Camilo A. Enciso V.
21 Febrero 2022

Camilo A. Enciso V.

El peregrino

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Entre todos los candidatos presidenciales, no hay uno al que le crea menos su alardeado compromiso contra la corrupción que a Rodolfo Hernández. El exalcalde, como buen populista, utiliza el pabellón anticorrupción como bandera política, pero sin creer en ella. Su pobre conocimiento del problema de la corrupción y los recurrentes actos de nepotismo conocidos durante su administración, dan buena cuenta de tal afirmación.  

Sobre lo primero, hay que decir que su campaña no tiene un diagnóstico ni una sola propuesta seria en la materia. Hernández habla de “cero corrupción”, pero no tiene la menor idea de cómo llegar ahí. Asume que ese estado de pureza administrativa en todo Colombia, con sus 32 departamentos, 1105 municipios, cientos de empresas públicas, docenas de miles de colegios, hospitales y “contrataderos”, especialmente creados para robar, se alcanzará por arte de magia, con su llegada al poder. 

Es la receta perfecta para el desastre: un diagnóstico pobre del problema, la inexistencia de un plan claro y la ausencia de herramientas útiles para enfrentarlo, todo condimentado por la arrogancia de quien cree tener, cual alquimista, la fórmula secreta para transformar el polvo en oro, sin siquiera conocer las políticas, estrategias, instituciones y leyes existentes en Colombia, que se ocupan del asunto.

Hace unos días Hernández le dijo a un periodista de Caracol que le pidió su opinión sobre las leyes anticorrupción: “No me sé todas las normas que tiene el Estado, pero lo que sí sé es administrar”.  Tan fácil. Nadie en su sano juicio esperaría que un candidato presidencial se “sepa todas las normas”, pero sí que tenga una noción elemental del origen y estado del arte del problema, las fortalezas y debilidades de la regulación, y algunas propuestas claras sobre cómo superarlas.

La ignorancia recubierta de carreta se ha convertido en deporte nacional, gimnasia en la cual los políticos han adquirido una destreza sin par. Se limitan a inflar con vocinglería hueca el vacío intelectual que tienen de algunos de los problemas más acuciantes del país. Siendo la corrupción el principal problema que le preocupa a los colombianos según todas las encuestas, no deja de sorprender la desidia de Hernández (y de la mayoría de los demás candidatos) en tomarse un asunto tan grave en serio.  

Ese desinterés es muy preocupante. Es como si cada uno de los candidatos creyese que la sacralización de su propia persona, impoluta y sacrosanta, fuese suficiente para superar un problema estructural, sistémico y violento, como lo es la corrupción y la captura del Estado en Colombia, facilitada y promovida por el narcotráfico y otras expresiones del crimen organizado. Esa forma de mesianismo redentor es una de las manifestaciones más preclaras del populismo latinoamericano.

Sobre lo segundo, es decir, los actos de nepotismo de Hernández, hagamos un poco de memoria. Apenas hace tres meses, la velocísima Fiscalía de Barbosa acusó al candidato santandereano ante un juez de conocimiento, por cuenta de su participación en el presunto favorecimiento de la empresa Vitalogic, favorecimiento que habría tenido el propósito de beneficiar a su hijo, Luis Carlos Hernández.

El problema se agravó para el candidato presidencial porque el 18 de febrero que acaba de pasar la Fiscalía avaló un principio de oportunidad a favor del exgerente de la Empresa de Aseo de Bucaramanga, José Manuel Barrera, quien será testigo contra el exalcalde. Barrera aceptó seis delitos y se comprometió a explicar los detalles de su participación y la de otros funcionarios en ese chanchullo. Barrera terminará de completar el rompecabezas que está armando la Fiscalía, sumándole piezas nuevas.

Lo que la Fiscalía sabe hasta ahora es que en 2017 Luis Carlos Hernández, el hijo de Rodolfo Hernández (alcalde por esa época), suscribió un acuerdo de corretaje para gestionar la adjudicación y firma de un contrato público con la Empresa de Aseo de Bucaramanga a favor de Vitalogic RSU, una empresa extranjera. Según el acuerdo de corretaje, en caso de éxito Luis Carlos ganaría una jugosa comisión. Lindo. 

El problema, por supuesto, es que esa empresa pertenece al municipio de Bucaramanga, del cual su padre era alcalde. Por lo cual en este caso se habla de prácticas de nepotismo y tráfico de influencias. No sería tan fácil creer estas acusaciones, si no fuera porque ya la opinión pública tuvo acceso al contrato de corretaje que firmó Luis Carlos y porque el propio Rodolfo Hernández reconoció haberle dado alojamiento en Bucaramanga al empresario amigo de su hijo. 

En su defensa, el candidato Hernández se limitó a decir en una entrevista concedida a un periodista de Blu Radio que “solo di posada al peregrino”, es decir al empresario de Vitalogic. Según Hernández: “Le dije, vaya duerma en mi casa. En mi casa no, en un apartamento que tengo ahí enfrente. Se fue ahí y se acostó allá. Y yo le daba el desayunito”. Remató diciendo que Vitalogic fue una trampa, en la que cayó su hijo por “ingenuo y estúpido”.

No explica, sin embargo, quién tendió la trampa ni cómo lo hizo. Quizás el candidato crea que el estúpido no es su hijo, sino los colombianos que quieren votar por él. 

p.s. Es inaceptable que un candidato a la presidencia no sepa que Vichada es uno de los departamentos de Colombia. Muestra una de dos cosas: una ignorancia inaceptable para un estadista o un serio problema de memoria. Cualquiera es igualmente preocupante.

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