Catalina Ceballos
2 Agosto 2022

Catalina Ceballos

1, 2, 3 por las mujeres en las artes

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Los nombres Olga de Amaral, Freda Sargent y Beatriz González significan color, textura, ironía. Tres mujeres que, como Débora Arango, Gonzalo Ariza y Manuel Hernández recibieron en los 90, la Orden de Boyacá grado Cruz de Caballero, por su aporte al arte colombiano, por su manera de crear y recrear el mundo. Cada año, cerca al 7 de agosto, el presidente de la república otorga este reconocimiento a deportistas, ministros y personalidades que reciben en un acto protocolario, esta condecoración. Este viernes 5 de agosto serán ellas tres las homenajeadas.

No es el primero ni el último reconocimiento que reciben estas tres mujeres, sus vidas importantes, sus obras en cambio, memoria e historia de las artes plásticas en Colombia y el mundo. Carreras de más de 50 años que empezaron como la de cualquier artista, en el anonimato, donde la experiencia de pintar o tejer era más importante que la fama. Con los años y ya sobre la marcha cuando críticos, coleccionistas, compradores, mecenas y visionarios han apostado por ellas, sus obras no cambian, ni ellas tampoco, cambia que conocemos sus matices, su forma de expresar, su sentir y su pensar. 
Olga de Amaral, de ancestros de Andes (Antioquia), ha tejido la luz, le ha hecho un homenaje al dorado, a las manos tejedoras, a ese gesto ancestral y artesanal. Olga ha plasmado obras en los muros más importantes del mundo, pero en verdad deberíamos hablar de instalaciones escultóricas, muralísticas, que representan en algunas ocasiones las montañas y las cascadas, la exuberancia de nuestros paisajes. Entre la arquitectura, el diseño, la abstracción y las figuras geométricas, Olga juega en un entramado, tejido y plástico, con las sombras, para hacerle un homenaje a esa Colombia que conoce, ha investigado y explorado con técnicas que nos obligan a dar un paso atrás para apreciar la belleza de su trabajo que parece de otra dimensión. Ella ha dicho “Finalmente, mi obra no es otra cosa que mi manera de contar cómo siento la vida, el alma de las cosas”. 
Freda Sargent y sus infinitos azules, trazos suaves para pintar paisajes y naturalezas muertas, Freda también hace retratos de personas con una mirada profunda y triste. Tal vez con expresiones difíciles de comprender, la mismísima esencia humana compleja y difusa, a ratos queda en cada trazo de esta pintora de origen inglés que nos invita a reconocer nuestra propia fragilidad.

Por último, la maestra Beatriz González, una santandereana que ha narrado la violencia del país con ironía, apelando por mantener la memoria viva de esa historia que nos empaña. Su manera única de usar esos colores sólidos, asociados con el arte pop, ha narrado una y otra vez la vida campesina, la vida política, la opresión y la corrupción. Y así tras resignificar instantes de la cotidianidad y el mundo campesino hasta la vida de los “grandes” presidentes de esta república, nos ha llevado a enfrentarnos a lo masivo y a lo popular.

Tres mujeres, tres órdenes de Boyacá, pero para mí lo más importante es la posibilidad que nos han dado de apreciar y apropiarnos de otras historias, de comprender desde otras perspectivas colores, sombras, estructuras. Sus obras han estado en subastas, museos y colecciones privadas, sus obras no compiten entre sí ni tampoco con otros, su trabajo es parte del acervo de una memoria construida sobre conceptos, sobre lo simbólico, sobre lo que significa el yo enfrentado a un lienzo o un telar, sobre el significado de lo múltiple frente a lo singular.

No representan la creación de la economía naranja por muy condecoradas que estén por Iván Duque, se representan a sí mismas, mujeres muchas veces narradas desde la hegemonía patriarcal hoy son parte de la plástica en Colombia. Esa Colombia que cuenta con otras generaciones de expresión como Luz Ángela Lizarazo, María Elvira Escallón, Julieth Morales, entre otras.

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Catalina Ávila, otra mujer artista, música, joven con una voz sublime, angelical y no por ello sin fuerza, por el contrario, el sentimiento que sale de su voz en cada nota nos conecta con otras sonoridades, algunas un homenaje a la música de nuestros abuelos. Su virtuosismo en la composición y en la interpretación son un remanso. Todo por decir, su más reciente álbum, llega al alma.
 

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