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El viernes pasado escribí mi columna temprano, cuando apenas amanecía en Colombia. La envié a quienes amorosamente revisan mi texto cada semana: Sergio en todos los aspectos, principalmente de fondo, y Mateo, que se enfoca en la forma. Me disponía a salir a almorzar cuando empezaron las publicaciones en las redes sociales con motivo del Día de la Afrocolombianidad. ¡Claro! la fecha de mi columna coincidía con el 21 de mayo y yo lo había pasado por alto. ¡Qué desacierto! Pensé y lo comenté con Elkin, quien me acompañaba. Él me hizo recordar, un poco a manera de chiste, que todas las semanas escribo como si fuera la conmemoración de la abolición de la esclavitud.

Volví sobre las publicaciones en las redes y el panorama era el mismo de cada año: fiesta, alegría, sabor, disfraces, danzas que exhibían grilletes como un elemento del vestuario, afros destacados, listados de los aportes del pueblo negro a la sociedad y las mismas palabras repetidas hasta la saciedad, sin ningún esfuerzo por cargarlas de sentido y ponerlas en un contexto lógico: ancestralidad, historia, resistencia, representación, reconocimiento, raíces, entre otras.

Escribí en Twitter que estoy en desacuerdo con la mayoría de las formas de conmemoración o celebración del Día de la Afrocolombianidad, pero valoro su existencia porque sé que este camino se construye con aciertos y desaciertos, en una discusión ausente por más de un siglo. Me sostengo en esto y creo que es un tema que merece ser discutido ampliamente.

La conmemoración del Día de la Afrocolombianidad se instauró en 2001 y creo que es un logro significativo del movimiento afrocolombiano: posicionar institucionalmente esta fecha para recordar que el 21 de mayo de 1851 se dio la abolición legal de la esclavitud en nuestro país. Una acción relevante, en la medida en que se suma al proceso de reconocimiento que empezó a materializarse formalmente con la Constitución de 1991.

El problema es que estas efemérides no vienen acompañadas de claridad en lo que simbolizan o en las formas en las que se deberían conmemorar. Pasa con todas las fechas de esta naturaleza, y mucho más si se trata de un asunto que, en sí mismo, carece de precisiones conceptuales por ser un campo de estudios tan reciente y en constante movimiento. Así que ha desembocado en el camino fácil de usar los mismos estereotipos con los que nos han asociado durante siglos, como una forma de definirnos y celebrarnos. 

Es tan problemático que los niños y las niñas de un colegio capitalino hayan pintado sus rostros de negro y se hayan puesto pelucas de pelo crespo, como que haya desfiles en colegios de Quibdó o Buenaventura con niños y niñas vistiendo túnicas, turbantes improvisados y maquillajes tribales, también disfrazados de una idea igual de estereotipada de lo que es África o de lo que significan sus raíces. 

Por supuesto que es importante reconocer nuestra raíz, y no solo la descendencia de los esclavizados sino la historia anterior a la esclavización, esto es la historia de África y sus pueblos, su diversidad, la del pasado y las modernas ciudades de hoy, sin que esto remita a la adopción de unas estéticas como expresión única de lo que es ser afro. Igual de problemáticas pueden resultar las acciones enfocadas en destacar a afros ilustres o importantes, o una lista de los aportes que como pueblo hemos hecho al desarrollo del país. No creo en la generación de élites dentro de los históricamente excluidos y ningún grupo minoritario tiene que demostrar nada para merecer la garantía de sus derechos. 

Con frecuencia estamos confundiendo el reconocimiento con visibilidad y dándole un enfoque errado a la representación. Cuando hablamos de reconocimiento nos referimos a procesos colectivos, no a individualidades. Se trata, en primera instancia, de la declaración constitucional de la existencia del pueblo afro, raizal y palenquero, de su historia, sus raíces y del efecto de esto en sus condiciones presentes, con el fin de emprender acciones para el cierre de las brechas en la garantía de derechos. 

¿Dónde estamos hoy en términos de derechos, como pueblo negro, después de 171 años de la abolición de la esclavitud en Colombia? Es quizá una de las preguntas fundamentales para cada 21M.

Por fortuna, cada vez son más quienes lo entienden muy bien, como la JEP y la Comisión de la Verdad, junto al pueblo raizal del Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina,  que el pasado 20 y 21 de mayo realizaron dos actos de absoluta relevancia: entregaron a la magistrada Xiomara Balanta, coordinadora de la Comisión Étnico-Racial de la JEP, la ampliación de dos informes que dan cuenta de la victimización y los daños sufridos por el pueblo raizal a causa del narcotráfico y la relación de esta situación con el conflicto armado. Por su parte, la Comisión realizó el acto de ‘Reconocimiento a la dignidad del pueblo Raizal de San Andrés, Providencia y Santa Catalina’. 

En el marco de estos sucesos, el pastor Alberto Gordon, presidente del Raizal Council, expresó que “uno no puede separar al pueblo raizal de su tierra ni a la tierra del pueblo raizal. Sonreímos, pero nadie sabe cuán grave sangramos en el interior”. Sus palabras pueden ser la metáfora de un camino que nos lleve de las manifestaciones artísticas y culturales festivas, a los cuestionamientos más profundos sobre la realidad de nuestro pueblo.

Hace dos días, con motivo de otra efeméride, la del Día Nacional por la Dignidad de las Mujeres Víctimas de Violencia Sexual en el Conflicto Armado Interno, se publicó un tablero conmemorativo que pone en evidencia otro de esos sangrados interiores que cargan los cuerpos racializados: “De acuerdo con las cifras recabadas por el Observatorio de Memoria y Conflicto (OMC) del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), entre 1958 y 2022 se han registrado 14.380 mujeres víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado en Colombia. Atendiendo a la identidad étnica, el 87,03 por ciento de ellas son afrodescendientes, 12,45 por ciento son indígenas y 0,44 por ciento pertenecen a las comunidades raizal y palenquera. El hecho de que las mujeres afrodescendientes representen en mayor número las víctimas de violencia sexual se debe, entre otras razones, a su lugar histórico en las periferias, su ubicación en territorios estratégicos para la explotación y la dominación comercial y de actores armados, así como a las dinámicas racistas, clasistas y sexistas que las reducen como personas”.

No hace falta ningún argumento para justificar la relevancia de este, y de muchos otros temas, como centro de la agenda pública en todo tipo de instituciones durante el Día de la Afrocolombianidad. Pero, si se quiere más actualidad, tenemos las elecciones presidenciales cuya primera vuelta será este domingo y, por la clara posibilidad de que tengamos una vicepresidente afro por primera vez en la historia, podría caer yo en una nueva omisión al no mencionarla en esta columna. Dejaré por ahora solo el deseo de que esta eventual elección ponga los temas citados en la agenda pública y conduzca a que al menos la institucionalidad pública deje de conmemorar lo afro con sus ya típicos eventos reduccionistas y folclorizantes.

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