Velia Vidal
24 Septiembre 2022

Velia Vidal

Cantos de sirena

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Recientemente Disney anunció la nueva versión de la película La sirenita, que se estrenará en 2023 y será protagonizada por la cantante afroamericana Halle Bailey. Como era de esperarse y tal como seguramente lo pensó la enorme compañía, se desataron las discusiones sobre la representación de Ariel por parte de una mujer afro, modificando la versión original del cuento de Hans Christian Andersen y la anterior adaptación al cine. Muchas personas se centraron en destacar la importancia de la representación y vi en las redes algunos videos de niñas afro celebrando por verse identificadas en el reconocido personaje.

No es un asunto en el que me haya interesado mucho, pero me han preguntado ya en un par de entrevistas sobre mi punto de vista al respecto, un punto de vista que en principio fue intuitivo e intenté concretar y profundizar con la lectura de una traducción del original de Andersen, la revisión del tráiler que se ha reproducido ya miles de veces y algunas notas en medios y redes.

Quiero empezar por precisar que creo en la importancia de la representación y que no es nada extraño que haya un ser mitológico acuático afro. Pero en este caso no hay precisamente una apuesta por la representación afro, ni mucho menos una valoración del universo mitológico de alguna comunidad; se trata más bien de cantos de sirena al servicio del mercadeo.

En el cuento de Andersen se dice de la sirenita que era la más bella de las seis hermanas, que “tenía la piel clara y delicada como un pétalo de rosa, y los ojos azules como el lago más profundo”, “una joven y encantadora sirena que extendió las blancas manos hacia la quilla del navío”; se reitera además que batía sus hermosos y blanquísimos brazos. Es apenas lógico que, en el contexto temporal y espacial del gran autor de literatura infantil, la protagonista de la historia tuviera estas características que corresponden con lo que era el estándar ideal de belleza. En la actualidad estamos llamados, desde las distintas manifestaciones artísticas y espacios mediáticos, a cuestionar estos estándares hegemónicos de belleza y aportar a la construcción de nuevos referentes, lo que va mucho más allá de hacer el mismo personaje pero ahora con la piel oscura y una ligera línea de dreadlocks o rastas en la primera parte del un cabello que sigue siendo lacio y rojo. Reducir una apuesta como estas al tono de la piel es un acto colorista que en el fondo reduce también lo que significa ser afro a lo fenotípico y nos aleja de la indispensable comprensión de que esto se trata de una raíz histórica compartida.

Un auténtico interés por la representación o por la inclusión de lo afro, como por fortuna ya ha ocurrido en otros casos, hubiera implicado la elección de una historia realmente relacionada con algún pueblo africano o de la diáspora, en los que evidentemente existen deidades y seres fantásticos asociados al agua como Yemayá (Jemanjá) o la Madreagua. Caso en el que seguramente se habría trascendido la superficialidad de la piel y se habrían representado prácticas culturales o hechos históricos que efectivamente apuntaran a un reconocimiento y a la construcción de nuevos imaginarios alrededor de lo afro.

Ante esta simple superposición de apariencia física del personaje instalado en la memoria de varias generaciones como una sirena blanca pelirroja, es apenas natural que se haya generado una idea de usurpación de un lugar que no corresponde a los afros, en nombre de la corrección política. De esta manera y mediante el uso mercantilista de las causas afro, lo que termina por hacer Disney es colgarnos otro estereotipo descalificante y ponernos en dos orillas con una discusión alrededor de un tema que en realidad debería convocarnos como sociedad: que todos nuestros niños y niñas se vean representados dignamente en los audiovisuales que para ellos se producen.

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