Gabriel Silva Luján
12 Junio 2022

Gabriel Silva Luján

¿Aguantarán?

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Mucho se ha dicho, quizás demasiado, sobre estas elecciones presidenciales. La fatiga y el hastío electoral en los ciudadanos es de tal magnitud que lo único que quieren, a estas alturas, es que el asunto se resuelva. Infortunadamente la decisión final el próximo 19 de junio, sea cual sea, no es el fin si no que puede ser el comienzo del calvario. Existen demasiados indicios de que las cosas no fluirán fácilmente, de que estas elecciones llenas de sorpresas nos seguirán dando motivos de consternación en el inmediato plazo y a lo largo del transcurrir del próximo gobierno.

No me entiendan mal. A los demócratas nos debe alegrar inmensamente todo lo ocurrido. Que la indignación de los colombianos se haya tramitado por la vía electoral y con una alta participación ciudadana habla muy bien de la robustez de la democracia. Sin duda, la Constitución de 1991 está en la raíz de lo ocurrido. Ese andamiaje, y su desarrollo jurisprudencial y político, durante las últimas tres décadas, gestaron la insurrección electoral que estamos viviendo.

El riesgo es que ahora, a lo Edipo, el hijo asesine al padre. El primer gran desafío que tenemos para la estabilidad institucional es la aceptación de la legitimidad de los resultados por quien resulte perdedor. Aupados por las declaraciones sobre fraude de Uribe y Pastrana, y por las oscuras circunstancias que rodearon las elecciones parlamentarias, el perdedor se puede ver tentado a no aceptar su derrota.

Aunque ambos candidatos son impredecibles, los hechos, las declaraciones y los gestos que se observan en el lado de la campaña del Pacto Histórico permiten inferir que de perder hay mucho más riesgo de que ocurran de ese lado acusaciones de fraude y acciones de fuerza. A pesar de las reiteradas promesas de Petro en el sentido de que respetará la Constitución, un resultado apretado podría llevar a la activación de sus líderes de base para que por la vía de la movilización popular se presione una modificación del resultado. A pesar de que se le ha preguntado muchas veces a Petro si respetará los resultados, siempre hay un dejo de explícita ambigüedad en sus respuestas.

Por el lado de Rodolfo Hernández, teniendo en cuenta su voto de confianza en la Registraduría, que hizo explícito la misma noche de su victoria sobre Fico Gutiérrez, no parece probable que el candidato de “La Liga” asuma una postura de cuestionamiento de los resultados en caso de ser derrotado. Nunca se sabe, pero las apuestas están mucho más inclinadas a que si se da un despelote en torno a los resultados de las urnas Petro aparezca como el principal protagonista. ¿Aguantarán las instituciones el asalto de unos votantes enervados y enrarecidos ante el desconocimiento de la derrota por parte de su candidato?

Las dudas no son solo sobre la legitimidad del resultado electoral. Las inquietudes sobre la preservación del orden institucional y sobre la plena vigencia de la Constitución después del siete de agosto cobijan a todos los candidatos por igual. Ambos, Petro y Hernández, tienen propuestas, actitudes y planteamientos que permiten pensar que no será fácil, independientemente de quien gane, que no se den esfuerzos por brincarse el orden constitucional cuando se convierta en un obstáculo para sus pretensiones. También preocupa que se intente crear chantajes políticos o presiones indebidas sobre las otras ramas del poder público. La naturaleza populista de ambas campañas no significa necesariamente que veremos esos esfuerzos por resquebrajar la institucionalidad, aunque la historia del populismo en el mundo y en América Latina nos muestra que eso sería más bien una exótica excepción.

Paradójicamente, la misma institucionalidad democrática que permitió el surgimiento de dos candidatos presidenciales que representan una ruptura política puede estar amenazada en su estabilidad por sus propios vástagos. A la ciudadanía, la misma que se manifestó contra los políticos, contra la corrupción y la desigualdad, le corresponde mediante un ejercicio cívico de seguimiento, presión y si es necesario protesta, garantizar que las transformaciones que todos anhelamos no perviertan las bases de la institucionalidad democrática. El primer paso es que cada uno de nosotros exija que se respeten los resultados del 19 de junio, independientemente de que no nos favorezcan.

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