Cuando hablamos de comida pueden ser muchas cosas: comer sano, hacer dieta, hacer ayuno. Incluso podemos pensar en ver realities o en clases de cocina, podemos pensar en comer carne o ser vegetarianos. Podemos leer sobre superalimentos o bebidas y alimentos milagrosos. Podemos pensar en cocinar nuestra propia comida o ir a algún sitio a comer algo sabroso. Tenemos que comer; nos gusta comer; comer nos hace sentir bien.
El alimento, también es social, generalmente el comer se hace con otros. “Las comidas” son eventos en los que toda la familia o un grupo de personas comparten. El acto de alimentarse presenta un simbolismo, en el comer se crean identidades de clase, de amor, de pertenencia, de etnia. Lo que comemos nos identifica. En vez de decir “dime con quién andas y te diré quién eres” debería ser, “dime qué comes y te diré quién eres” y a eso se le suma todos los dichos y refranes asociados a la comida: “tragar entero”, “se comió el anzuelo” “comiendo prójimo” o “endulzar el oído”.
En todo caso, antes de comer viene la cocinada. Todos los animales comen, pero nosotros somos el único animal que cocina. Así que cocinar se convierte en más que una necesidad, en un valor de nuestra humanidad, es una de esas cosas que nos diferencia del resto de la naturaleza. Cocinar es compartir con la familia o con quien se hará una futura alianza de negocios, o un momento de reflexión con uno mismo; la comida y todo su entramado es simbólico y nos da un lugar en la sociedad. La preparación de algunos platos es un proceso ceremonial en muchas partes del mundo y está claro que no todos sabemos cocinar pero sabemos quién cocina rico, también sabemos los sabores que identifican regiones o países. Todos nos saboreamos, al menos mentalmente, desde una bandeja paisa del suroeste antioqueño, hasta unos tacos de Oaxaca.
Cuando hablamos de comida podemos también hablar de juntanzas alrededor de ollas comunitarias, de cenas clandestinas y de prácticas culinarias, todas ellas, parte de un contexto multicultural. En los territorios algunos se especializan en un plato en particular, refinado durante muchos años, se transmiten estas recetas, conocimientos y habilidades a los y las más jóvenes de la familia. En las grandes ciudades muchas de esas prácticas son estudiadas por los grandes chefs y luego convertidos en platos costosos, en restaurantes cálidos y lujosos. Qué delicia, quienes tenemos y podemos tener el privilegio cuando eso también incluye saber que una campesina sembró, cosechó y transmitió su tradición.
Ser bogotano o paisa no tiene tanto arraigo como el arraigo de ser campesino, eso es, el arraigo a la tierra, es sentirse uno con el campo. Y esto mediado por el recuerdo de las enseñanzas aprendidas de los abuelos y abuelas que enseñaron cómo sembrar y cultivar, cómo entender los tiempos de la luna para entender, cuándo se darán frutos. El territorio es todo para las comunidades indígenas, La mayoría de las comunidades tienen sus “chagras”, que cuidan como cuidar la propia vida, por eso los desplazamientos, la ganadería extensiva y el conflicto son tan determinantes en un país campesino.
Nos da miedo que nos digan que vivamos sabroso, porque muchas personas damos por sentado que ya paseamos sabroso, comemos sabroso, bailamos sabroso, conversamos sabroso, vivimos sabroso. Ahora falta que votemos para que todos, todas y todes vivan sabroso.
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Honda, esa ciudad de pescadores, al lado del río Magdalena y atravesado por el río Gualí tendrá su primera Feria del Libro entre el 2 y el 3 de Julio. Contará con la presencia y las voces de Diana Uribe, el escritor samario Cristian Valencia, y se hará un homenaje a la obra de Alfredo Molano. Esta feria se suma al Magdalena Fest y al Museo del Río, logrando así consolidar este municipio colombiano como un atractivo cultural, histórico y patrimonial