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Hay que ser justos. Debemos agradecer a la tan poderosa como tenebrosa corrupción que pervive en la Federación Internacional de Fútbol Asociado, la FIFA, el poder asistir —sin la menor distracción— al increíble espectáculo que viene dándose a diario en este país por cuenta de la elección presidencial. Y —también hay que decirlo— lo estamos viendo gratis, como nos gusta.

Cada cuatro años se nos mezclaban los avatares de la competencia por llegar a la Casa de Nariño con la avalancha mediática sobre el Mundial de Fútbol, que siempre se jugaba a mitad de año. Pero esta vez no. Esta vez no hay cubrimientos especiales desde algún lejano lugar que nos distraiga un solo segundo y entonces —con toda tranquilidad— podemos apreciar, analizar, comentar, maldecir, reír y llorar por cuenta de las alianzas, las traiciones, los anuncios, los apoyos, las sorpresas y —especialmente— las vilezas que suceden a diario en este maravilloso país.

No habrá México 70 ni ningún Pelé por ahí que ayude a echarle tierrita a los insucesos de la famosa elección del 19 de abril. Porque, hay que decirlo, fue la primera vez que los colombianos pudieron ver algunos partidos en directo del famoso evento por la televisión. Y eso, a distraer, en algo ayudó.

Tampoco habrá Italia 90 que nos haga olvidar —aunque fuera por unos momentos— que en apenas ocho meses mataron a sangre fría a tres candidatos presidenciales, en una tarima, en una calle, en un avión. Como Dios, la muerte en Colombia también está en todas partes.

Y menos tendremos un Estados Unidos 94 que le robe titulares al hecho de que los narcos hubieran financiado una campaña presidencial. Porque así fue.

Esta vez no hubo ni habrá gol de Yepes ni Ricardo Jorge ni Odebretch ni Ñeñe alguno que nos distraiga en lo más mínimo.

No, esta vez no porque, gracias a la compra-venta por unos buenos millones de dólares, el Mundial será en noviembre y no ahora en junio, en Qatar —allí jugarán los que clasificaron— donde estará haciendo un poquito de calor, apenas 49 grados. En cambio, a final de año, los llevaderos 30.

Por eso, en este 2022 los colombianos, todos sin excepción, disfrutamos —y al mismo tiempo padecemos— con inimaginables escenas que ni el más avezado de los libretistas pudo haber creado, ya quisiera Chespirito haberlas escrito o El Chavo y sus amigos haberlas protagonizado, porque —ahora que lo pienso— aquí también tenemos a un viejito de Tangamandapio, que creo que es una lejana vereda en Santander, y hasta a un hijo del señor Barriga que acaba de recordarnos que él ya había advertido que iba a votar por el Cartero. De todo hay video.

Y yo creo que nosotros los electores colombianos venimos a ser Don Ramón, el mejor actor de ese tremendo elenco interpretando el papel del más pobre, el más noble, también el más pendejo, el que siempre soporta estoico la injusta cachetada de la vecina, debiendo eternamente 14 meses de renta, pero —cada vez que puede— dándole un emparedado de jamón al hambriento niño del barril.

Porque está más que probado que en este país son más generosos los que menos tienen. Tal vez porque saben, en carne propia, lo que es sentir el hambre.

Y qué tal las volteretas. Ya quisiera el Circo del Sol, o aunque sea el de los Hermanos Gasca, qué importa, presentar bajo su gran carpa al acróbata de acróbatas, señor de todos los aires, gran dueño de las alturas, el único artista capaz de pasar de un partido a otro, de una ideología a otra, de una campaña a otra, de un gobierno a otro, prácticamente sin despeinarse (ahora ya le queda fácil), capaz de apoyar a cada uno de los dos extremos y no haber fallado en el intento, de haber apostado por la paz y antes apoyado la guerra, siempre fiel al movimiento político que indefectiblemente cumpla con dos condiciones innegociables: que vaya ganando y que termine en ismo.

No es fácil.

Y bueno, el más reciente caso de contorsionismo político se completó ayer. Hace unos meses, de repente se apareció en el ruedo y la vimos sentada ayudando a compaginar los egos del centro que comenzaba a abrirse paso y cuando estaban a punto de lograrlo, giró hacia ella misma y se lanzó por el boquete que abrió y que se convirtió en el principio del fin de lo mismo que ella había ayudado a formar. Para nosotros los espectadores, fue un sorprendente movimiento, digno de todos los aplausos, de no ser porque no estábamos en el circo sino en la vida real.

Pero allí no terminó. Sucedió lo mismo que al final de un buen espectáculo cuando el artista se despide y de pronto regresa para sorpresa del público a presentar su mejor acto, el más acrobático, el más atrevido, el de —faltando apenas una semana para la votación— encaramarse en la campaña que repunta, eso sí dejando firmado que, en caso de perder, puede decidir libremente a quién apoyar. Una arriesgadísima maniobra nunca o muy pocas veces vista.

Mis respetos.
 
Y qué me dicen del espectáculo de las encuestas, donde cada 24 horas aparece una bien diferente a la anterior, incluso ha habido días de dos encuestas, es que me parece que ahora hay más firmas encuestadoras que encuestados, todas de una credibilidad impresionante, por supuesto dependiendo de a quién favorezcan, todas tan creativas para presentar —de la misma forma— siempre los mismos resultados, todas tan profundamente panditas, todas avisando un resultado al que nunca le atinan pero al que siempre justifican, ese negocio de las encuestas como la máxima expresión de la infalibilidad, aunque —para ser realistas— con tanta frecuencia fallen.

Del circo de la derecha, ya habrá tiempo después. Por ahora, en una semana, la suerte estará echada y entonces nos prepararemos para la segunda vuelta. Por lo visto, lo que nos espera en materia de espectáculo es de alquilar balcón. Así que vayan comprando sus boletas.

Ah no, verdad que verlo es gratis. El verdadero precio lo pagaremos cada día de los próximos cuatro años. Y con intereses. Ya verán.

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