Velia Vidal
11 Marzo 2022

Velia Vidal

Ábreme la puerta, Teresa

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Si leo alguna nota sobre el lanzamiento de la Biblioteca de Escritoras Colombianas, hablo con Pilar sobre nuestro evento de presentación en Quibdó, o simplemente recuerdo que en esa lista figuran dos autoras chocoanas que admiro profundamente, vuelvo a ser la niña de nueve años que canta alegre “Ábreme la puerta, Teresa. Ábreme que aquí vengo yo”. Una canción de Petronio Álvarez interpretada por Alexis Lozano, en un tributo al maestro del currulao por allá en 1990, que me sirve para recordar que las escritoras de hoy entramos por las puertas que antes abrieron otras.

Es que ver a Teresa Martínez de Varela y a Amalialú Posso Figueroa entre esa colección sin precedentes, me hace respirar profundo y sentir que nuestras letras y nuestras historias, las de las mujeres chocoanas, las de negras, también tienen un lugar en el esquivo mundo editorial. Ellas, no solo estando ahí sino arrojándose a escribir en otros tiempos, como Teresa, o sobre otras historias, como Amalia, irrumpen en un espacio negado y dejan la puerta abierta para que lleguemos nosotras. Lo hacen simbólicamente y también de forma concreta; por ejemplo, convirtiéndonos a Yijhán Rentería Salazar y a mí, que aspiramos a ser grandes autoras chocoanas, en las prologuistas de Mi Cristo negro y de Mido mi cuarta y me paro en ella.

Se lee en la presentación de la ministra de Cultura que la Biblioteca de Escritoras Colombianas está conformada por dieciocho títulos de las autoras más relevantes del país, desde las que vivieron la época colonial hasta las nacidas en la primera mitad del siglo XX, y busca rescatar y promover el trabajo de nuestras escritoras, en respuesta a las necesidades identificadas en un estudio que incluyó el diálogo con un comité de especialistas conformado por escritoras, editoras, académicas, libreras y gestoras de lectura.

Un equipo liderado por Pilar Quintana, como editora general, y un excepcional grupo asesor, que demuestran su capacidad de cuestionamiento, de búsqueda; porque las acciones contundentes de inclusión requieren gente así, dispuesta a reconocer los fallos en la historia y a corregirlos deliberadamente, a hacer justicia sin más propósito o beneficio que la justicia misma.

Mi Cristo negro es la historia de Manuel Saturio Valencia, el último fusilado legalmente en Colombia. Un libro que navega entre la narrativa, la crónica y recurre a la oralidad y la poesía para dar cuenta de una rigurosa investigación adelantada por la autora durante dos años, y que contiene una mirada amplia que permite, a través de la vida del personaje central, descubrir la profunda desigualdad y el racismo del que también vino a ser víctima la misma Teresa, y a lo que se sobrepuso para tener una notable vida pública.

Mido mi Cuarta y me paro en ella es una cuidadosa antología personal que contiene cuento, poesía y crónica literaria, poniendo en evidencia la versatilidad de su autora, quien además es reconocida por el encanto de sus narraciones orales. Algunos de los textos vienen de su exitoso libro Vean vé, mis nanas negras, que va en la décima edición y la ha llevado a presentaciones en más de veinte países. En las letras de Amalialú emergen de la vida cotidiana el erotismo y la sensualidad que habitan las calles de Quibdó.

Ambos libros, que estarán disponibles comercialmente dentro de poco bajo los sellos de Laguna Libros e Himpar Editores, constituyen un viaje al Chocó desde la realidad y la fantasía, desde los recuerdos y los deseos de sus autoras, desde la mirada femenina que, en nuestra tierra, es al mismo tiempo clamor de justicia y alegría, firmeza y afecto, sobreposición al miedo y sensualidad.

El próximo jueves 17 de marzo presentaremos en Quibdó la Biblioteca, con el orgullo de tener ahí a nuestras dos autoras y con la alegría de presentarlo en el marco de nuestro propio evento del libro, que llega a su quinta versión. La Fiesta de la Lectura y la Escritura del Chocó, Flecho, otra de esas osadías, de esos atrevimientos que mujeres como Liliana Echavarría, Yijhán y yo nos alzamos a cometer, porque creemos que la redención de nuestro pueblo, como también lo creían Teresa, Saturio, Diego Luís y lo cree Amalia, viene por las letras.

Este año, Flecho se inclinará por la poesía que, algunos dicen, acá se riega como verdolaga en playa; debe ser porque está en todo: en la lluvia que no para de caer, en la humedad que se mete hasta los huesos, en los ríos que sinuosos penetran la selva, en el Pacífico que baila con la luna y en el Caribe que el Atrato vuelve dulce, en las cinco lenguas que se hablan por aquí y en las notas de un son, una ruca, un alabao, un tamborito o una chirimía. En los cuerpos que cuentan una historia triste mientras se inventan las alegrías.

Los libros de Teresa y Amalia, como el Chocó, igual que Flecho, son agua, agua como la que pidió la propia Teresa Martínez en su epitafio, según cuenta Yijhán: ¡Caminante! Al pasar por mi tumba no me llevéis flores, ¡llevadme agua! ¡Agua! He muerto de sed de justicia y de amor.

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