Daniel Samper Pizano
16 Octubre 2022

Daniel Samper Pizano

TEATRO BAJO LOS ESCOMBROS

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Alex Borovenskiy y Anabell Sotelo, su compañera, se despertaron el pasado 24 de febrero en medio de un estrépito infernal. Aullaban sirenas, retumbaban explosiones, temblaba su apartamento de Kiev y parecía como si hubiera estallado una guerra.

No se equivocaban: las fuerzas armadas rusas estaban bombardeando Ucrania. Durante las semanas previas se comentó que algo podía ocurrir, pero pocos creyeron seriamente que en pleno siglo XXI un imperio se atrevería a atacar a un vecino para apoderarse, como en tiempos de bárbaras naciones, de trozos de su territorio y eventualmente desaparecerlo como entidad política. 

Desconcertados, Alex y Anabell encendieron la televisión y solo vieron un capítulo de Friends (Amigos). Los había tomado por sorpresa la pólvora, como a millones de habitantes de Ucrania y del mundo, y no podían creerlo. Enseguida, llamadas angustiosas confirmaron lo que temían: Rusia estaba destrozando al que había sido su país hermano durante buena parte del siglo XX.

—Decidimos entonces alzar nuestro gato, empacar algunas cosas y trasladarnos al teatro —recuerda él—. ¿A dónde más?

Alex Borovenskiy
Alex Borovenskiy

El teatro que desde entonces es su guarida se sumerge en el sótano de un edificio del centro de Kiev, la capital ucraniana. Allí funcionan desde 2014 una escuela de actuación y un pequeño grupo dramático que promueven esta actriz de ascendencia centroamericana convertida en administradora y este antiguo profesor de lenguas (habla con solvencia ucranio, ruso, inglés y español) convertido en director. Ambos, al frente de un puñado de actores y escritores, han hecho famoso al ProEnglish Theatre, que monta en inglés obras de diversos autores. La entrada es gratuita y se sostienen con matrículas y donaciones. Cerca de mil alumnos han pasado por sus aulas o tomado sus cursos en ocho años de actividad. Muchos de ellos, acatando el llamado del Gobierno, se alistaron en filas y cambiaron los libretos por ametralladoras. Hoy cientos de actores son parte de un ejército que, al mando de un antiguo humorista, el presidente Volodímir Zelenski, ha hecho retroceder a las tropas invasoras

Asustados aquel jueves por las explosiones, los miembros de la compañía fueron llegando a la sede del teatro subterráneo, que, además de lugar habitual de trabajo y reuniones, sirve de búnker contra bombardeos. También se refugiaron allí amigos sin rumbo y ciudadanos del barrio, niños y viejos, que temían por su vida. Pronto fueron dos docenas. A Tsylia, la mascota de los Borovenskiy Sotelo, se sumaron seis gatos más, que hicieron con las viandas lo que Rusia con Ucrania.

La primera decisión fue continuar. Kiev estaba herida pero viva. Los cañones no iban a liquidar la aventura cultural en la que estaban comprometidos. El ejemplo de los grupos de teatro en los guetos judíos bajo la ocupación nazi los animaba y, sobre todo, el recuerdo de su compatriota, el legendario director Les Kurbas, que, siendo prisionero del perverso José Stalin, improvisó representaciones en el gulag soviético y fue fusilado juntos con otros 288 intelectuales coterráneos en noviembre de 1937.

La segunda decisión fue arreglar el único inodoro, recoger colchones, acomodarlos en el escenario, buscar comida y organizarse para habilitar el viejo zócalo como hogar. La tercera, ya que era imposible convocar espectadores, fue procurarse nuevos públicos. Con la solidaridad de técnicos amigos se conectaron por internet con el mundo a través de la transmisión continua en directo (streaming). El grupo mantenía su actividad, solo que ahora únicamente presentaría obras relacionadas con la guerra.

El número de los primeros habitantes de las catacumbas menguó con el tiempo. Algunos se añadieron a la multitud que huyó hacia las fronteras. “Los demás nos quedamos, más como sobrevivientes que como actores”. Pero, fieles a su vocación y a la necesidad de mandar un mensaje al mundo, pronto montaron un monólogo titulado El libro de las sirenas.

Se trata de un mosaico de textos sobre la paz y la guerra basado en la novela La ladrona de libros. La pieza se abre con un clamor de sirenas que anuncia la inminencia de un ataque aéreo y continúa con un audio auténtico de los tiempos soviéticos que proclama el inicio de la II Guerra Mundial. En el texto aparecen referencias a El olvido que seremos, las ya célebres memorias de Héctor Abad Faciolince que, entre otros idiomas, fueron vertidas y publicadas en ucraniano. Una de las traductoras y editoras, Maryna Marchuk, me explicó que ciertos párrafos del texto se adecuaban perfectamente al espíritu del soliloquio. La antología ha circulado en streaming y en presentaciones personales de Anabell en España, acompañada por una pianista.

—El arte teatral es nuestra manera de ofrecer refugio ante los horrores que estamos viviendo —dice Borovenskiy—. Necesitamos que se escuche y se comente lo que sucede en Ucrania.

Y lo que sucede es la matonería de un imperio que pretende aniquilar a su vecino fijando como objetivo instalaciones militares, centrales eléctricas, comercios, trenes, puentes, carreteras, viviendas civiles y, cuando está molesto Vladimir Putin, parques, escuelas, hospitales... El último ataque, el del lunes pasado, apuntó sin piedad a inocentes blancos colectivos como represalia por los destrozos que sufrió el puente entre Rusia y Crimea, península ucraniana de la que se apodero Moscú manu militari en 2014. La ciudad quedó sin luz y sin internet. Pero al cabo de algunas horas chisporrotearon de nuevo los bombillos y regresó la señal. Los ensayos de escena prosiguieron.

Bajo los escombros, el teatro de Kiev confirma las palabras de Gandhi: “La guerra es un mal sin paliativos, pero ahuyenta el miedo y estimula la valentía”.

ESQUIRLA. ¿No podríamos intercambar al fiscal de bolsillo encargado de absolver a Álvaro Uribe "por el comité invstigador" de la Cámara de Estados Unidos que acaba de pedir el procesamiento de Donald Trump?

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