Gabriel Silva Luján
6 Febrero 2022

Gabriel Silva Luján

Es la democracia, ¡¡estúpidos!!

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Ya es legendaria la frase del asesor político gringo, James Carville, que, ante la falta de foco de la candidatura de Bill Clinton dijo: “Es la economía, ¡¡estúpidos!!”.  Pues bien, en el caso de Colombia se podría parafrasear a Carville afirmando que el problema fundamental “es la crisis de la democracia, ¡¡estúpidos!!”.

Tres cuartas partes de los ciudadanos desaprueban al presidente de la república, cabeza del poder ejecutivo. Esa percepción se ha incrementado en 30 por ciento desde la llegada de Duque a la primera magistratura. Es evidente que la mitomanía, la improvisación y la ineficacia del Gobierno han tenido mucho que ver con esa pérdida de credibilidad del ejecutivo, que no es visto como parte de la solución si no como un problema más para la gente.

Si en el poder ejecutivo estamos mal, en el poder judicial y las cortes estamos aún peor. El 80 por ciento de la gente desaprueba la labor del sistema judicial. Para cuatro de cada cinco ciudadanos, el derecho a una pronta y debida justicia es una falacia. La justicia se percibe al servicio de la impunidad, los corruptos, los criminales y los poderosos. No para la gente del común.

Tres cuartas partes de los ciudadanos desaprueban —con razón— la labor de la Fiscalía General, un deterioro de 25 por ciento desde que llegó el fiscal Francisco Barbosa al cargo. El incremento de la inseguridad y la evidente impunidad en casos de interés nacional han erosionado la fe en esa institución. La desaprobación de la Corte Constitucional llega al 60 por ciento, 17 puntos más que hace cuatro años. A la gente no le gusta que la Constitucional evada los temas sensibles como el aborto. Además, la ofensiva de Álvaro Uribe contra las cortes y la justicia ha hecho mucho daño.

Finalmente, el Congreso de la República tiene una desfavorabilidad del 80 por ciento. Para nadie es una sorpresa que este Congreso cómplice, mayoritariamente arrodillado ante el ejecutivo y sin ninguna capacidad de control político, tenga ese nivel de rechazo. Los ciudadanos no se consideran representados en el legislativo —que debería ser la voz del pueblo— y consideran que los políticos producen las leyes ante todo para defender sus prebendas, comprar votos y favorecer a los privilegiados. En conclusión, los ciudadanos han perdido la fe en las principales instituciones de la democracia. Los poderes públicos han dejado de funcionar para la mayoría de los colombianos.

La corrupción es el comején que carcome los cimientos de la legitimidad institucional. Más del 90 por ciento de los ciudadanos piensa que la corrupción está empeorando. La percepción de incremento de la corrupción ha crecido en 20 puntos durante el gobierno Duque. Esto no extraña cuando en la mismísima Casa de Nariño, en las barbas del presidente se registran vergonzosos episodios de tráfico de influencias. Durante este gobierno se incrementó el índice de corrupción de Transparencia Internacional en tres puntos ubicando a Colombia en el puesto 87 en el mundo, al lado de Etiopía Surinam, Guyana, Kosovo, Tanzania, Marruecos y Vietnam.

Este entorno de colapso de la legitimidad democrática ha propiciado el ascenso electoral de las fuerzas mesiánicas, populistas y disruptivas. Estamos ante el riesgo de que surja un caudillo en la cabeza del Estado con la intención de aprovechar el ambiente de deterioro de la credibilidad de los políticos y la democracia para demoler la Constitución de 1991 y para llevarnos a un régimen autocrático, como ha pasado en otros países de la región. Entonces, la primera exigencia que hay que hacerles a los candidatos presidenciales es que se comprometan, simultáneamente, con la defensa de la Constitución y con la revitalización de la democracia. El que titubee, ni considerarlo.

Dictum. Por mis convicciones y correspondiendo al espíritu de transparencia de Cambio quiero compartirle a los lectores que en la actualidad soy afecto al Nuevo Liberalismo.

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