Luis Alberto Arango
2 Diciembre 2022

Luis Alberto Arango

El reto docente es mayor después de la pandemia

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Entender a tiempo los efectos negativos que la pandemia tuvo en los estudiantes debe ayudarnos a hacer ajustes urgentes en el sector educativo para que no tengamos una generación perdida.


Hace unos meses escribí sobre los retos que tenemos los docentes del país en la instrucción y formación de los estudiantes pospandemia. Es decir, de aquellos que durante un par de años estuvieron sometidos a las restricciones propias de la emergencia sanitaria que vivimos en Colombia por cuenta del covid-19.

Para profundizar

 

La educación a todos los niveles tuvo que replantearse y se ajustó a las realidades de cada comunidad en virtud de su acceso a internet, a la tecnología y a la capacidad de profesores y estudiantes de adaptarse a la educación virtual y a distancia.

Estudiantes que estaban hace un semestre a la mitad de una carrera profesional tenían, muchos de ellos, limitaciones en comunicación oral, carencia de un vocabulario enriquecido, dificultad para concretar operaciones de racionamiento abstracto de nivel medio, tal vez porque se acostumbraron durante el periodo de pandemia a retos mentales inferiores a los que debían tener para su nivel de formación académica.

Pasado este semestre que está terminando, veo que las consecuencias de la pandemia son aún más profundas de lo que yo me imaginaba. Todavía es muy temprano para que exista un diagnóstico cuantitativo de las consecuencias de la pandemia en la educación colombiana, razón por la cual no tengo un estudio, censo o cifras precisas que me respalden para confirmar lo que estoy concluyendo. Sin embargo, me baso en conversaciones con alrededor de una docena de directivos y docentes de colegios y universidades, principalmente de Bogotá.

Me llamó la atención una de las conversaciones. Fue con un sacerdote que hace parte del equipo de formación de seminaristas en Cundinamarca. Me expresó su preocupación por el nivel de formación con el que están llegando los nuevos jóvenes que se preparan para el sacerdocio. Cuentan sin duda con la vocación, pero carecen de las competencias suficientes para iniciar el programa de formación que tienen dispuesto para el desarrollo del riguroso camino sacerdotal.

En general y tratando de resumir el diagnóstico, los estudiantes actuales de nivel básico, medio y superior, es decir universitario, no tuvieron la oportunidad para profundizar durante casi dos años el fortalecimiento de competencias de comunicación, de racionamiento abstracto, de habilidades sociales blandas, de asociación cognitiva elaborada en razón de su edad y de lectura y escritura acorde con su nivel de madurez intelectual.

Pero aún con mayor énfasis encontré un lugar común en las conversaciones con directivos y profesores: 

“… ven estudiantes sin interés por aprender y por ser mejores cada día, sin ganas de luchar por sacar adelante un conocimiento y rindiéndose con facilidad ante las dificultades”.

Como si creyeran que aprendiendo o no, el resultado es el mismo.

Adicionalmente veo docentes fatigados. Una fatiga dada por la frustración inevitable al comparar sus cursos con cohortes anteriores que tenían mayores competencias, interés y perseverancia por aprender. Una fatiga física y mental por la dedicación extra que tienen que llevar a cabo para cumplir los objetivos mínimos de aprendizaje que se le exige a cada estudiante. Pero además de la fatiga, los profesores comienzan a sentir frustración porque a pesar del esfuerzo docente, la curva estadística de buenos, regulares y malos estudiantes se está ampliando más hacia los regulares y malos que hacia los regulares y buenos.

Sin duda hay excepciones y muy buenos estudiantes, pero parece haber más estudiantes de lo habitual con carencia de las competencias mínimas requeridas para completar una materia, ya sea de primaria, bachillerato o universidad.

Para todos los profesores que se sientan identificados con esa fatiga y frustración, primero que todo mi reconocimiento; segundo, mi solicitud para que por favor no desfallezcan. Los estudiantes marcados por la pandemia y con evidentes carencias en sus competencias académicas y de otra índole, son la nueva materia prima en colegios y universidades y eso, lamentablemente, no se puede cambiar.

“Los docentes debemos seguir perseverando, todavía con mayor empeño y dedicación, para llenar los vacíos con los que se reciben a los estudiantes…”.

E inspirarlos para que aprendan a perseverar, a no rendirse, a ser mejores día a día. Hay que continuar redoblando esfuerzos, pero seguramente se requerirá también ajustar los programas académicos de los diferentes niveles de educación. El ajuste consiste en sincronizarlos a la nueva realidad y es que se necesitará, durante unos cuantos años, de una mayor cantidad de semanas académicas para concentrar el trabajo docente en mejorar las competencias mínimas que requieren los estudiantes, y nivelarlas por lo alto, como paso previo a enfatizar en los conocimientos núcleo de cada materia.

El panorama en el corto plazo no es auspicioso. Con quienes hablé anticipan que los estudiantes que vienen el próximo año escolar tienen aún mayores carencias en su formación. Para la pandemia, los médicos y hospitales fueron la primera línea de defensa.

“Hoy son los docentes y las instituciones educativas los que tienen la enorme responsabilidad de curar las graves secuelas académicas y de formación con las que vienen los estudiantes postpandemia”.

La responsabilidad no es poca. De los docentes y del sector educativo en general depende que la generación pospandemia sea una que no vaya a ser señalada como la que no tiene las competencias y conocimientos suficientes para liderar el mundo cuando sea su turno. Y todo porque no pudimos identificar correctamente sus falencias y corregirlas a tiempo.



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