Valeria Santos
8 Octubre 2022

Valeria Santos

Es ahora o nunca

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Todas las condiciones están dadas para que, por fin, se pueda lograr un acuerdo con el Ejército de Liberación Nacional, ELN. Es ahora o nunca, y sin bien los astros están alineados, la paz como destino solo depende de la voluntad de una guerrilla que nunca ha tenido la voluntad real de negociar.

La noticia de que en noviembre se reanudará la mesa de diálogos con el ELN debería ser bien recibida. Aunque suene extraño, la salida negociada de los conflictos es la mejor estrategia de seguridad que tienen los gobiernos. La confrontación armada ha dado pocos resultados en contrarrestar la criminalidad; sin embargo, sí ha dejado cientos de miles de víctimas inocentes.

Antes de iniciar el proceso de paz con las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, que según la Comisión de la Verdad fueron los responsables del 45 por ciento de los homicidios en el marco del conflicto armado, a pesar de haberse creado en 1997 y desmovilizado en 2006, se tenía una tasa de homicidios en Colombia de 69 por cada 100.000 habitantes. Una vez desmovilizados cayó a 40 homicidios por 100.000 habitantes. Algo similar sucedió con el proceso de paz con las Farc-EP. En el año anterior al inicio del proceso (2012) se tenía una tasa de homicidios de 35 por 100.000 habitantes y una vez firmado el acuerdo en 2016 descendió a 25 por 100.000 habitantes.

Ahora bien, el ELN es una organización muy distinta a lo que fueron las Farc y las AUC. Por eso los retos no son menores.

Mientras que las Farc eran un grupo guerrillero con una estructura vertical y una cadena de mando único disciplinado, el ELN tiene una estructura descentralizada, federada y casi anárquica, con grupos de poder que no siempre han estado de acuerdo con el Comando Central, o Coce, el equivalente al Secretariado de las Farc. Si no hay un mando unificado, ¿cómo se puede llegar a un acuerdo unificado?

La voluntad de paz es otro factor que siempre diferenció a las Farc del ELN.

Las Farc dejaron el secuestro, hicieron reiteradas treguas unilaterales, iniciaron el desminado antes de firmar los acuerdos de paz y realizaron actos tempranos de perdón, como el de Bojayá en 2015. Por el contrario, el ELN nunca ha tenido una voluntad real de paz; no la tuvo cuando iniciando los diálogos con el gobierno de Belisario Betancur secuestró a su hermano, y no la ha tenido ahora que se sienta a la mesa sin ni siquiera comprometerse a liberar a los secuestrados.

A lo anterior, además, hay que sumarle que los golpes del gobierno a la dirigencia de esta organización están lejos de ser lo que fueron los golpes a las Farc y se han limitado a sus mandos medios. Sus principales líderes “se esconden” en Venezuela y andan a sus anchas en el país vecino.

Según InSight Crime, el ELN se ha convertido en una organización transnacional gracias a la estrategia de uno de sus más sanguinarios miembros: alias Pablito. La última investigación publicada por este centro de pensamiento reveló que en el 2020 “el ELN tenía aproximadamente 900 combatientes estacionados en el país, lo que representaba casi el 40 por ciento de su fuerza total estimada”. Además de que actúan como un cuerpo paramilitar con el beneplácito absoluto del gobierno venezolano.

Por otro lado, es importante aclarar que el ELN por lo general no acampa, pues en su gran mayoría se moviliza en células pequeñas y están infiltrados dentro de la población civil, por lo que no es posible usar técnicas que otrora funcionaron contra la guerra de movimientos de las Farc.

Lo cierto es que la confrontación entre el Estado y el ELN no se encuentra en un estancamiento mutuamente perjudicial, como ocurría con las Farc antes de iniciar el proceso de paz. Y que el gobierno pueda ofrecer una oportunidad tentadora a este grupo para lograr su desmovilización, es bastante complejo pues no se puede asegurar que la balanza de poder esté inclinada hacia el Estado, ya que el ELN está más fortalecido que nunca gracias al gobierno de Iván Duque.

A pesar de estos retos, los astros están alineados. Por primera vez hay un gobierno de izquierda en el país, además encabezado por un exguerrillero que está impulsando las reformas sociales por las que este grupo se alzó en armas y leyó su manifiesto después de la toma del pueblo de Simacota en 1965 donde criticaban la educación como negocio, la explotación de los campesinos por la oligarquía, los salarios bajos de los obreros y el saqueo de los recursos naturales por parte de multinacionales extranjeras.

El escenario internacional también es propicio para que la negociación llegue a buen puerto. Estados Unidos, como la OEA de manera unánime, apoyaron recientemente la paz total del gobierno colombiano. Además, la reanudación de las relaciones con el gobierno venezolano podría servir para que Nicolás Maduro se comprometa a dejar de proteger a este grupo, así como a las disidencias.

El gobierno de Petro tiene en este momento un amplio respaldo popular que le ayudaría a impulsar el tren de la paz hacia su destino final. Ojalá que el ELN entienda por fin que es ahora o nunca.

Más vale que el gobierno haga una lectura de las condiciones objetivas y plantee una estrategia paralela a la negociación que aumente los incentivos para el grupo armado. Un cese al fuego bilateral no debería ser una opción. Es clave que se continúe la persecución militar de este grupo con operaciones como las realizadas en el Sur de Bolívar, donde han sido capturados y dados de baja los mandos de las estructuras del ELN sin mayor afectación a la sociedad civil. Y sin duda, hace falta seguir avanzando en inteligencia y enfocarla también en este grupo que parece encontrarse como tercera prioridad en seguridad, después de las disidencias y las AGC.

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