Johana Fuentes
16 Junio 2022

Johana Fuentes

El último 'round'

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“Acepto en mi corazón y en mi conciencia que me equivoqué, mil perdones”. Las palabras son de Rodolfo Hernández y no, no le está pidiendo perdón a las mujeres –a las que tanto ha ofendido–, tampoco al concejal al que le pegó una cachetada, ni a los periodistas a los que les dijo que no le preguntaran estupideces, o al hombre al que amenazó de muerte, las palabras de Hernández iban dirigidas a la Virgen María por ofenderla.


La supuesta ofensa a la que hizo referencia ocurrió dos meses atrás cuando dijo: “Yo recibo a la Virgen Santísima y a todas las prostitutas que vivan en el mismo barrio con ella, a todo el mundo recibo”. Perdón debería pedirles a las prostitutas, ya que cada vez que puede las usa como insulto. Por supuesto no lo hará, ni con las trabajadoras sexuales, ni con ninguna de las personas a las que a diario ofende. Seguramente –al mejor estilo de Iván Duque cuando declaró a la Virgen de Chiquinquirá patrona de los colombianos–, si gana el ingeniero tendremos que acostumbrarnos a este tipo de shows camanduleros. 

Ya se le había adelantado Íngrid Betancourt cuando, arrodillada en una iglesia –y cargada de drama–, se atrevió a asegurar que esa frase del candidato fue como una daga al corazón. Daga al corazón la que ella le enterró a la Coalición de Centro cuando estuvo ahí, para luego terminar arropada con la misma cobija de las maquinarias que tanto criticó y que ahora acompañan a Hernández. En su defensa hay que decir que no ha sido la única incoherente en esta campaña. 


En estas tres semanas vimos subirse a la ‘rodolfoneta’ a los Galán, con El Nuevo Liberalismo –sin las mujeres más destacadas–, a algunos verdes como Carlos Amaya y Catalina Ortiz, quien fue jefe de debate de Sergio Fajardo y acaba de renunciar a su curul en la Cámara, y a David Luna, entre otros políticos que han dicho tener como bandera la lucha contra la corrupción y que justamente usaron ese argumento a la hora de anunciar su adhesión. No voy a cuestionar el voto de nadie, cada quien es libre de votar por quien quiera, pero decir que se van con Rodolfo Hernández por ese motivo cuando está ad portas de un juicio por corrupción es a todas luces descarado e hipócrita. 


Por lo visto, tampoco les preocupa que el ingeniero diga que se pasa la ley por el culo o que no necesita del Congreso y por eso acudirá a un estado de conmoción interior durante 90 días que le permita expedir decretos sin control del legislativo. No puedo entender cómo políticos que defienden la institucionalidad se van con el que amenaza con acabarla, tampoco comprendo cómo terminan bajo la misma tolda con personajes como Mario Castaño o el Pote Gómez. Tal vez el problema es de los que esperamos que la clase política que prometió ser diferente lo sea.


Al final nadie salió bien librado en esta campaña, pues mientras por un lado rezaban, por el otro hacían maromas para justificar –con el cuento del 'Watergate' criollo– los videos revelados por la revista Semana, como en el que Sebastián Guanumen, uno de los asesores de Gustavo Petro, habló de correr la línea ética para destruir moralmente al adversario, o el del senador Roy Barreras, protagonista de la mayoría de los videos, diciendo que había que acudir a un estallido controlado para revelar la información de las reuniones en las cárceles de miembros del Pacto Histórico con extraditables, lo que contradice lo dicho por el mismo Barreras cuando estalló el escándalo, es decir, que no sabían nada. 


Lo único que celebro de esta agotadora campaña –en la que muchos han pelado el cobre– es que se acabe. Creo que no estamos ante el mejor escenario. Les confieso que yo no he definido mi voto, pero espero que este último round no lo gane el autoritarismo, la ramplonería, el machismo, el pasarse por la faja la ley y la incertidumbre que representa tener como presidente a alguien como Rodolfo Hernández.

A Verónica Alcocer: las mujeres periodistas experimentamos diversas violencias a diario por el solo hecho de hacer nuestro trabajo, de cuestionar o de opinar. Nos toca –en la mayoría de los casos– doblar esfuerzos para que se nos reconozca y valore. Decir que nuestros ascensos laborales son producto de involucrarnos con los poderosos en los medios es ofensivo, irrespetuoso, violento y machista. 

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