Salgo a caminar. Los últimos meses la ciudad ha estado envuelta en una nube etérea de agua y tiempo. “No sé si fue hoy o ayer”, no sé cuándo murió mamá, ya ni recuerdo, olvido caminando entre la lluvia como El extranjero de Camus, ya no pertenezco a Bogotá, la ciudad de todos y de nadie.
Volverse nadie cuando por primera vez puede llegar a tener sentido es una ilusión. Sigo mi camino, el viento helado me corta los labios, levanto las solapas del gabán para evitar la herida; está oscuro, pero apenas son las diez de la mañana; veo serpenteando con el viento un coche de bebé; está ajado, trémulo, lo empuja un hombre de cuerpo afilado, con la entraña pegada al espinazo.
Al acercarnos me llama -familia- y me pide dinero, es venezolano, al corte veo el niño pasar, envuelto en trapos, duerme en el fondo de la góndola -no sé si despierte-. El hombre me llama actor, creo que él actúa mejor; avanzo, su última mirada es de piedra, nunca sentí respirar al niño.
El viento arremolina algunas hojas sobre el andén; mientras las veo levitar me distraigo, piso un charco y se acaba la magia, no me quiero enfermar, me sacudo para caminar más rápido y buscar dónde esconderme de las gotas que comienzan a empaparme. Me detengo en un puesto ambulante de dulces y cigarrillos, la dueña ha abierto un paraguas y me recibe; a mí y a un maestro de obras que va con un codo de tubería en la mano. La lluvia arrecia. Colgado del paraguas un radio. El presidente electo está dando una entrevista a pocos días de haber ganado. Se oye cansado… Ha invitado a Álvaro Uribe a hablar y su enemigo de toda la vida ha aceptado: “El sectarismo en Colombia lleva a la violencia”, repite con voz queda. Saco mi celular y reviso en Twitter la noticia.
Efectivamente Álvaro Uribe ha aceptado la reunión; su tono es conciliador, serio, los dos parecen pensar en Colombia a través de sus palabras. Me pregunto si sabremos algún día los detalles de la conversación o le daremos vuelta a la página de la historia, sin realmente saber qué se dijeron, como aquel otro encuentro a puerta cerrada entre Bolívar y San Martín hace tiempo. La dueña del chuzo hace trompas señalando a una señora que se baja de una camioneta blindada. Las señas son para dos niños que, en la otra acera, cagados de la risa husmean la caneca de un restaurante. De inmediato le caen camaleonando las caras y pidiendo la liga. Le pido un cigarrillo suelto a la doña, que sin dejar de vigilar la escena me lo alcanza a ciegas.
Antes de prenderlo recuerdo que ya no fumo, se lo devuelvo a la cajetilla. Me mira a los ojos, es una mujer morena de sol de calle, joven, de pelo liso queratina y negro telenovela -¿Qué va llevar Patrón? Le pido unos chicles para pagar el peaje. Me entra un mensaje de WhatsApp, es de un grupo; alguien envía una cita apócrifa de Don Quijote: “Querido Sancho: compruebo con pesar, como los palacios son ocupados por gañanes y las chozas por sabios…”. No sé de quién hablan porque quien lo manda no lo conozco, soy nuevo en el grupo; ¿se tratará del gobierno entrante, del saliente o del Congreso? Las opiniones están divididas.
Escampa un poco, cruzo la acera al restaurante cuya caneca era saqueada por los niños, antes de entrar me abordan, me giro y la dueña del puesto me observa desde el otro lado, los pelados me piden pa’ la pieza, digo que no, que a la salida les regalo algo de comer, uno de ellos me hace un bailecito con desdén y en moonwalk se aleja con un -¡Qué va..! Su cara de 12 años tiene un par de cicatrices, la doña desde el otro lado prende el cigarrillo que no me fumé. Entro, encuentro a mi cita que ya está tomando café y despellejando croissant como le gusta. Es mi amigo del tiempo y del alma Mauricio Puerta.
Se ríe al verme entrar mojado como un pato. Le pregunto -¿Y bien… todo esto de qué va? Mauricio me mira por encima de los lentes y dice: “Para tocar un violín se necesitan las dos manos, con la derecha se digitan las cuerdas y con la izquierda se desliza el arco para que la música suene.” -¿Y Colombia?, le pregunto. Hace una pausa y sorbe café caliente: “No hay vuelta atrás, la era de Acuario ha llegado, nada volverá a ser igual, Colombia será el violín y Latinoamérica la orquesta”. -¿Y Petro el director? pregunto. - “Petro será el que no fue, porque querido pescadito (como Mauricio me llama) hoy la revolución no se hace con balas sino con ideas”. Dejamos la política de lado y después de una hora salgo nuevamente. Llueve suave, el cielo está como una coladera, el sol se abre paso por entre las nubes, en algunas partes de la ciudad hay primavera, en otras, invierno. Los pelados ya no están, les había sacado unos panecillos en una bolsa, me los llevo conmigo. Antes de llegar a casa me detengo frente a la vitrina de una librería, reviso rápidamente las novedades.
Momentos Estelares de la Humanidad de Stefan Zweig me mira desde el aparador, está en su nueva edición de Acantilado, me coquetea, el Día del Padre por decreto se acerca, mi esposa, con la cual tengo una amorosa telepatía desde que nos conocimos, me lo comprará, lo dejo pasar y camino a casa. Llueve y llueve, pero ya no hay tanto frío. Mientras camino recuerdo alguna maravilla mínima de la historia, descrita en ese libro por Zweig, que siempre que lo leo me duele. Es una en la que relata una misa de reconciliación por la época de Constantino entre católicos y ortodoxos: “Una y otra fe, Oriente y Occidente parecen unidas para siempre”. El sueño que consumara Europa, sin embargo, soslaya Zweig que las reconciliaciones en la historia son breves y efímeras si no se piensa en la sumisión absoluta, que, supongo no será al enemigo en realidad, sino al destino contrariado o victorioso en que lo pone a uno el tiempo de vez en vez. Yo tengo fe. No sé si fue hoy o ayer, pero espero que entre Uribe y Petro este sea el último encuentro como los que han sido hasta ahora y de esa reunión salgan otros, ¿por qué no?, mejores. Algún día tiene que dejar de llover.