Enrique Santos Calderón
1 Noviembre 2020

Enrique Santos Calderón

¿Y si pierde y no se va…?

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

A dos días de la elección presidencial más importante en la historia de los Estados Unidos, aún no comprendo cómo la primera democracia del mundo instaló en la Casa Blanca a un ser tan grotesco y peligroso. Más incomprensible aún –pero no descartable— sería que lo consagrara para un segundo mandato. No por el voto popular (como no lo fue hace cuatro años, cuando Hillary Clinton le sacó tres millones de votos), sino por el anacrónico Colegio Electoral o, en su defecto, por la derechizada Corte Suprema, a donde llegaría un enredado escrutinio final.

Incomprensible, de verdad, que repitiera. Pero no imposible, en una nación que no se caracteriza por la cultura política del ciudadano promedio y donde la pauperización de las clases medias creó un resentimiento antiélite que Donald Trump explotó con descarado populismo. Enorme ironía, además, cuando él personifica lo más voraz y corrupto de las élites contra las cuales truena en sus discursos. Pero le sonó la flauta y supo conectar y alimentar un sustrato de racismo, machismo, patrioterismo y xenofobia aún vivo en parte del pueblo estadounidense. Y ahí ha estado cuatro años, en la silla de mando de la primera potencia, maquillado y vociferante, mintiendo, macartizando y matoneando, en una gestión poco menos que obscena.

Sin alarmismos ni histerias, soy de los que piensan que la reelección de Donald Trump sería un peligro para la paz y sanidad ambiental de un mundo ya demasiado tensionado y envenenado. The New York Times lo califica como “la más grande amenaza para la democracia americana desde la segunda guerra mundial”. Se trata, nos recuerda, de un hombre que ha abusado de su cargo, subordinado el interés público a sus intereses personales, despreciado la salud y libertades de sus compatriotas y socavado la reputación internacional de Estados Unidos. En síntesis, de un hombre indigno del cargo que detenta. Además de torcido empresario de quiebras fraudulentas y triquiñuelas tributarias.

En ese país hoy ultrapolarizado, otra cosa piensan las huestes republicanas que lo aclaman como el líder que reimpondrá la “grandeza de América”. Muchos quisieran incluso ser como él: duros y ricos. Influyentes emisoras regionales y medios como “Fox News” aún intentan desvirtuar las encuestas que le dan ventaja —cada vez más precaria— a Joe Biden. Atribuible en parte a que supo cobrarle a Trump su desastroso manejo de la pandemia, aunque ni esto, ni su mejor desempeño en el último debate, garantizan el triunfo, que debe ser contundente (también en el Senado) para evitar el saboteo trumpista.  A diferencia de Biden, un candidato desteñido, débil de carisma y oratoria, con inquietantes lapsos de memoria, Trump es un poderoso comunicador y un fogoso animal político, que se aferrará como sea al poder. ¿Cuándo se había visto a un presidente en ejercicio impugnando el sistema electoral de su país, denunciando “fraude demócrata” sin una sola prueba, advirtiendo que “esto no terminará bien”…? Signos de que presiente la derrota, pero no de que la aceptaría. Por algo ha advertido aquello de que “esto no terminará bien”.

¿Qué pasaría si Trump se empeña en torpedear una transición pacífica del poder? No creo en el autogolpe, ni en una gran ola de violencia, pero con un personaje tan imprevisible y volcánico, cualquier cosa es posible. Si los resultados no lo favorecen generará algún conflicto para deslegitimar la elección. En cualquier caso al otro día no habrá ganador definido y Estados Unidos puede entrar en un periodo de larga y explosiva incertidumbre.

Incógnita interesante es la del crucial “voto latino” y sus 32 millones de potenciales electores. En la campaña de 2016, a pesar de su lenguaje racista y sus insultos a los mexicanos, un 28 por ciento de los hispanos votó por él, y todo indica que avanzó en estados claves como Florida, donde residen dos millones de colombianos.  Trump sabe que no ganará sin la Florida, donde el decisivo voto latino es conservador y de ahí sus ataques a Biden como “socialista radical”.  El fantasma castro-chavista está vivo en Florida y explica sus arremetidas en Miami y Tampa contra el acuerdo de paz colombiano, por el cual había felicitado dos años antes al presidente Santos.

En una torpe decisión de política exterior, el gobierno de Duque puso todos los huevos —o mejor, los “huevitos” de Uribe— en la canasta de Donald Trump. Paso riesgoso e innecesario que rompe con la tradición de equilibrada relación bipartidista con el Congreso americano y ha sido mal visto como intromisión en sus elecciones. Empujado por su mentor, Iván Duque jugó la carta de Trump. Puede costarle a Colombia en caso de un triunfo demócrata, aunque el talante de Biden no es de represalias. Pero el gobierno Duque no quedará bien parado ante una próxima administración demócrata. De ganar Trump, tampoco debe hacerse ilusiones de que estará agradecido con Colombia. La gratitud no figura en su carácter y es conocido su desprecio por estos “shithole countries”. El propio Duque lo ha sentido en carne propia. Y, con ambos, estará presente el eterno problema de la droga.

Esta elección es una prueba ácida sobre el carácter de la sociedad y la democracia estadounidenses. Trump dice que han de reelegirlo por su gestión económica (lo único que lo favorece en las encuestas), pero esta palidece ante su desprecio por los valores elementales que deben regir la conducta de un jefe de Estado. Para Colombia, Joe Biden es la perspectiva de una relación civilizada con un hombre decente, que conoce a nuestro país y lo ha apoyado de tiempo atrás. Donald Trump es un hombre inestable, arbitrario y tramposo, ignorante de su vecindario, que nos sometería al ímpetu de sus bravuconadas. Empujarnos a una guerra con Venezuela, por ejemplo, si le sirve a sus intereses.

Pero pasó el momento de especulaciones. La suerte está echada. Que hablen las urnas que ya cierran y contienen más de 85 millones de votos anticipados. Resta una incógnita: ¿en ese gran país habrán entendido que una mala persona no puede ser un buen gobernante?

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí

Más columnas en Los Danieles

Contenido destacado

Recomendados en CAMBIO