Lucas Pombo
8 Febrero 2022

Lucas Pombo

El Niño Dios son los papás

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Íngrid Betancourt y Rodolfo Hernández pusieron a bailar a todos a su ritmo. Con un discurso anticorrupción —tan gaseoso como efectivo—, los dos candidatos les impusieron a sus contradictores un estándar imposible de cumplir: hacer política sin políticos. 

Líneas rojas por todos lados: “Petro es un traidor por buscar el apoyo del Partido Liberal”, “Alejandro Gaviria le abrió la puerta del Centro a Cambio Radical”, “Enrique Peñalosa se entregó por un aval a la politiquería de La U”. Qué peligro la Santa Inquisición de la política colombiana, señalando qué alianzas son pecados mortales, como si solamente fuera incorruptible quien llegue solo a la primera vuelta.

Claro, los partidos, con su falta de principios programáticos y su clientelismo descarado —y muchas veces corrupto—, son responsables de erosionar la confianza de los colombianos. Sin embargo, las reglas del juego son claras y tarde o temprano, en campaña o como Gobierno, los candidatos del dedo acusador van a necesitar a esos partidos y terminarán cayendo en el pecado original de las alianzas. En ese momento, quienes borraron los límites entre la corrupción y el ejercicio normal de la política serán víctimas del ambiente macartista que ayudaron a crear.

No es una película nueva. Durante ocho años el uribismo abusó de la expresión “mermelada” para ganar elecciones, metiendo en un mismo saco prácticas de clientelismo corrupto y dinámicas legítimas de la democracia deliberativa. Esa estrategia la terminó pagando cara el gobierno Duque, cuya relación con el Congreso siempre se vio desde el lente de la presunción de corrupción.

Cuando la política se hace por encima de la mesa, la ciudadanía sabe qué esperar y tiene una capacidad de veeduría mayor a cuando los acuerdos se hacen subrepticiamente, mientras se señala a otros desde el Olimpo moral. Al final, termina siendo más transparente quien lleva las banderas de un partido que quien, solapado, se esconde detrás de miles de firmas para lavar sus pecados pasados y futuros.

Los políticos no son bacterias y el ejercicio político no es un campo quirúrgico. La búsqueda de coaliciones improbables es el motor de las grandes reformas. Pretender que el cambio llegue de la mano de un elegido que cabalgue por encima de la política es peligroso. El personalismo tiene la particularidad de no rendirle cuentas a nadie y de poner a las personas por encima de las instituciones. Cuando todo es corrupción, nada lo es y cuando las líneas rojas son tantas que paralizan el ejercicio político, no hay hacia dónde avanzar.

Recuerdo cuando me contaron que quien traía regalos en Navidad no era el Niño Dios, sino mis padres. Me sentí traicionado. Sin embargo, a la larga fue mejor saberlo a vivir en un estado de plácida ignorancia. No nos engañemos. Como los regalos, las alianzas políticas aparecerán debajo del árbol y al final del día más nos vale saber cómo llegaron y quién las puso ahí.

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