los escritos para despedir a Horacio Serpa. Lástima que pocos de los autores mostraron el mismo aprecio cuando fue víctima de una monstruosa infamia creada por la familia de Álvaro Gómez y alentada por Iván Duque. Quien, naturalmente, también salió a llorarlo. 2. Error. Un lector que firma jazzusedo me tira las orejas y reprocha mi “poco conocimiento del mundo natural” a raíz de una frase de mi columna pasada en la que señalo que la hiena es coprófaga. Dice: “¿Cómo así que ‘la hiena busca la mierda’? Una absoluta mentira sobre el comportamiento de este calumniado animal”. Tiene razón. Posteriores pesquisas me revelan que la hiena come carroña pero no excrementos. Ofrezco mis disculpas a jazzused y sobre todo a las hienas. Señalo, además, algunas características de este jocundo mamífero: aúlla de noche, y en eso se parece a los lobos; no levanta la pata para orinar, y en eso se diferencia de los perros; se lame los genitales, y en eso se parece a los gatos; y no come mierda, y en eso se diferencia del sufrido pueblo colombiano.

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