Weildler Guerra
30 Junio 2022

Weildler Guerra

¿En dónde está tu hermano?

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Las palabras del padre Francisco de Roux en la entrega del informe final de la Comisión de la Verdad suscitaron emociones lacerantes, preguntas que conciernen a todos los habitantes de esta nación y el imperativo ético del país para realizar una apropiación narrativa del pasado de inhumanidad que hemos vivido en las últimas décadas. El informe contempla duras cifras sobre colombianos secuestrados, asesinados, desaparecidos y desplazados. Recoge también los dolorosos testimonios de más de 30.000 víctimas entrevistadas. Sin embargo, lo más profundo e impactante son los interrogantes acerca de la inacción estatal y ciudadana frente a las atrocidades cometidas.  

¿Por qué el país no se detuvo para exigir a las guerrillas y al Estado parar la guerra política desde temprano y negociar una paz integral? ¿Cuál fue el Estado y las instituciones que impidieron y más bien promovieron el conflicto armado? ¿Qué dicen los jueces y fiscales que dejaron acumular impunidad? ¿Qué papel desempeñaron los formadores de opinión y los medios de comunicación? ¿Cómo nos atrevemos a dejar que pasara y a dejar que continúe? Se pregunta el padre De Roux en su condición de presidente de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad.

El discurso nos trajo de regreso conceptos que creíamos enmohecidos en el guardarropa de la historia adonde fueron a parar por la voluntad de quienes se sienten incómodos con estas verdades y consideran que es mejor consolidar las políticas de olvido que han prevalecido durante el último cuatrienio. Con el Informe final de la Comisión retornaron las ideas de forjar una cultura de paz y de reconciliación. La reconciliación no presupone la ausencia de diferencias sino más bien el compromiso de ventilarlas de manera civilizada y pacífica. Ello hace necesario el cultivo de las sensibilidades necesarias para habitar en la paz.

Si la violencia ha sido definida como el debilitamiento intencional de la capacidad del otro para la agencia, la reconciliación ha sido definida como la creación de un marco moral para la relación entre antiguos adversarios, una transformación posible a través de procesos que son de naturaleza educativa. Una pedagogía de la reconciliación buscaría, precisamente: el restablecimiento de las capacidades ciudadanas, entre ellas la de la imaginación acerca de la vida en un marco de paz; el aprendizaje acerca de uno mismo, de la gente de uno, y también de los antiguos adversarios.

Todos los colombianos llevamos por dentro una pequeña Comisión de la Verdad. Cuando el padre De Roux se refería en ese solemne momento a los 21.768 ciudadanos desaparecidos, a las 450.664 connacionales asesinados y a los 7,7 millones de colombianos desplazados la memoria me llevó a la remota aldea indígena de Marokaso, situada en la Sierra Nevada de Santa Marta. Recordé al joven profesor que gestionaba los útiles escolares de sus alumnos, el mismo incansable educador que promovió todas las acciones de salud dirigidas al bienestar del pueblo wiwa. Este docente fue fusilado por la guerrilla del EPL en septiembre de 1994 en presencia de toda la comunidad. A sus victimarios, y a los demás violentos, cabe preguntarles como en el interrogante bíblico: ¿En dónde está tu hermano?   

La paz y los acuerdos que llevan a ella, dicen los wayúu, son como collares. Ellos conllevan un orden armonioso y reúnen elementos a la vez racionales y sensitivos. La verdad es la más armoniosa de las cuentas que componen ese collar.  La reconciliación nacional deberá asentarse, por tanto, sobre la verdad y la justicia con respecto a lo sucedido. Como declara el informe: Hay futuro si hay verdad.
 

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