Velia Vidal
22 Abril 2022

Velia Vidal

Afluentes

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Viajé otra vez por el San Juan y el Atrato, ahora desde una sala de estudio en Pitt Rivers, el museo de historia natural de la Universidad de Oxford. Foto tras foto, anotación tras anotación, página por página del diario toqué el río, aprecié la selva, vi el Pacífico cuando el San Juan se hace salado y me encontré con el Atrato viniendo desde Cartagena. Los archivos de Donald Tayler y Brian Moser me permitieron ver mi tierra a través de sus ojos, desde un lugar y un tiempo distantes. Un encuentro que me hizo volver a mis preguntas recurrentes sobre el modo como se narra al otro; en especial, sobre el modo como viajeros, visitantes, investigadores y escritores de distintas proveniencias y en diversos momentos nos han narrado a los afros y más específicamente los chocoanos, afros e indígenas.

El Chocó ha sido un lugar atractivo para quienes aman lo desconocido, las aventuras, para los que tienen afán de sentirse descubridores o los llena el deseo de registrar, antes que otros, lo que creen que no se ha contado. Viajeros que, fieles a lo que han aprendido en sus centros académicos, documentan lo que ven para luego mostrárselo al mundo; viajeros que con frecuencia describen a esos otros que se encuentran como extraños o exóticos.

A finales de los años cincuenta y principio de los sesenta, en distintos momentos, viajaron al Chocó el pintor alemán Guillermo Wiedemann, la galerista alemana Godula Buchholz, su amiga Ann Osborn, el poeta santandereano Eduardo Cote Lamus y los etnomusicólogos ingleses Brian Moser y Donald Tayler. Todos dejaron registro de sus visitas: fotografías, pinturas, diarios de viaje y documentales que, por esas cosas curiosas de la vida, yo he podido conocer y estudiar, aunque estén en lugares dispersos y bajo la custodia de instituciones completamente diferentes. Navegar por estos registros no solo me ha permitido un viaje de vuelta a lo que soy, como ayer y antier en Oxford, sino la identificación de muchos matices en el modo en que somos y hemos sido narrados. 

Mis preguntas no constituyen ataques o cuestionamientos personales; son mi manera de buscar el esclarecimiento de las formas de racismo que campean en la literatura y el arte, con un interés más bien pedagógico para que cualquiera pueda comprenderlas e identificarlas, justo ahora, cuando por fin el racismo colombiano empezó a salir del ocultamiento y se ha puesto como tema en muchas salas, en parches de amigos y en intercambios variadamente hostiles en las redes sociales. 

En los viajeros que cito he encontrado representaciones completamente dignas y también colonialistas. En todos los casos valoro que existan los registros y creo que estas historias son afluentes del mismo río, al igual que los cantos grabados en Palestina (Litoral del San Juan), que narraron con sus alabaos la muerte y con sus chirimías la vida, al igual que mis cuentos o que las letras de las rucas que escribe Argenis en Mecana (Bahía Solano). Somos afluentes de un mismo río, tan ancho como el San Juan y con tanta corriente como el Atrato. Un mismo cuerpo de agua en el que podemos navegar para ver el reflejo de lo que somos, a veces con transparencia y a veces de una manera tan turbia que llega a ocultar la belleza.
 

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