Jaime Honorio González
26 Agosto 2022

Jaime Honorio González

El amor acaba

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Conocí a Shakira Isabel en una calle bogotana, la tarde de un jueves de mil novecientos noventa y cinco. Yo le estiré la mano para saludarla y ella me estampó un beso en la mejilla. Yo pensé que iba a dominar la escena y a partir de ese momento, ella manejó todo. Yo quise mantener la distancia recomendada con el personaje y a los pocos minutos iba detrás, buscando estar lo más cerca posible de ella. Yo acababa de cumplir veintiséis y ella dieciocho. Yo hacía mis pinitos como cronista de farándula y ella estaba a punto de tragarse el mundo: era la antesala de Pies descalzos.

Al final, yo fracasé como contador de historias —excepto las que a veces republico— y ella vendió cinco millones de copias. Solo de ese disco.

Cuando la vi venir en la distancia, me pareció realmente bajita. Pero, apenas me habló y dejó salir su tumbao, sentí que fue creciendo y ahí quedé prácticamente flechado. Excepto por un amor platónico, la cantante era mi primer acercamiento real con una costeña de esas entradoras, desparpajadas, de risa sonora, muy diferente a las cachacas con las que crecí, más formales, más dulces, más suaves, apenas para mí.

Mantuve mi compostura. Debía rodar con ella un reportaje para “Punto Final” —la sección de cierre de NTC Noticias— y mientras comenzaba a pensar en imágenes la historia que debía contar, me soltó una acentuada frase:

- Bueno, y entonces ¿qué hacemos?

Tocó improvisar.

- Pues la idea es hablar un poco con la gente y ahí vamos viendo.

No me acuerdo con cuál genio de las cámaras me tocó aquella vez, pero en ese noticiero los milagrosos eran ellos y no los periodistas. Y aquel jueves no fue la excepción. Ese buen hombre me salvó porque imágenes maravillosas hubo para dar y convidar. Además, yo siempre tuve un as bajo la manga: el editor. No he podido revisar ese material porque está guardado en el formato tres cuartos, a la espera de una pronta digitalización.

En todo caso, a ella también le tocó improvisar. La grabamos en plena calle, caminando entre los carros, hablando con los sorprendidos conductores, con aquellos que la identificaron y con los que no, ella como flotando, y yo detrás, contra el piso.

De pronto, vi una oportunidad.

- ¿Te gusta el helado?

- Uy sí, claro. Me encanta.

Era una obviedad. Pero, las obviedades son maravillosas a la hora de romper el hielo.

- Te invito uno.

Entonces le señalé un local en la esquina nororiental de la diecinueve con ciento veintidós, que hacía furor en la ciudad: Benny´s. Ya no existe.

Recuerdo que probó de todos. Recuerdo que el vendedor no supo quién era ella hasta que yo se lo advertí. Recuerdo que —después— él quedó tan impresionado con ella como yo. Recuerdo sus ojos redondos, recuerdo que ella iba con alguien, recuerdo que se fue en taxi. Pero no me acuerdo de cómo la despedí.

Tengo amigos que tienen mejores historias con ella que yo. Que fueron a tomar vino caliente a esos sitios donde uno se sentaba en el piso, sobre cojines, hay foto; incluso conozco a otro al que ella le mandaba flores agradeciéndole algún consejo en el inicio de su carrera, aunque él debe seguir creyendo que era por guapo.

Qué importa.

Unos meses después, llegó al noticiero una invitación general a la rueda de prensa de la gran Shakira en Casa Medina, el tremendo hotel de la carrera séptima en Bogotá, donde presentaría a los medios algún álbum o alguna canción, en realidad no me acuerdo.

Cuando la pude saludar, por supuesto ella no me reconoció. O no se acordó. Siempre he sido un iluso, así que —desengañado por completo— decidí no quedarme a la rueda de prensa y me fui a la casa, aburrido.

Desde esa época, incluso desde mucho antes, su vida, obra y milagros han estado en boca de todos. Es una mujer con un talento impresionante, grande entre los grandes, leyenda entre los inmortales, ahora buscando superar un despecho aferrada a sus hijos, que también lo son del causante de sus desgracias.

Hay por ahí unos cuantos personajes dedicados a buscar cualquier comentario o rumor o parecer para explotarlo al máximo y ganar clics y más clics sobre una relación que se terminó, como muchas relaciones que se terminan, entre una estrella mundial de la música y un jugador a punto de jubilarse, como futbolista claro está, porque ahora está soltero, decidido a mostrarle al planeta entero que él también se puede comer el mundo.

En España han cerrado filas contra la cantante, de forma innecesaria, me parece. En Colombia, el machismo dominante muestra sus fauces con “quién la manda meterse con menores” (Piqué es diez años menor que ella) o el popular “así joderá” (en referencia a la barranquillera) o cosas peores.

Tampoco es que Piqué sea el diablo. Ni el hombre perfecto. Es un tipo normal, nieto de un vicepresidente del Barcelona F.C., que ganó todo como jugador y —además— un exitoso empresario de apenas treinta y cinco años. Creo que era una bonita pareja, pero todo se acaba.

La buena noticia de todo esto es saber que el próximo álbum de Shakira va a ser una cosa de locos, de tremendas letras, de canciones inolvidables. Ya lo verán. Nada como el dolor en el alma para que aflore la inspiración.

En todo caso, no será fácil superar “Si te vas”, canción publicada en el noventa y nueve, cuando Gerard apenas despuntaba en La Masía. Con esa letra ya le dijo todo.

Yo, en cambio, para esos difíciles momentos que varias veces padecí, cantaba otra canción a grito herido. Y siempre funcionó. Te la recomiendo, querida Shak.

Porque el tiempo tiene grietas
porque grietas tiene el alma
porque nada es para siempre
que hasta la belleza cansa
El amor acaba.

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