Jaime Honorio González
11 Junio 2022

Jaime Honorio González

El hombrecito

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Elegiremos entre el odio y el miedo. No es un panorama alentador. Pero es lo que hay.

El odio es a Gustavo Petro, en general por su pasado guerrillero, por su militancia en el M, el grupo que atacó al Palacio de Justicia, esa herida que permanece abierta y que difícilmente cerrará. Por lo menos en los próximos 50 años.

El miedo es a Rodolfo Hernández, en general por su carácter descontrolado, explosivo, visceral, el típico energúmeno que insulta por teléfono al que le lleve la contraria y está listo a irse a los golpes, de ser necesario.

Los detractores de Petro consideran un tiro en el pie, seguramente en el derecho, elegir a Gustavo. Son implacables en asegurar que el exalcalde de Bogotá se atornillará a la silla presidencial por tiempo indefinido, que la inversión extranjera saldrá despavorida para nunca más regresar, que los empresarios colombianos venderán lo que tengan y se irán a otros países junto con sus fortunas —grandes o pequeñas, no importa—, que expropiará las fincas de todos, de todos los que tengan finca, para repartirlas entre todos los pobres que ahora serán nuevos ricos, muy parecido a lo que sucedía en los bosques de Sherwood, que iniciará un renovado proceso de venezolanización, que los agentes de inteligencia cubanos se adueñarán de nuestros secretos. En fin, una interminable lista que mete miedo, muchísimo miedo. No obstante, la mayoría de sus detractores sabe que nada de eso es posible, pero lo repiten como loro mojado porque el odio les gana.

Los detractores de Hernández consideran un tiro en el pie, seguramente en el izquierdo, elegir a Rodolfo. Son inflexibles en afirmar que una vez convierta la Casa de Nariño en museo —como lo anunció— manejará el país desde Bucaramanga como si fuera su propia finca. A mí eso no me parece tan extraño. Nos gobernaron así ocho años y a la mayoría le gustaba. Fueron los tiempos en que todos pudimos volver a las fincas, aunque casi nadie tuviera una de esas.

También aseguran que Rodolfo repetirá todas y cada una de las sandeces que ha dicho por ahí, solo que con aire presidencial. Por ejemplo, “jueputa, le pego su tiro, malparido”, como se lo gritó a un cliente en seis minutos de discusión telefónica en la que le lanzó cuarenta y un madrazos, vendría a ser una versión recargada —recargadísima— de “le doy en la cara, marica”, que hizo carrera en Colombia y ahora forma parte de nuestro lenguaje popular, a tal punto que ya es un legendario meme. La frase, claro está.

O la de “me limpio el culo con esa ley” que le lanzó a una funcionaria que se negaba a cometer una irregularidad al escribir un apodo en vez de un nombre. Si a eso le suma su bandera de cortar la corrupción de raíz, de combatir a los politiqueros y de acabar la robadera, el siguiente paso será cerrar el Congreso en medio del aplauso de la galería que odia a los políticos más que a nada en el mundo. Y sin Congreso, la dictadura llegará, y la frase con la que inicié el párrafo será pan de cada día.

O el lío con el Vaticano y toda la Iglesia católica donde se le escape algo parecido a “Yo recibo a la virgen santísima y todas las prostitutas que vivan en el mismo barrio con ella”. Mi madre diría que eso es no tener temor de Dios. Y hasta suena lógico con esos bravucones que pregonan no tenerle miedo a nada.

Por eso me sorprendió que anunciara desde Miami que no regresaba al país porque había versiones de que lo iban a matar a cuchillo limpio en una manifestación o en un aeropuerto; y sentía físico miedo. “La verdad, nunca me había dado miedo. Ahora sí lo tengo”, dijo en Estados Unidos. Miedo que —por fortuna— superó bien rapidito, a las pocas horas, con una llamada al ministro de Interior, que sencillamente le redobló la seguridad. Y ya anunció su regreso.

Esa impulsividad es la que, temen muchos, sería peligrosísima para el país si le aflorara —por ejemplo— a la hora de resolver algún asunto sobre Venezuela. Qué tal que le dé una rabieta con Maduro, especialista en enfurecer a los colombianos, y el dictador ordene mover tanques a la frontera, como ya lo ha hecho, y Rodolfo, que no se deja de nadie, se le ocurra ordenar lo mismo. Y así, viendo a ver cuál es más macho.

Sin embargo, la declaración que me parece menos peligrosa es la que creo que mejor lo retrata: “Yo mismo financio los edificitos que hago y yo cojo las hipotecas, que esa es la vaca de leche, imagine, quince años un hombrecito pagándome intereses, eso es una delicia”.

Sí, Petro fue guerrillero. Y formó parte del M-19. Y todo lo que ustedes quieran. Pero me causa verdadera repugnancia ese honestísimo aire de desprecio con el que Rodolfo se refiere a las personas de menores recursos que él. Que somos casi todos en este país.

Aprovecho para decirlo: yo soy uno de esos hombrecitos hipotecado por quince años a pagar intereses mes a mes. Aunque ya casi acabo, solo me faltan tres largos años para dejar de ser vaca lechera. Una delicia.

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