Velia Vidal
12 Noviembre 2022

Velia Vidal

Animal ajena

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

El vuelo avanzaba como lo hacía yo entre los versos de Animal ajena (Cardumen – Laguna Libros, 2022). Un poemario de Carolina Dávila y María Duque que seduce, inquieta y que yo no comprendía, quizá porque las cosas extraordinarias son difíciles de comprender.

“Propone un enrarecimiento del lenguaje”, me dijo Carolina y celebré sus palabras porque explica muy bien lo que yo sentía mientras leía este libro rojo que tiene la poesía tanto en las letras como en los collages de María.

“Tiende a la avería el universo
al agotamiento de toda energía
y el remanente será la trizadura”

Mientras leía sentí por momentos la nostalgia de ese universo que se está averiando, a ratos la dulzura del amor y en ocasiones la voracidad del hambre; siempre, una sensación de vidas, cuerpos e historias fragmentadas, desmembradas.

“Sugiere alguien en algún lugar que la apofenia es un vínculo
entre la psicosis y la creatividad”

Puede ser que este verso explique en qué pensaba yo mientras leía el libro. Quizá por el rojo de las letras tan parecido a la sangre, quizá por la idea de fragmentación, por la atmósfera viciada por el lenguaje enrarecido; pero, página a página, yo recordaba a Inelcina Tapia Guevara, las imágenes de su cuerpo lacerado, sangrando, desmembrado, que hubiera querido no ver.

Inelcina tiene treinta y cuatro años y tres hijos; vive en la vereda Cirriquí, corregimiento de Guaitadó, en Lloró. Ese municipio famoso por haber ostentado alguna vez el título del lugar más lluvioso del mundo, cuya fama no alcanzó para salir en noticias nacionales el día que intentaron asesinar a Inelcina.

Era veinte de octubre e Inelcina se acostó a dormir, como cada día, junto a su marido: Luis Antonio Bejarano. Pero un rato después la despertó el ataque a machete que este hombre, decidido a convertirse en su feminicida, le empezó a propinar mientras ella dormía.

Inelcina perdió su mano derecha y la izquierda pendía de un pequeño pedazo de piel, tenía heridas en su rostro, en sus piernas y brazos. Nadie se explica cómo sobrevivió.

Los vecinos acudieron a la casa ante los gritos de Inelcina y vieron cómo huyó Luis Antonio a esconderse entre el monte, donde no lo han podido encontrar aún.

En las calles de Quibdó se regó la noticia con rapidez. Algunos decían que el tipo había exagerado, que estaba bien que le hubiera dado, pero no así, no con un machete. Otros se preguntaban por lo que habría hecho la mujer. Suponían que fueron sus actos los que desencadenaron la furia del marido, convirtiéndola en culpable cuando evidentemente es una víctima.

Entonces, ante mis ojos el horror se trasladó del cuerpo de Inelcina a las palabras que pronunciaban nuestros paisanos que ven normal el maltrato de un hombre hacia su pareja; aquellos que juzgan el arma usada, la exageración y las supuestas conductas de la mujer, pero no el ataque mismo ni el odio que subyace en él. A estos les debe parecer normal que, de los 134 casos de violencia intrafamiliar registrados por Medicina Legal en el mes de septiembre de este año, solo en Quibdó, 116 correspondan a violencia entre parejas.

Vuelvo a los versos de Carolina:

“¿Cuánto hemos perdido?
¿Cuánto olvidado antes de la pérdida misma?”

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí

Más Columnas