Daniel Samper Pizano
23 Agosto 2020

Daniel Samper Pizano

Uribe: un rehén VIP

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En recientes entrevistas, declaraciones y trinos el exsenador Álvaro Uribe ha ensartado numerosas mentiras y una verdad: “Siento que estoy secuestrado”. Tiene razón, pero debió entrecomillar la palabra “secuestrado” por respeto a los miles de compatriotas que han sufrido verdaderos y crueles secuestros a manos de guerrillas, paramilitares, bandas criminales y fuerzas del Estado. Sí: Uribe está “secuestrado”, pero por mandamiento legal de la Justicia. Él es rehén del Código Penal. En estos casos al rehén se le llama detenido. Uribe lo sabe porque es abogado, pero resulta más provechoso estimular la confusión y el equívoco, según lo aconseja su cartilla personal. El expresidente no es un sospechoso más sino un detenido VIP. Aplicando la ley, la Corte Suprema de Justicia dispuso el arresto domiciliario para sacarlo de circulación de modo benévolo al haber incurrido en una causal que contempla la ley 600 de 2000, art. 355. En su caso, el riesgo de que entorpezca la actividad probatoria.

Algunos claman que se permita a Uribe “defenderse (y, sobre todo, atacar) en libertad”. Pues confieso que no he visto un detenido que goce de las libertades que Uribe explota hasta el límite. Enclaustrado en su hacienda de 1.500 hectáreas dispara trinos, escribe memoriales y cartas, convoca a periodistas simpatizantes, dicta entrevistas, ofrece declaraciones a radio y prensa, sacude las redes sociales, envía imágenes, divulga minucias como su número de arrestado, recibe homenajes virtuales y, siguiendo la ruta de su carrera, miente sin parar. En el programa de televisión de María Jimena Duzán un egregio grupo de juristas descubrió y analizó al menos diez embustes en un solo documento. Pese a que su estatus de detenido debería condicionar su comunicación, no ha sido así y se dedica también a insultar y a calumniar, otras de sus estrategias favoritas: llamó mafiosa a la Corte y sindicó de jefe de las Farc al senador Iván Cepeda, enemigo declarado de la lucha armada. Consecuente con su inconsecuencia, contradijo cosas que hasta poco afirmaba con firmeza. Indicó en 2018: “Nunca he eludido a la Corte Suprema, para que ahora inventen que la renuncia al Senado es para quitarle la competencia”. Pues eso es lo que acaba de perpetrar. En aquella esperpéntica ocasión recogió una renuncia ya presentada, y en esta hizo lo que prometía no hacer jamás. Como si faltaran focos de enfrentamiento nacional, impulsa desde su fundo un movimiento que busca modificar la Constitución en su beneficio, jugadita que le conocíamos desde que alteraba “articulitos” de la Carta Magna. Como unos seguidores lo consideran el nuevo redentor y otros creen de buena fe en sus palabras, hace simultáneamente las veces de “secuestrado” y “secuestrador” de una parte de la opinión pública, por fortuna cada vez más reducida.

Rehén del gran rehén es el presidente de la república, a quien Uribe montó en el cargo. Iván Duque ha demostrado que su lealtad al jefe es más vigorosa que el respeto al juramento de defensa de la ley expresado el 7 de agosto de 2018. Para ganarse unas palmaditas aprobatorias del exsenador se saltó a la torera los cortafuegos entre las ramas del poder público y pasó de jefe del Estado a subalterno de caudillo. Rehenes del rehén del gran rehén son los organismos de control y vigilancia: en vez de hacer un gesto en pro de la armonía política y la normalidad institucional promoviendo a un fiscal, un procurador, un contralor y un defensor del pueblo independientes, Duque los sacó del bolsillo y es de temer que ahora trabajen para él y el principal “secuestrado” del país. Rehenes, así mismo, los funcionarios pagados con nuestros impuestos—ministros, embajadores, jefes administrativos— que se han lanzado a defender de manera ilegal al retenido. También son rehenes los esclavos políticos que bailan al son de sus contradicciones y atropellos y se suman a todas sus peleas. Finalmente, rehén de sí propio, Uribe desoye su desgastada voz interior y las voces cercanas que le dicen que ya está bien, que hace rato llegó la hora de retirarse, y prefiere insistir en bravatas y desafíos mientras su leyenda personal se desmorona.

No nos engañemos: al final, Uribe solo es rehén de sus propios actos. Lo grave es que, mientras tanto, mantienen secuestrada a Colombia la violencia, la desigualdad social, el narcotráfico, la corrupción, la mediocridad, la burla a la ley y hasta el sometimiento a Trump. Este último secuestrador deberá desaparecer el 3 de noviembre. Pero quedan los otros, gigantescos, al lado de los cuales Uribe, aunque su vanidad le impida creerlo, es un grano minúsculo.

Esquirla. Dos actuaciones ilegales del Estado dieron a Gustavo Petro sendos triunfos en tribunales internacionales y condenaron económicamente a Colombia. Como víctima de grabaciones piratas, Petro recibirá 578 millones de pesos, y 105 millones más por la indebida destitución como alcalde que firmó el exprocurador Alejandro Ordóñez. Huelga decir que los contribuyentes pagaremos los desafueros. Ya que del bolsillo de Ordóñez no saldrá la indemnización, lo menos que debe hacer es renunciar de inmediato a la embajada ante la OEA, donde está “secuestrado” desde hace dos años por sus socios Uribe & Duque. Me niego a seguir sosteniéndolo y pagando los platos que su sectarismo rompió.

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