Valeria Santos
6 Abril 2022

Valeria Santos

El grito del pueblo

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“La última palabra” la tendrá el pueblo mexicano este domingo sobre la refrendación del mandato del presidente Andrés Manuel López Obrador, AMLO. Una última palabra no vinculante, ni representativa, que será utilizada por el mandatario mexicano para seguir cultivando el odio y la división: la oligarquía neoliberal contra el pueblo. Y aunque no será unísono, el grito del pueblo servirá como cortina para seguir minimizando masacres, feminicidios, ecocidios y asesinatos a periodistas. 

Como el hijo malcriado de la patria, AMLO insistió en gastarse millones en una consulta ilegítima para preguntarle al pueblo si debería seguir siendo el presidente de los mexicanos. Un proceso que, cargado de mentiras e irregularidades, enfrentó a todo el poder de un gobierno contra la autoridad electoral, INE, solo para alimentar el ego del mandatario. 

Ya es una costumbre que el gobierno actual acuda a la democracia directa para justificar sus decisiones. Los mexicanos fueron convocados a las urnas para que votaran si los expresidentes deberían someterse a la justicia. Más allá de la usurpación de las facultades jurisdiccionales que traía implícita la pregunta, la consulta tuvo una participación pírrica y estuvo lejos de cumplir con el mínimo del 40 por ciento del censo electoral para ser vinculante.

Para evadir su responsabilidad, AMLO también le preguntó al pueblo si estaba de acuerdo con la construcción del Tren Maya, la cancelación del aeropuerto de Texcoco, la construcción del istmo de Tehuantepec y una cervecería en Baja California. Los gravísimos e irreversibles impactos ambientales y sociales de los proyectos estrella de la Cuarta Transformación han sido justificados bajo la consigna: “El pueblo lo decidió”. 

¿Será que el pueblo también decidió que estos megaproyectos se hicieran sin licitación, por adjudicación directa y con serios cuestionamientos de corrupción?

En campaña, al presidente de México le preguntaron si estaba de acuerdo con el aborto o el matrimonio homosexual. El mandatario contestó que había que preguntarle al pueblo. Pero lo que caprichosamente ignora el mandatario, es que por más alto que griten los mexicanos, los derechos humanos no se pueden someter a las mayorías. Lo popular muchas veces es enemigo de lo correcto. 

La “tiranía de las mayorías” le ha servido a López Obrador –que tiene una favorabilidad cercana al 60 por ciento, y controla la mayoría del Congreso y de las gobernaciones– para mandar sin rendir cuentas. 

Las eternas mañaneras, llenas de lugares comunes y acusaciones a los periodistas, están lejos de ser un escenario democrático. Bajo la falacia de hablarle directamente al pueblo, todas las mañanas, por medio de una conferencia de prensa, se implanta meticulosamente una narrativa de odio y confrontación: los que no están con el obradorismo, son traidores de la patria o mercenarios, como los tildó Morena, el partido de gobierno. 

Las preguntas sobre los devastadores efectos de la pandemia, el lamentable sistema de salud, la escalada de la violencia, la militarización del país, los dudosos contratos de su hijo con una petrolera o los atropellos contra la diáspora centroamericana son respondidas a diario por el mandatario con ambigüedades y acusaciones contra las élites mexicanas. 

El personalismo y el populismo de AMLO son un peligro para la democracia mexicana como bien lo denunció el semanario The Economist en su portada ‘El falso Mesías’. Las instituciones mexicanas se desangran todos los días mientras el gobierno distrae al pueblo con acciones salidas del manual del populista como rebajarse el sueldo o vender el avión presidencial.

Pero eso sí, a la hora de condenar la invasión de Rusia a Ucrania, los crímenes de lesa humanidad cometidos por el presidente Vladimir Putin, las dictaduras de Daniel Ortega y Nicolás Maduro o el autoritarismo y las violaciones a los derechos humanos del régimen cubano, el gobierno mexicano guarda silencio. 

Mientras manifiesta que “la mejor política exterior es una buena política interior”, AMLO le da asilo político a Evo Morales, ataca a la OEA, convierte a la frontera sur de México en el muro de Estados Unidos, pide una pausa en las relaciones con España para reflexionar, recibe a Lula da Silva como un héroe y conspira con el presidente Fernández para crear una alianza en el continente americano. 

Aunque el domingo seguramente la participación en la consulta no le alcanzará para ser vinculante, López Obrador dirá que el pueblo mexicano se manifestó y lo refrendó. También acusará al INE de neoliberal y conservador. Los atropellos contra la democracia se seguirán profundizando en los próximos tres años y serán justificados en “la última palabra” de un pueblo que en realidad no votó. Y aunque el presidente de México seguirá atacando y usando a la oposición como un distractor, al final, el silencio de las personas que no votarán el domingo será el grito más fuerte.

Más vale que Colombia se mire en el ombligo de México. Un presidente populista que ataca a la prensa, les da la espalda a las feministas, divide a la sociedad y promueve el odio de clases, nunca podrá ser un demócrata. 

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