Jaime Honorio González
11 Marzo 2022

Jaime Honorio González

El próximo lunes

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

Me alegra mucho, muchísimo, la vibrante antesala a la jornada electoral que se siente en nuestra patria, donde elegiremos a los representantes del pueblo para que soplen nuevos vientos y este país se renueve con todo lo que prometieron que van a hacer. Prácticamente seremos la tierra prometida. Qué países escandinavos ni qué ocho cuartos.

Y también, me alegra profundamente que las consultas presidenciales —las primarias, como ampulosamente las llaman—reduzcan de dieciocho a seis los candidatos que seguirán en contienda, más el in péctore que se inscribió a última hora. Como ahora todo el mundo se cree capaz de ser presidente.

Claro que el mal ejemplo cunde.

Cuánta felicidad con esta fiesta de la democracia. Con votaciones transparentes, sin compra y venta de votos, con candidatos respetuosos, con elecciones en paz, hasta con grupos terroristas declarando altos al fuego para que podamos ejercer nuestro sagrado derecho. Qué nivel de civilidad estamos manejando. Ni en Atenas vieron esto.

Ya quiero que sea lunes. Entonces, de forma inevitable nos levantaremos con un insoportable guayabo sin habernos tomado un solo trago, excepto el amargo de saber que, con absoluta certeza, todo seguirá igual. Sí, todo, absolutamente todo.

Y mientras vamos despertando del letargo electoral, empezaremos —de nuevo— a renegar de nuestra clase política que acabamos de elegir y de lisonjear mientras le recibimos su tamalito, su tejita, su guarito, su billetico de cincuenta, su palmadita en la espalda, mi gente linda, mi gente bella, ¡qué país!

Nada cambiará. O muy poco. Ya verán que ese lunes —cuando nos enteremos de que no hubo tal renovación, de que las famiempresas legislativas se reeligieron intactas, de que en los consulados pasó de todo, de que en Corferias no pasó nada, de que Unicentro votó en paz y de que en Soledad capturaron a varios— en la noche tendremos que aceptar a regañadientes que seguiremos en las mismas. Y lo mejor de todo, con los mismos.

Sí, sí, tranquilos, hay excepciones, pero seguimos en las mismas. Si quiere póngase bravo o dígame nefasto o mamerto o tartufo o lo que quiera. Seguimos en las mismas. Mire un ejemplo, en los hospitales de la capital del Chocó el personal médico lleva seis meses sin que le paguen el sueldo. Seis meses sin sueldo. Es en Chocó, eso allá no le importa a nadie. No hay Festival Vallenato que obligue al menos a poner la cara cuando se van de parranda, Quibdó no es la ciudad de ninguna casa política con aspiraciones presidenciales, no es una gran capital donde la prensa y las redes sociales hacen mover lo que sea. Es Chocó, lleno de negros, y además pobres, donde llueve todo el día y toda la noche, donde se roban hasta lo que no tienen, incluso donde mandan unos delincuentes que se hacen llamar Autodefensas Revolucionarias Mexicanas, ya ni siquiera colombianas, Mexicanas, hágame el favor.

Ya verán Ustedes, Señores Lectores, que estos nuevos viejos políticos que elegimos harán nuevas viejas leyes en beneficio únicamente de ellos, amangualados con los encargados de llevar los recursos al Chocó para que los médicos de allá reciban su sueldo en este nuevo país que elegimos el domingo pero que se pondrá viejo, decrépito y ruinoso apenas el próximo lunes.

Seguramente en otros países pasa lo mismo, pero qué importa, si yo no soy argentino ni europeo ni coreano. Soy colombiano y por lo tanto me preocupa enormemente que nada cambie aquí, nada, mucho menos nuestra inveterada costumbre de abusar de nuestros niños por la mañana, violar a nuestras mujeres por la tarde, y matar a nuestros viejos por la noche. Es que este país es lindo.

Por la mañana, una abuela golpea a su nieta en Envigado por revelar que su padre la abusa sexualmente. El video de la golpiza es devastador.

Por la tarde, una jovencita de veinte años saca a pasear a sus perros en Circasia y al rato aparece violada y muerta. Sale en un video luciendo sus enormes pestañas mientras canta a capella por apenas veinte segundos.

Y por la noche, asesinan a un señor de noventa y tres años dentro de su casa en Medellín. A puñal limpio.

¿Exagerado? Todo está en el periódico de ayer.

Nada cambiará, menos los colombianos que —justo  cuando el mundo está a punto de derrotar la pandemia que nos estaba acabando— nos reinventamos y encontramos la forma de volver a seguir matándonos, a diario. Nosotros y el dictador de marras, no lo olvidemos.

Nada cambiará. Yo tampoco, tengo que decirlo. Votaré por un amigo al que poco o ningún control político le hago y luego meteré mi cabeza en la tierra para no ver cómo se muere rápidamente la ilusión de ese país recién nacido que entre todos acabamos de parir, irremediablemente condenado a las llamas del infierno que nosotros mismos nos encargamos de avivar. Sí, todos nosotros. Revísese y verá.

Nada cambia, ni siquiera esta columna que siento que alguna vez ya la escribí, o que alguien ya la escribió, en las pasadas elecciones, hace ocho años, a principios de siglo, cuando el Frente Nacional, antes, en algún momento, al fin y al cabo nos hemos venido robando y matando desde casi siempre. Y yo diría que un poquito antes.

No, amigo lector, nada cambiará. Lo dijo Lampedusa en voz del audaz Tancredi: “Es preciso que todo cambie para que todo siga igual”.

Así que prepárese para el lunes.

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí

Más Columnas