Ana Bejarano Ricaurte
4 Diciembre 2022

Ana Bejarano Ricaurte

SI FUERA SU HIJA

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Imagínense, señores ⎯porque nosotras sí que entendemos este tema⎯, a su hija, su hermana, su sobrina. Una mujer a la que quieran mucho, con quien sientan un deber de cuidado. 

(Y me disculpan que acuda a esta argumentación pedestre, pero en mis años de feminista, que ya son muchos, es la única que he encontrado realmente efectiva para generar algo de empatía por parte de los hombres frente a los males que aquejan a las mujeres. Claro que hay mejores razones de justicia, de igualdad, de dignidad humana, pero mantengámoslo simple). 

Pongámosle nombre a esa mujer; por ejemplo, Laura. Ella es una chica pila, trabajadora, ambiciosa. Estudia con pasión su carrera; digamos, periodismo. Se gradúa con buenas notas y entra a la radio: el trabajo de sus sueños. Desde el principio enfrenta comentarios sobre su cuerpo, su vestir, su feminidad. Las miradas lascivas de algunos de sus colegas y superiores pasan pronto a abrazos, besos y caricias indeseadas. Es su primer empleo, ella lo aguanta en silencio, pero se vuelve un lugar inseguro donde se siente acorralada. Claro, ella había enfrentado algo parecido en la universidad, pero ahora le parece más intenso. 

La emisora la escuchan muchas fanáticas de la música alternativa, del rock, de los periodistas culturales que la nutren. Una de ellas, quizás se llame Paula y tenga 19 años, conecta por redes sociales con unos de los grandes de la emisora. El famoso —de 50— la deslumbra con su verbo y pronto le empieza a pedir fotos desnuda o un encuentro. Ella accede a algo de eso, pero se arrepiente; se siente vulnerada. (Recuerden, hablamos de su hija o alguien así).    

Ahora imaginen que esto ocurre, en mayor o menor medida, en todos los rincones de la vida de las mujeres. En el colegio, la universidad, el trabajo, el transporte público, las fiestas, las reuniones… es vivir bajo constante asedio. Pero la misma sistematicidad de este fenómeno lo hace profundamente aceptado y normalizado. Está cosido entre las fibras culturales, en los patrones del trato social. Por eso se descarta fácilmente con un “no es tan grave”. Pero ¿si fuera su hija, esa sería su respuesta?

Y víctimas hay para escoger. Porque supongamos que en el medio trabaja otra mujer; pensemos que se llama Simona. Es una periodista talentosa, melómana, histriónica en el mejor sentido. Ella entiende perfectamente lo que han sufrido Laura y Paula, aunque tal vez no en esta emisora y por eso continúa. Pero cuando sus colegas denuncian públicamente y el sistema protege a los agresores, se vuelve imposible seguir haciendo el trabajo que ama. No puede cohonestar con el silencio que habilita la violencia. Renuncia y se convierte en otra víctima, indirecta, pero igual o peor de dañada por el acoso.   

He escuchado a mujeres de generaciones pasadas decir: “las chicas de ahora no aguantan nada”. ¿Y no será que ellas soportaron demasiado? ¿Por qué tenemos que aceptar eso? Incluso si fuese pequeño e intrascendente, ¿acaso la libertad y autonomía no se tratan también de poder ir al trabajo a laborar, a concentrarse, no a evadir obstáculos? Algunos lectores también me han sugerido que no me ocupe de estas “banalidades”, que me concentre en los temas “serios”. ¿Y es que no sería serio que su hija temiera ir al trabajo?  

Y qué decir de las mujeres a quienes se les han escapado todos los privilegios de la educación, el acceso a la salud, las oportunidades. En esos contextos el asedio es inmovilizante y casi nulas las posibilidades de detenerlo. Además, cuando se normaliza el acoso, se abren las puertas para otras formas más devastadoras de violencias basadas en el género. De allí a la violación hay menos pasos de los que creemos.    

Y no me inspiran solamente las valientes denuncias de la periodista Laura Ubaté y otras, además de algunas oyentes de Radiónica, en la revista Volcánicas. Me mueve ante todo mi hija, una niña de cuatro años a quien preparamos para transitar por un mundo donde estas actitudes siguen siendo normales. No quiero que en su primer trabajo se enfrente al jefe tocón, al colega “chistosito”, al supervisor que la asedia con su mirada. A una circunstancia que la haga desistir o dudar de su propósito vital. Yo también me he preguntado: ¿y si fuera mi hija?


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