Sebastián Nohra
11 Octubre 2022

Sebastián Nohra

Daniel Quintero, el alcalde tuitero

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En estos días el Concejo de Medellín le negó por cuarta vez a Daniel Quintero la solicitud de vender las acciones que EPM tiene en UNE, empresa que fue fruto de una fusión público-privada en 2014. La alcaldía obtendría tres billones por su participación, pero varios concejales no confían en el buen uso de esos recursos y advirtieron que habría un plan para gastar un billón “de afán” durante la campaña 2023.

El alcalde no supo digerir su derrota en el Concejo y armó una nueva pataleta en su cuenta de Twitter, que hoy es quizá la más incendiaria, toda vez que Petro, Uribe y otros han reducido en este tiempo la furia de sus trinos. Quintero le pidió al gobierno nacionalizar Tigo y evocó a la liquidada Telecom, una empresa que terminó desangrada y parasitada por sindicalistas y directivos siniestros. Un arrebato infantil impropio de un líder serio que pdría ver en las derrotas una oportunidad.

El alcalde de Medellín no termina de apropiarse de la dignidad y peso propio de su cargo e insiste con reforzar ese papel de polemista tuitero. De tipo que tiene que lanzar granadas a cada tanto para imponer una agenda artifical, que se hable siempre de él y no dejar morir a los fantasmas que han alimentado su figura y la de su pareja, Diana Osorio. La receta es simple pero consistente. Trinos cortos, incendiarios y siempre dividiendo el análisis o problema en dos categorías irreconcilables: nosotros o ustedes, el cambio-uribismo, pobres-ricos, público-privado o el pueblo vs. el GEA.

En los días en que Uribe fue a Palacio a acercar posiciones, y que Petro y Lafaurie llegaron a un acuerdo sorprendente para cumplir el punto uno del acuerdo de paz, Quintero ha excacerbado la táctica de ponerle el sombrero de uribista a todo el que no lo siga. Es consciente de que el tobogán a la presidencia es más rápido en esa dicotomía con el uribismo y el GEA.

Para ese propósito ha sabido y querido destrozar el tejido social que catapultó a Medellin en las últimas décadas. Toda una red rica, interesante y atípica en Colombia construida entre la academía, la política, la gran empresa y los ciudadanos. En Medellín había instituciones e ideas inmunes a la politización, pero llegó Quintero como un buldócer a arrasar y construir su propia ciudadela diseñada expresamente para su camino a la presidencia.

El alcalde ha generado hábilmente un clima de confrotación permanente, azuzado por el resentimiento y el relato de que Medellín ha sido saqueada por una oligarquía mafiosa. El empeño es que la política y la ciudadanía peleen orbitando la figura de Daniel Quintero y que él representa un movimiento que llegó a depurar una casta corrupta. Pero sus alianzas con un amplio listado de políticos tradicionales y corruptos evaporan el relato. Ha destruido buena parte de la buena herencia y programas que funcionaban en la ciudad y tiene a toda la administración a merced de su proyecto personal, poniendo y quitando secretarios al ritmo del calendario electoral.

Quintero es un alcalde impulsivo que cuando hay discusiones escribe con las manos calientes, pero no dimensiona que sus tuits son balas que lastiman. Que descapitalizan empresas, ahuyentan inversión y estigmatizan opositores. Pero se muestra muy cómodo y contento en ese rol de mandatario, tuitero, “candidato presidencial” y polemista. El drama es que el afán que tiene Quintero de pertenecer a la familia de los caudillos y de dinamitar a la ciudad para entapetar su llegada a Palacio, está siendo muy costoso para Medellín.

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