Cuando Rusia justificó ante el mundo la invasión de Ucrania con el argumento de la “desnazificación”, inevitablemente apareció en el escenario la cuestión judía. Pocos son los analistas y periodistas que han tenido el cuidado de mirar lo que sucede con los judíos ucranianos –una de las comunidades más numerosas del mundo–, a pesar de que han sido ellos los más críticos del discurso “libertador” de Vladimir Putin. En una sentida entrevista, Michael Schudrich, gran rabino de Polonia –país que ha recibido a la mayoría de los refugiados ucranianos– resalta la oscura ironía de que hace ocho décadas miles de judíos huyeron de la Polonia ocupada por los nazis, y que ahora, en un acto desesperado, buscan entrar al mismo país con la esperanza de salvar sus vidas.
Luego de años de pogromos y emigraciones masivas a causa del antisemitismo, seguidos por la casi aniquilación durante la Segunda Guerra Mundial y la represión soviética, la comunidad judía ucraniana ha logrado florecer en las últimas décadas: sinagogas, escuelas y centros comunitarios se han convertido en parte del paisaje de las ciudades ucranianas. Y aunque es siempre difícil estimar un número exacto de judíos en cada país, muchas organizaciones coinciden en que cerca de 200.000 judíos viven en Ucrania.
A pesar de que hoy día persiste cierto antisemitismo, Ucrania es un país que permite profesar el judaísmo libremente. Por supuesto que existen grupos neonazis, pero estos son débiles y no tienen el peso suficiente para tener representación en el Parlamento. Una encuesta reciente halló que solo el 5 por ciento de los ucranianos niega a los judíos como ciudadanos, a diferencia de países como Polonia, Rumania y Lituania, donde esa cifra alcanza el 18, el 22 y el 23 por ciento, respectivamente. Desde el fin de la Unión Soviética, los judíos comenzaron a ser parte de la sociedad ucraniana, no olvidemos que el presidente es Volodymir Zelenski, descendiente de sobrevivientes del Holocausto y quien se identifica como judío.
Lo cierto es que la invasión rusa ha puesto en riesgo la relativa calma que vivían los judíos en Ucrania: en una entrevista para Los Angeles Times, Avraham Wolff, rabino ucraniano, cuenta que luego del primer bombardeo a Odessa, recibió la perturbadora llamada de un sobreviviente del Holocausto, tan afligido que le costaba pronunciar palabra: ''Lloró y lloró, y yo solo lo escuché. Le dije que todo iba a estar bien, que los rusos no vinieron a matarnos, que ellos no son como los nazis”, contó el rabino, quien por semanas venía preparándose para socorrer a su congregación ante la posibilidad de una invasión.
Aunque la invasión golpeó a toda Ucrania, el pánico es más agudo en la comunidad judía, que carga el trauma del exterminio y la persecución (más de un millón de judíos ucranianos fueron asesinados durante el Holocausto). Las sinagogas se han convertido en refugios, los ancianos reviven los miedos de antaño, y los más jóvenes comienzan a comprender los traumas de sus antepasados. En cuestión de días, las fuerzas “desnazificadoras”, vaya ironía, destruyeron varios centros comunitarios y provocaron un nuevo éxodo judío; la casa Hillel, organización que alberga a jóvenes judíos, quedó en ruinas; un misil ruso destruyó una torre aledaña al monumento que conmemora la masacre de Babyn Yar, donde más de 30.000 judíos fueron asesinados por los nazis; miles buscan emigrar a Israel, donde podrán residir como ciudadanos. Así, una nueva capa de horror se agrega a la memoria del Holocausto.
Ese trauma tan justificado como pocos, esa memoria de un pasado muy antiguo de persecución, imprimió en el pueblo judío el carácter del movimiento frente a las amenazas para que la comunidad siga existiendo. Es también una clave para la geopolítica: el miedo judío es augurio de que lo peor puede venir, la emigración judía es siempre un termómetro para medir una crisis. Porque la pertenencia al pueblo judío no la da una geografía (a pesar de Israel), sino la tradición misma, que es la vida comunitaria. Por esa razón, muchos judíos ucranianos comenzaron a emigrar años atrás, incluso antes de que estallara el conflicto en Crimea.
La emigración y la migración conforman el nacimiento mismo del pueblo judío. Mito o no, los judíos llevan miles de años de migración. Su comienzo fue un llamado divino al movimiento, al abandono del supuesto hogar y al encuentro de uno nuevo. Según el relato bíblico, las primeras palabras que Dios habló a Abraham fueron una orden concisa de emigrar: salir de su tierra, de su lugar de nacimiento, de la casa de su padre. Y así lo hizo su descendencia por miles de años, y así ha construido el pueblo judío sus más grandes baluartes. Ese espíritu móvil fue alimentado por la persecución, que a lo largo de la historia impuso la necesidad de huir sobre el deseo de movimiento. Me atrevo a afirmar que, por todo esto, el violín es el instrumento característico de los judíos de Europa del Este, fácil de llevar en la espalda si había que huir a las carreras. Por eso será que mi abuelo, quizá alentado por sus padres, aprendió a tocar el violín de niño.
La relación con el pueblo ucraniano no ha sanado del todo, pues los horrores del pasado siguen cobrando peaje. En un reportaje de The Economist sobre un barrio de judíos rusos y ucranianos en Nueva York, varios entrevistados recuerdan la espinosa relación que han tenido con el pueblo ucraniano, en su momento cómplice del nazismo. Pero esta circunstancia tampoco los pone del lado de Putin. Muchos judíos ucranianos desprecian a Putin y su invasión: lo llaman loco, el mal hecho persona, un hombre con ínfulas de zar y de Napoleón. Ha ocurrido también que, gracias a la invasión, surgió una unión nunca vista entre lo judío y el nacionalismo ucraniano. La guerra, el dolor y el destino común de la emigración hicieron que ambos pueblos se encontraran para reclamar una soberanía compartida.
"¿Por qué un régimen ruso que afirma estar 'desnazificando' a Ucrania, está destruyendo a un país dirigido por un judío orgulloso que fue elegido democráticamente?", dijo David Harris, director ejecutivo del Comité Judío Estadounidense (AJC). Desde Moscú, el régimen ruso está promoviendo una historia falsa, tal como hizo la Alemania de Hitler. Con el supuesto objetivo de acabar con el nazismo, Putin redujo la presencia judía en Ucrania. Y en vez de tumbar esvásticas, silenció los violines.