Sandra Borda
29 Noviembre 2022

Sandra Borda

Crónica de una desilusión y de una promesa incumplida

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Cambio Colombia

Hace un poco más de cuatro años y en plena campaña presidencial, María Mercedes Maldonado me invitó a reunirme con Gustavo Petro para explorar la posibilidad de darle mi apoyo a su candidatura. Recuerdo con precisión el encuentro: después de presentarnos, le pregunté qué podía hacer para ayudar y él me contestó que yo era muy visible en redes y que un tuit sería de gran utilidad. Recuerdo haberme sentido un tanto subutilizada, pero pensé: “¡Qué carajos! Lo importante es que aquellos que se están oponiendo con uñas y dientes al acuerdo de paz, por lo menos la tengan difícil a la hora de hacerse al poder. Hago lo que se necesite”. Nos tomamos una foto que luego él y yo publicamos en redes sociales, y el decidió filmar un video diciendo cuáles serían las orientaciones de su política exterior cuyo contenido completo colgué en mi página de Youtube,.

La parte del video que quisiera que los lectores vieran es la siguiente:

Cambio Colombia

 

Recordé esta semana la conversación y el momento en el que se filmó ese video. Estábamos sentados en la mesa Gustavo Petro, María Mercedes Maldonado y yo. Para ser precisa: yo estaba justo al lado de él, escuchando con atención y sintiéndome tranquila porque por fin un candidato presidencial estaba pensando en el bendito servicio diplomático con algo de seriedad y se comprometía con su profesionalización. En esa campaña, no había escuchado a ningún candidato asumir ese compromiso con todas sus letras.

En esta última elección yo tampoco hice parte de la campaña de Gustavo Petro ni sostuve conversación alguna con él como candidato, o con su equipo en temas internacionales. Presumí que el compromiso seguía intacto y que en la medida en que no había sido sujeto de ninguna revisión, no debería haber cambiado. Consecuentemente, voté por él. Cuando inició el gobierno y de él empezaron a ser parte personas que habían criticado duramente nombramientos poco idóneos durante la administración Duque, y cuando David Racero fue elegido presidente de la Cámara de Representantes (un congresista que le hizo seguimiento juicioso a los nombramientos politiqueros en la diplomacia del anterior gobierno), creí que el terreno estaba allanado para que se iniciase un cambio real en esta materia.

En esta parte de la argumentación es donde entran los cínicos de siempre a recordarme que la culpa es mía por haberle creído a Petro. Como si para votar por alguien todos no necesitásemos otorgarle una mínima dosis de credibilidad al político que estamos eligiendo. Como si adoptar la posición de no creerle nada a nadie y dejar de votar o votar sistemáticamente en blanco fuera a producir un cambio radical en la forma de hacer las cosas en este país. Yo prefiero creer, procesar la desilusión, y después reclamar. Creer y después señalar el engaño y pedir cuentas. Creer y después visibilizar la falta de honestidad y el oportunismo.

Para mí, como internacionalista, uno de los temas que define fundamentalmente por quién voto es el conocimiento y la intención de transformar nuestra política exterior que tenga el político en cuestión. Por eso jamás se me ocurrió votar por Rodolfo Hernández. Por eso si me devuelven en el tiempo, volvería a votar por Petro y me volvería a sentar a escribir esta columna. Y le volvería a pedir como lo hago aquí, que, si no quiere continuar creando una masa de cínicos desprendidos de la discusión política nacional, ciudadanos en no ejercicio, apáticos y desconfiados, si quiere realmente constituirse en el cambio que prometió, que salga y dé la cara. Que me explique a mí, que estuve sentada al lado suyo mientras estaba diciendo lo que dijo, y al resto de colombianos que vieron ese video, por qué abandonó esa promesa. Yo estoy dispuesta a escuchar la explicación y hacer de ella un punto de partida en la construcción de una reflexión sobre cómo mejorar nuestro servicio diplomático. Porque hay que reconocer los obstáculos y su naturaleza para poder superarlos.

Pero me temo que muchos colombianos y yo nos quedaremos sin explicación. Y ese silencio seguramente tiene que ver con el adagio que sugiere que, en política, si uno quiere seguir comiendo tranquilo, es mejor no ver cómo se hace la salchicha. Creo que Petro se está ensuciando las manos mientras hace la salchicha y prefiere no contarnos lo que está viendo de primera mano.

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