Daniel Schwartz
28 Junio 2022

Daniel Schwartz

El nuevo Sancocho Nacional

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Nuevamente el país habla de un Acuerdo Nacional. Quienes apoyamos la candidatura de Gustavo Petro supusimos que su gobierno la tendría difícil, que los sectores retardatarios le harían la vida imposible tanto en la opinión pública como en el Congreso, donde harían triquiñuelas para que ninguna de sus propuestas pudiera ver la luz. Sus ahora opositores, por el contrario, temían que Petro fuera a hacer y deshacer a su antojo. Salvo alguno que otro profeta que dice “se los dije” cuando ya todo ocurrió, nadie previó que Petro lograra en apenas una semana las mayorías en el Congreso. Hoy se habla de un gran acuerdo nacional –¿un Pacto Histórico?– entre todos, o casi todos los sectores políticos.
 
Esta idea de hacer un gran diálogo nacional no es nueva, y en Colombia, país herido por la guerra, hemos tenido una larga trayectoria en la búsqueda de consensos. Entre los más recientes está el Frente Nacional, que logró mermar la violencia bipartidista, pero generó nuevas formas de violencia más profundas y dolorosas. Fue quizá la Constitución de 1991 el primer gran acuerdo nacional que fue más que un mero pacto entre las élites. Sin embargo, seguimos luchando porque ese gran acuerdo entre en vigor. En sus años postreros, Álvaro Gómez buscó eso que llamó el “acuerdo sobre lo fundamental”, pero él, eterno perdedor, jamás pudo hacerlo realidad desde la presidencia. El gobierno de Juan Manuel Santos también lo intentó: el acuerdo de paz con las Farc es más que una simple desmovilización, es un gran acuerdo en el que se propone un país diferente. Santos se encontró, lamentablemente, con una extrema derecha fuerte que se opuso y torpedeó, hasta el día de hoy, el cumplimiento de los acuerdos.
 
Petro iniciará su gobierno con una extrema derecha derrotada y con su máximo líder convertido en un hombre débil, cansado y con ánimos de conciliar, aparentemente. Los sectores políticos tradicionales tampoco brillan con la grandeza de antaño: liberales y conservadores, Cambio Radical y el Partido de la U han renunciado a ganar las elecciones presidenciales, pues en su afán por conservar el poder en el Congreso prefieren aliarse al gobierno de turno y no enfrentarse a una inminente derrota en las urnas. Estos políticos tradicionales –y con “tradicionales” no me refiero al adjetivo burlón que nos quiso vender Rodolfo Hernández– parecen viejos burócratas que guardan silencio detrás del escritorio, trabajan poco y prefieren no contradecir al jefe. Dejaron de lanzar candidatos, de aspirar a grandes cosas, renunciaron a su propia ideología por el deseo simple y mezquino de conservar el poder.
 
El derrotado suele aceptar la invitación del victorioso y ya se anunció el próximo encuentro Petro-Uribe, en el que seguramente el presidente electo hablará en tiempo futuro, de construir juntos y dejar la rencilla a un lado. Como Perón en Argentina, o como el mismo Jaime Bateman con su discurso del Sancocho Nacional, Petro está proponiendo un nuevo gran diálogo nacional que, según entiendo, no será un simple acuerdo entre élites políticas y económicas, sino un acuerdo entre las clases populares y esas élites. Vale recordar que ese era el fin último del M-19 –el think tank que formó a Gustavo Petro–, una guerrilla populista y nacionalista, no comunista, que buscaba una democracia plena en la que las clases populares y las élites políticas pudieran pactar una sociedad más justa y equitativa.
 
Ese es el verdadero populismo, el de Perón, el de Gaitán, el de Bateman, el de Petro, y no esa demagogia de algunos líderes de la izquierda latinoamericana que tantas veces se asimilan como si fueran populismo. Sin embargo, ese gran acuerdo nacional deberá agarrarse con pinzas. Aunque busque incluir a quienes no han sido incluidos, y aunque busque acercar a quienes nunca se han querido acercar, es un pacto que, como todos los pactos, tiene sus riesgos: es posible que sirva como un cinturón que controle las propuestas de Petro que más miedo causan, pero también es el escenario ideal para que algunos de los sectores que ya entraron a la coalición de gobierno torpedeen las propuestas que llevaron a Petro a la Presidencia. De ser así, Petro estaría traicionando a sus electores y traicionándose a sí mismo. 
 
Es importante establecer mayorías y crear acuerdos políticos sobre ciertos propósitos fundamentales, especialmente en un país donde las diferencias políticas se han dirimido con plomo y sangre. Sin embargo, Petro deberá tener muchísimo cuidado: no puede traicionar la esperanza de 11 millones de personas para mantener en el poder a los congresistas del establecimiento.
 
Coda: es también peligroso que no haya una buena oposición al gobierno de Petro. Los congresistas que hacían los mejores debates ahora estarán con el gobierno, o simplemente no harán parte del nuevo Congreso. Como pinta la cosa, la altura en los debates de oposición estará en manos de Paloma Valencia, quizá la única figura del Centro Democrático que vale la pena.

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