Valeria Santos
28 Mayo 2022

Valeria Santos

El privilegio de votar

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Celebrar la fiesta democrática e invitar a votar eufóricamente sería ignorar la realidad de millones de colombianos que hoy no son libres. Ni siquiera para sufragar. También sería desconocer que la jornada electoral cívica no es, por sí sola, garantía de una verdadera democracia. 

Poder expresarse libremente en las urnas, en un país como Colombia, es un privilegio que nos obliga a votar con responsabilidad y por eso con prevención. Y aunque el voto será nuestro acto de confianza, la ciudadanía la debemos ejercer todos los días vigilando el poder con recelo. 

Lastimosamente, todavía muchos colombianos viven en un país donde la democracia es inestable. Según la Misión de Observación Electoral, 319 municipios del país están en riesgo por factores de violencia. Después de celebrar una de las elecciones más pacíficas de la historia en 2018, otra vez el terror se apodera de casi un tercio del territorio nacional. Un territorio donde sobreviven colombianos subyugados, a los que no se les permitirá ni votar. Compatriotas que ni siquiera pueden ser ciudadanos. 

Tampoco hay democracia para el 30 por ciento de los hogares colombianos que se alimentan menos de tres veces al día. Ni para el 39 por ciento de la población que es pobre en Colombia. 

Las barreras que existen para que muchos puedan acceder plenamente a sus derechos nos dividen y excluyen a millones del contrato social. Pero la brecha no se cierra con indignación y los muros no se derrumban con deshonestidad. Si bien la transformación comenzará en las urnas, y necesariamente implica que superemos el miedo al cambio, solo se logrará si verdaderamente nos apropiamos como ciudadanos políticos de esta elección. 

La pugnacidad de esta campaña y la violencia simbólica que ha protagonizado esta elección es una trampa que nos impide ejercer la ciudadanía libremente. Es muy peligrosa la noción que abunda últimamente en Colombia de que se debe compartir una identidad política para reconocer al otro como ciudadano. Pretender constreñir y dominar a los otros para que piensen, se comporten y voten como yo quiero es la semilla de nuestra propia destrucción.

Pero también es peligroso que vayamos ahora a las urnas creyendo que la oscura noche terminará con el triunfo de un proyecto político y que amanecerá, por fin, gracias al reinado de un líder carismático. Eso sería volver a rendirnos ante un Estado hegemónico y renunciar a defender nuestros propios derechos y los de los demás. La exclusión es una situación sistemática que tristemente no acabará con los resultados de esta contienda electoral.

Nuestro voto por sí solo no garantizará el cambio. La transformación, además de tener que ser pragmática y racional, debe estar alejada del caudillismo. Es preocupante que más de la mitad de los colombianos prefieran un gobierno de corte más autoritario. Es una alerta que vienen anunciando distintos sondeos hace un tiempo y que nos debería hacer reflexionar antes de ir a votar. Y no para que dejemos de escoger al candidato que nos gusta, sino para que racionalicemos nuestra elección, nos hagamos responsables de esta y respetemos la de los demás.

Las soluciones, para ser constructivas, deben pasar por el respeto a las instituciones y tener como carta de navegación la Constitución. Deberíamos rechazar propuestas como pretender declarar una conmoción interior o convocar una asamblea constituyente, desconfiar de proyectos insostenibles e irresponsables financieramente, y sospechar de los programas de gobierno superficiales que no proponen un cambio y que quieren que todo siga igual. 

La exclusión de la oposición fue uno de los peligrosos legados autoritarios que nos dejó el gobierno del saliente presidente Iván Duque. Y de su ego. Si después de estas elecciones quienes han luchado incansablemente por ser reconocidos como sujetos políticos llegan por fin al poder, tienen la obligación moral de construir consensos con la nueva oposición. El verdadero cambio necesita que el nuevo oficialismo redefina la relación con los contrarios y los incluya en todas las decisiones. Marginar, estigmatizar y seguir excluyendo no puede ser nuestra eterna condena. 

La responsabilidad con el país hoy es votar libres, informados y no rendirnos después de asistir a las urnas. Nuestro compromiso con la democracia debe ir más allá del voto: nunca parar de cuidarnos y cuidar nuestro territorio y entender que como individuos pertenecemos a un colectivo que debemos honrar y respetar. Además, es una responsabilidad que debemos ejercer también por quienes hoy no son libres ni para poder votar. 

Más vale no dejarnos convencer de que existe tal cosa como botar el voto. Aunque el poder elegir libremente sin la presión de las encuestas y las bodegas, o sin las amenazas de los grupos al margen de la ley, y de los jefes que se comportan como delincuentes, es un derecho, en Colombia parece ser más un privilegio. 
 

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