Daniel Samper Ospina
24 Mayo 2020

Daniel Samper Ospina

Si el uribismo inventa la vacuna

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Y el presidente Iván Duque se habrá reinventado, y pasará a la historia como el hombre que volvió trizas al coronavirus.

El coronavirus recorre el mundo como una peste comparable únicamente con la gente que repite la palabra “reinvención”, con la gente que pregona que toda crisis es una oportunidad, y la única noticia que nos devuelve algo de esperanza es que tanto China como Estados Unidos afirman que están muy próximos a obtener la vacuna. El Instituto de Biotecnología de Pekín confirmó que practicaron pruebas en 108 personas sanas, lo cual significa que no la han testeado todavía en trumpistas; los gringos, por su parte, anuncian avances con una compañía farmacéutica cuyo nombre recuerda el talante de la doctora Ilva Myriam Hoyos: Moderna. Los primeros resultados indican que la vacuna es “segura y bien tolerada”, y en eso se diferencia de Gustavo Petro.

Lo menciono porque el presidente Duque no puede ser miope ante el lugar que la historia reclama para él, y debe inscribir a Colombia en la carrera mundial por la vacuna. Debe aplicar al coronavirus la misma receta que su gobierno aplicó al proceso de paz para bañar de gloria a esta patria inmensa en que nació Maluma y el cubio se hierve y se come.

No se me entienda mal. A estas alturas de su periodo, Iván Duque ya dejó a la historia un legado importante, y no hablo necesariamente de ese espíritu juvenil con que impregnó la Casa Privada, que ahora parece un apartamento de adolescente: hay guitarras tiradas por aquí, balones dejados por acá; ropa rotulada con su nombre en el cuarto de cosas perdidas de Palacio, al lado de fajas de mi tío Ernesto y del carriel de Álvaro Uribe (que es patrimonio material de la humanidad); los pantalones color amarillo pollito de Santos. Y la dignidad de César Gaviria.

No me refiero a cosas intangibles, digo, como ese extraño estilo de vida, mitad rockero, mitad manzanillo, que lo convierte en la versión juvenil de Julio César Turbay, sino de herencias concretas: obras tangibles que su gobierno dejará al que lo suceda, como las 18 camionetas blindadas o el pote intacto de gel antibacterial.

Pero a estos logros históricos podría sumar la vacuna mundial contra el coronavirus, así resulte necesario reemplazar a su actual equipo científico, dentro del que destacan la virgen de Chiquinquirá, la de Fátima y Manuel Elkin Patarroyo, por uno más agresivo. Han adelantado un trabajo importante, en especial el doctor Patarroyo, a quien imagino encerrado en su laboratorio mientras lucha contra el coronavirus inyectando micos.

—Pásenme otro mico…
—Doctor, ya no quedan: acabamos con todos los de la zona.
—¡Díganle al presidente que mande más!

Y el presidente ordena el desembarco de cientos de guacales con más micos, incluyendo los de sus decretos de emergencia: bajarían de la jaula el artículo que beneficia a los bancos; el que afecta a Colpensiones para nutrir fondos privados; el que reduce al 20% la producción criolla de contenido audiovisual: ¿qué tenía que ver esa medida con la pandemia? ¿Impedir que RCN lance una novela sobre el coronavirus? ¿Quién haría el papel de coronavirus? ¿Hassan Nassar?

Valoro a Patarroyo, digo, pero la enfermedad exige otro nivel de ataque. Hablamos de un virus que evoluciona, y en eso se parece a Roy Barreras; que a unos aplasta con saña y a otros ni siquiera toca, como si fuera el Superintendente de Industria y Comercio. Y que surge de manera inesperada en cualquier país, a la manera de Petro.

El gobierno, entonces, debe conformar un nuevo equipo médico, encabezado por el comisionado Miguel Ceballos, que cuente con la relatoría científica de Rubén Darío Acevedo, la asistencia a las víctimas del joven enfermero Jorge Rodrigo Tovar, la asesoría de José Félix Lafourie, que tiene experiencia vacuna en la generación de defensas. Y el apoyo jurídico para la patente de Abelardo De La Espriella.

Fabio Valencia Cossio exclamará: “O contagiamos o nos contagian”. El expresidente Uribe perfilará al coronavirus, porque él mismo dirá que es fácil de perfilar. Los científicos admitirán una tasa de mortalidad de 179 pacientes, siempre y cuando todos sean desmovilizados de las FARC. Aislarán la molécula en una casa fiscal de Usaquén. Ayudado por otros militares, Nicacio Martínez, elaborará pruebas chuzando a periodistas y opositores, y no declarará los falsos positivos de la  investigación, hasta que destruyan la molécula como si fuera parte de la JEP.

Superada esta primera fase, iniciarán ensayos en Carlos Felipe Mejía y posteriormente en humanos. Y cuando la vacuna misma consiga una inmunidad comparable a la Álvaro Uribe, Andrés Felipe Arias saldrá de la cárcel para cobrar su indemnización, lanzarse a la presidencia y organizar los primeros lotes de producción: lotes que serán fraccionados para que la familia Dávila Abondano pueda cobrar más subsidios.

Entonces Colombia la enviará a todos los países del mundo en el mismo avión en que mandó por los colombianos de Wuhan, salvo a Cuba, por orden del científico Ceballos. Y el presidente Iván Duque se habrá reinventado, y pasará a la historia como el hombre que volvió trizas al coronavirus, justo cuando se creía que su gobierno estaba perdido: como los objetos del cuarto de cosas perdidas en que también está su promesa de campaña de respetar la paz.

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