Weildler Guerra
17 Agosto 2022

Weildler Guerra

El nuevo Gobierno frente al Caribe

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En su discurso de posesión el pasado 7 de agosto el presidente Gustavo Petro envió un mensaje hacia el Caribe que también es un compromiso. “Buscaremos que San Andrés sea un centro de salud, cultural y educativo del Caribe antillano; de allí   saldrán   todos   los   embajadores de Colombia para las Antillas”, afirmó el primer mandatario esa tarde.  Hay que celebrar que esta inmensa cuenca que comprende archipiélagos, islas y extensos territorios continentales ocupe un lugar relevante en la agenda diplomática de nuestro país. 

Quedan aún preocupantes conflictos limítrofes en las aguas de ese histórico mar: los existentes con Nicaragua y otro dormido, pero aún no resuelto con Venezuela. A ello habría que sumar la reconstrucción de las relaciones diplomáticas con Cuba, maltrechas por una diplomacia basada en las diferencias ideológicas y no en la cooperación entre Estados. Sin embargo, hay también tareas por apuntalar como el transcendental acuerdo de protección ambiental celebrado con Republica Dominicana sobre la cordillera submarina Beata de más de 3 millones de hectáreas y todo lo que de esta declaratoria se pueda derivar en materia de cooperación científica. Por último, hay una antigua deuda histórica por cumplir con Haití recientemente acrecentada con el vergonzoso episodio de los mercenarios colombianos involucrados en la muerte del presidente de ese país.

Es necesario que el Gobierno actual tenga en cuenta que esta vasta región no es homogénea. No hay un solo Caribe y ello se deriva de su historicidad. Diversos imperios con sus instituciones políticas y sus lenguas dejaron una huella indeleble en este mosaico de sociedades. De esta manera el Caribe se ha constituido a través de circuitos demográficos, económicos y culturales. Cada región costera colombiana ha tenido sus propios flujos y nexos con lo que el presidente Gustavo  Petro llamó genéricamente como las Antillas. Un ejemplo de ello es ese disperso conjunto insular que es el llamado Caribe holandés. Este se encuentra asociado cultural y económicamente desde siglos a algunas regiones como La Guajira. Esa mirada sutil que nos da la historia debe actuar como un lente esclarecedor en la política hacia el Caribe para evitar distorsiones y brumas en la visión oficial.

La idea de que el Departamento Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina se convierta en un centro de salud, cultural y educativo del Caribe es un acto de justicia histórica.  La vulnerabilidad de este pueblo marítimo no tiene que ver solamente con su situación ante la amenaza de tormentas y huracanes, sino también con una vida que se desarrolla bajo condiciones de riesgo laboral, deficiente acceso a servicios de salud, conectividad y educación. De esta manera, la vida en el ambiente insular no necesariamente implica bienestar ni seguridad ni estabilidad económica.

Esta nueva postura oficial no solo tiene que ver con la política exterior sino con la valoración del mar y de los pueblos marítimos en Colombia. Aunque no existe una concepción uniforme del mar en las distintas sociedades sí es posible encontrar un tipo de geografía cultural asociada a su construcción. El mar puede ser percibido por algunos humanos y por sus gobiernos como un espacio hostil y salvaje desde el que la tierra es un referente grato y tranquilizador, pero también puede ser considerado por otros como un territorio familiar y no amenazante con el que se mantienen fuertes vínculos emocionales.
 

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