Gabriel Silva Luján
14 Agosto 2022

Gabriel Silva Luján

Cese al juego

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En el largo proceso de construir la reconciliación nacional se han dado grandes avances: el Frente Nacional que acabó con la violencia bipartidista; el proceso de paz con el M-19 en el gobierno de Virgilio Barco; y el más reciente a cargo del presidente Juan Manuel Santos que concluyó con la desmovilización de la guerrilla más poderosa en la historia de Colombia.

Aun así, no todos los intentos de paz han sido igualmente exitosos. Pocos colombianos tan comprometidos con la búsqueda de la paz como Belisario Betancur, pero igualmente pocos esfuerzos han fracasado tan contundentemente. Andrés Pastrana también nos volvió a demostrar que para lograr la paz no basta con el terco deseo de pasar a la historia. 

De lo que se ha podido ver hasta ahora, el actual gobierno está cometiendo muchos de los mismos errores en que incurrieron los esfuerzos fracasados de Pastrana y Betancur. Petro le ha entregado al resultado de su programa de paz total, desde el inicio de su gobierno, el veredicto sobre toda su gestión. No importarán las otras cosas que haga bien por el país. Eso genera una vulnerabilidad significativa que empodera a la contraparte en la mesa de negociaciones.

Para que una negociación de paz con un enemigo armado del Estado tenga posibilidades de éxito es necesario que la contraparte concluya que una ruptura del proceso significa costos bien superiores a la alternativa de pactar una salida negociada. Para los actores armados el costo se asocia irremediablemente a la capacidad estatal de terminar el conflicto por la vía armada. Mucho me temo que lo que se ha visto en materia de política de seguridad y defensa de Petro (en las declaraciones, en los nombramientos, en los ascensos, en la extradición, en las propuestas de cambios institucionales…) está siendo leído por el ELN y por las bandas como señales de un debilitamiento institucional de la capacidad y la efectividad de la justicia y de la fuerza del Estado. Ese escenario acrecienta la capacidad negociadora de los grupos armados ilegales y disminuye los incentivos a pactar algo que no les sea desproporcionadamente favorable. No nos olvidemos de que las Farc han reconocido que la posibilidad de que continuaran las derrotas sufridas en el campo de batalla fue decisiva en su decisión de negociar.

Finalmente, el espinoso tema del cese al fuego bilateral. Desde la perspectiva de la negociación lo que la historia ha demostrado es que el cese al fuego bilateral al inicio de un proceso es una fórmula para el fracaso. Así fue el caso de Betancur y de Pastrana que apoyándose en el mismo loable principio (“salvar vidas mientras se negocia”) entregaron el cese al fuego bilateral como gesto de voluntad de paz. En la práctica esa precipitada decisión significó ceder el control territorial y dejar a la población civil inerme en buena parte del país.

El cese al fuego bilateral en el caso de Belisario y de Pastrana realmente terminó siendo una concesión unilateral convirtiéndose para las Farc en una oportunidad de expansión en todas las dimensiones de su poderío. Durante Betancur esa guerrilla se transformó en un poderoso actor en el control y usufructo de la cadena del narcotráfico dando un salto cualitativo en su poderío, armamento, recursos y capacidades. Durante Pastrana, la guerrilla desdobló sus frentes y el santuario del Caguán permitió una expansión de su estructura militar hasta el punto de que desarrollaron habilidades suficientes para una eventual guerra de posiciones. “La paz” para los actores armados en estos casos terminó siendo una dimensión de la combinación de las formas de lucha y una estrategia militar.

Si al acordar un cese al fuego bilateral no se logra al mismo tiempo que cese el juego de la guerra -es decir el reclutamiento, la expansión militar, el mejoramiento logístico, el fortalecimiento de las finanzas, la consolidación de las redes criminales- no se está obteniendo nada distinto que anticipar el fracaso y en cuatro años entregarle al país unos enemigos fortalecidos y un Estado debilitado. Las lógicas de la guerra y de la violencia no se subordinan fácilmente a la generosidad o la magnanimidad del mandatario de turno.

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