Gabriel Silva Luján
9 Octubre 2022

Gabriel Silva Luján

Dios los cría…

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

Malcolm Deas -el británico que más conoce la historia y la realidad colombianas- decía, ante la incredulidad de sus contertulios, que no le sorprendería si Petro una vez en el poder fraguara algún tipo de acuerdo con Álvaro Uribe. Pues bien, parecería que la clarividencia del famoso profesor de Oxford terminó siendo cierta. Ya se han reunido públicamente en dos ocasiones, una como presidente electo y la segunda ya con Petro sentado, un tris incómodo, en el solio de Bolívar.

No deja de ser un poco desconcertante observar que quienes fueron enemigos acérrimos y se cruzaron los más duros epítetos ahora conversen con una afabilidad propia de los mejores amigos. Nadie podría criticar ese hecho que en principio es una forma bienvenida de desescalar la polarización política, a la que se le atribuye con razón muchos de los males de Colombia. Sin embargo, aplicando el sabio axioma que dice que en política nada ocurre solamente inspirado por las buenas intenciones, cabe preguntarse qué hay detrás de esa aparente fraternidad.

Mirando con más detenimiento se encuentra que de pronto no es tan exótico que existan muchos más temas de convergencia entre el uribismo y el petrismo de lo que indicarían las pugnacidades del pasado. Tanto Petro como Uribe tienen esa característica, ese talante, caudillista y populista que los atrae e identifica. Los dos se regodean en Twitter y en los encuentros con las masas, a lo Trump. Ambos se consideran refundadores de la Patria y son profundamente anti-establecimiento, aunque el objetivo de su rebeldía sea distinto. También está ese dejo compartido de desdén por la democracia. No hay tanta distancia entre la frecuente apelación al “estado de opinión” de Uribe, cuando la vía institucional no le era favorable, y la amenaza petrista de “sacar el pueblo a la calle” ante cualquier tropiezo político a sus designios.

Petro ha dicho que cuatro años no son suficientes para hacer realidad el cambio. Un periodo presidencial tampoco fue suficiente para Álvaro Uribe. No solo modificó la Constitución para hacerse reelegir, sino que trató de prolongar cuatro años más su mandato. A los del Pacto Histórico se les oye reclamar con frecuencia que no es justo que Santos y Uribe tuvieran ocho años pero que ellos deban contentarse con un único periodo presidencial. No es hilar muy delgado pensar que en el fondo de su corazón estos recientes contertulios coinciden en su aspiración a una nueva modificación de la carta fundamental que permita su “eterno retorno” al poder.

Ambos, el petrismo y el uribismo, desconfían del mercado y consideran que el Ejecutivo debe tener un papel activo y directo en la conducción de la economía. Ambos han estado proactivamente cuestionando la independencia del Banco de la República y el uso de las tasas de interés como herramienta antiinflacionaria. La ortodoxia económica no es precisamente su fuerte y tienen un gran apetito por la deuda, el gasto público y los subsidios. En materia del proyecto de la paz total no se puede olvidar que Uribe adelantó un proceso con las organizaciones criminales del paramilitarismo no muy distinto conceptualmente que el propuesto ahora por Petro con su iniciativa de “acogimiento a la justicia” de las bandas criminales y de otras estructuras delincuenciales.

La popularidad del Centro Democrático y del propio Uribe están en sus mínimos históricos. Los resultados electorales les fueron bien desfavorables. Por eso estamos, otra vez, ante un nuevo Álvaro Uribe que deja de lado sus feroces sectarismos y posiciones radicales para enarbolar la bandera de la “Patria”. Ahora su consigna es “Colombia, un propósito superior”. Muy hábilmente el uribismo ha abierto dos frentes: por un lado, el Centro Democrático declarado en oposición atacando todo, y por el otro el expresidente convergiendo sobre aquellas iniciativas que le interesan, reforzando así su imagen de moderado y de patriota.

Y entonces cabe preguntarse, ¿y qué gana Petro relanzando a Uribe? El primer mandatario sabe que los resultados electorales y el desprestigio de la derecha hacen inocua e ineficaz la oposición de las palomitas y las cabales. Además, al elevar al expresidente Uribe a la condición de único interlocutor en la oposición logra legitimar ante el establecimiento muchas de las controversiales políticas públicas en las que coinciden ellos dos. Pero lo más importante, Petro busca hacerle creer al país que el Centro Democrático es la única oposición, negando a los millones de ciudadanos independientes, centristas, amigos de la democracia liberal, progresistas, que creen en las instituciones, y que rechazan muchas de las iniciativas del actual gobierno. Petro sabe que ese sí es el verdadero enemigo. Petro sabe que allí reside el verdadero dique que puede impedir la perpetuación del Pacto Histórico en el poder.
 
Twitter: @gabrielsilvaluj

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí

Más Columnas