El embargo ha servido para justificar un régimen dedicado a aplastar la libertad de pensamiento.

“Que no siga corriendo la sangre, por querer pensar diferente. ¿Quién les dijo que Cuba es de ustedes? Si mi Cuba es de toda mi gente”. Así dice la canción “Patria y vida”, de Yotuel y otros artistas convertida en el himno de la protesta social que estalló el domingo pasado en la isla más grande del Caribe.
“Patria y vida” y las razones del estallido social más importante visto en Cuba desde el “Maleconazo” en 1994 revelan por qué la opresión de la libertad de pensamiento y expresión es el síntoma más revelador de la tiranía.
En diciembre de 2018 nació en La Habana el Movimiento San Isidro, un colectivo de artistas e intelectuales –algunos de ellos, autores de “Patria y vida”– soliviantados por el Decreto 349, que ordenó que cualquier expresión artística debía tener la aprobación del régimen, y este establecería si era acorde con la “política cultural de la Revolución”. Desde entonces, las autoridades han perseguido a San Isidro sitiando las casas de los artistas e impidiéndoles salir, una práctica que, como lo señaló Amnistía Internacional, es equivalente al arresto domiciliario.
Aún así, el descontento del pueblo cubano y el deseo de hacerlo público fueron creciendo hasta desembocar en las protestas masivas del 11 de julio.
La manifestación social cubana ha puesto en aprietos a la derecha y a la izquierda colombianas por igual. A la primera, por salir a izar la bandera de la protesta social en Cuba mientras afirmaba que la de aquí era un montaje de vándalos. Y a la segunda, por pretender explicar la crisis alegando que el pueblo cubano está ahogado tan solo por el embargo económico que imponen los Estados Unidos: pretendían ignorar que el castrismo, imperante en la isla hace 63 años, ha sido un régimen represivo.
Vale la pena detenerse en ese segundo argumento. El bloqueo económico a Cuba ha sido una política ineficaz y con consecuencias nefastas para sus ciudadanos, como lo dijo, incluso, el expresidente Obama cuando anunció su cambio de estrategia en las relaciones de Estados Unidos con el país vecino: “Acabar el bloqueo elimina una excusa falsa para las restricciones en Cuba”. Es cierto que el embargo ha servido para justificar un régimen dedicado a aplastar la libertad de pensamiento. Ahora, los reclamos del pueblo cubano en la calle trascienden el hambre que causa el bloqueo, la corrupción del partido único y la pandemia que arrasó con el turismo, frágil sostén de la isla. La gente pide a gritos, además, libertad para pensar, para expresarse, para crear arte independiente.
A pesar de sus logros, de sus robustos sistemas de salud y educación, y del aura romántica que cautivó a una generación, el régimen cubano nació bajo una dictadura. Desde la Batalla de Santa Clara –cuando Fidel tumbó a Batista, otro dictador–, el reino castrista se ha dedicado a perseguir, exiliar, apresar e incluso a desaparecer a sus contradictores políticos. El asedio a la prensa libre terminó sofocándola. Su última Constitución prohíbe que los medios de comunicación sean privados. Y ese autoritarismo no tiene color ni ideología: en ocasiones huele a comunismo, en otras a capitalismo y a veces a una mezcla de los dos.
La negación de la diversidad de pensamiento, cultivada desde hace más de seis décadas, hoy sigue reprimiendo con violencia la manifestación social. Hay, por supuesto, otros países con democracias de papel –como el nuestro–, pero lo que ocurre en Cuba es más claro y más radical. Cuando un proyecto político se compromete desde sus leyes, desde el ejercicio del poder, a acabar con la discusión pública libre, no puede haber democracia; en el disenso nace y sobrevive la soberanía popular. Los cortes de internet, el arresto de periodistas y la reacción violenta a la protesta son la nueva versión del libreto represivo que gobierna la isla desde antes de la Revolución. Por eso cantar o escuchar “Patria y vida” hoy es un crimen en Cuba y Luis Manuel Otero Alcántara, otro de sus intérpretes, está preso hace una semana.
Dijo la valiosa congresista María José Pizarro que el diálogo social es la salida a la crisis cubana. Estoy de acuerdo, pero ocurre que en Cuba no hay diálogo porque pensar y hablar libremente está prohibido. Así es imposible el juego democrático. Lo dice mejor “Patria y vida”: “Sesenta años trancado el dominó”.
