Gabriel Silva Luján
20 Noviembre 2022

Gabriel Silva Luján

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Al comienzo de los años noventa, el escritor Mario Vargas Llosa dijo sobre México y el Partido Revolucionario Institucional (PRI) que, “La dictadura perfecta no es el comunismo, no es la Unión Soviética, tampoco Fidel Castro; la dictadura perfecta es México. Porque es una dictadura camuflada”. Mucha razón le cabe a Vargas Llosa dado que el PRI gobernó ese país de manera hegemónica durante más de dos tercios del siglo XX.

Existen muchas interpretaciones históricas que buscan explicar las razones que permitieron que ese partido, hijo de la revolución mexicana, se convirtiera en la práctica en partido único. La mayoría coincide en que la nacionalización del petróleo y la inmersión profunda del Estado en la actividad económica -con una presencia muy significativa de institutos, agencias, empresas y entidades públicas en todos los sectores- le dieron al PRI una capacidad enorme para perpetuarse.

Con un sistema altamente regimentado de cooptación clientelista de los liderazgos políticos y sociales, con una retórica populista y revolucionaria, con el nacionalismo como excusa, con subsidios perennes a la población, con barreras legales de entrada a cualquiera que quisiera romper el monopolio, y con la asignación a dedo de privilegios a los empresarios, el PRI se mantuvo hegemónicamente en el poder hasta el año 2000. La parte más interesante del modelo es que lo logró realizando elecciones y con una institucionalidad “democrática”.

Si se unen los puntos de las señales que está dando el Pacto Histórico y el gobierno en el frente legislativo, político y económico se puede concluir que en su corazoncito reside el sueño de convertirse en un partido hegemónico, al estilo del PRI. El presidente Petro tendrá a su disposición no solo los 15 billones anuales de pesos adicionales que heredó de la reforma pasada, también los 20 billones anuales de la recientemente aprobada, las utilidades extraordinarias de Ecopetrol que durarán un par de años más y el 85 por ciento de las cotizaciones para pensión de los colombianos, de aprobarse la reforma pensional. Y claramente no se está pensando en que estos recursos vayan a reducir el déficit fiscal. Como lo dijo Rudolf Hommes en un reciente trino, el gobierno ya anuncia una segunda adición presupuestal y que “correrán ríos de leche y miel”.

La coalición del gobierno en el Congreso no es más que un pacto burocrático, de repartición clientelista a la mexicana, que se apuntalará aún más con los billones de nuevo gasto disponibles. Ya los congresistas de los partidos miembros le obedecen más a Petro que a sus directivas. Ese comportamiento en la práctica significa que el bloque gobiernista actúa hoy como partido único. Y con la reforma política ya no solo votarán con el gobierno, también se van a ir con sus corotos al Pacto Histórico gracias a la supresión del castigo al transfuguismo.

Y como para no dejar dudas el Partido Conservador, con el guiño del gobierno, quieren alargar el periodo presidencial y el de los congresistas para que se parezca un poquito al sexenio de los mexicanos. Además, imponer la lista cerrada obligatoria -como aspira la reforma política- es el retorno del bolígrafo, en el que el jefe del partido puede acabar o exaltar electoralmente a quien quiera según su conveniencia. Así pasaba en el PRI.

Ya se ha señalado en esta columna, y por muchos analistas, la creciente animadversión del Pacto Histórico y del propio Petro hacia los medios de comunicación. Ahora se quiere hacer creer al país que la crítica periodística al gobierno o las expresiones de disentimiento son una conspiración de los poderosos contra el cambio. También en México la censura con la justificación de que ciertos opositores eran enemigos de México y de la revolución estaba en el orden del día.

Ya nadie se acuerda cómo fue que empezó el tema de la paz total. El hermano del presidente Petro recorriendo las cárceles para promover entre los grandes capos, que aún mandan y mucho desde las cárceles, el “perdón social” a pocos días de las elecciones. No pocos medios señalaron que esas conversaciones tenían la intención de reclutar a estos capos para alinearlos electoralmente en favor de Petro. La forma en que se está diseñando “la paz” con las estructuras y organizaciones criminales indica que habrá una “tregua multilateral” en la que los actores criminales mantendrán el control social, y por lo tanto político, en las zonas en que obtienen sus rentas ilegales.

No es descabellado imaginarse que en esos territorios también el Pacto Histórico, que actuará desde el gobierno de administrador de los beneficios del perdón y el olvido, obtendrá una solidaridad político-electoral garantizada a rajatabla por los barones criminales con la amenaza y la subyugación de la ciudadanía. Basta ver cómo en México los acuerdos de convivencia y de paz entre las autoridades regionales y locales, en las zonas controladas por los carteles, han tenido evidentes consecuencias electorales y ninguna en cuanto disminuir el poder de la mafia.

En un foro sobre la situación política expresé mi temor de que el Pacto Histórico de la mano del gobierno se convirtiera en un PRI colombiano. Un amigo muy ilustre me reclamó que era imposible, que eran circunstancias muy diferentes. No estoy tan seguro. Las semejanzas a las que hemos hecho referencia no parecen ser mera casualidad.

Twitter: @gabrielsilvaluj.

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