Si lo que sucede en este país, todo, pudiese ser enmarcado por la trama de una obra de teatro, yo escogería uno de los dramas más conocidos y polémicos de Shakespeare: Ricardo III. Para ponerlos en contexto, trataré de hacer una pequeña semblanza de la obra, que, aunque sé, no le hará justicia, por lo menos ilustrará al lector sobre el monstruoso personaje en paralelo con nuestra frenética realidad.
El personaje es histórico, en realidad existió. Su muerte es el punto final del medioevo inglés. Fue el duque de Gloucester. Nació con una deformidad terrible en su escápula y brazo izquierdo que se hacía visible a través de una protuberante joroba que escorzaba su cuerpo y lo obligaba a mirar desde la cerviz al resto del mundo. Su embeleco físico contrastaba con la desproporcionada fuerza que del hemisferio ponzoñoso sobresalía, asustando a todos quienes lo rodeaban. Le llamaban: el Jabalí.
Para llegar al trono y convertirse en rey de Inglaterra sin merecerlo, se vio obligado a urdir un plan contra aquellos a los que legítimamente y por línea de sangre pertenecían el cetro y la corona. Encerró a su propio hermano para luego ahogarlo en una tinaja de vino, asesinó a tres miembros de la casa de Lancaster a sangre fría para que no se interpusieran con su ambición. Dio buena cuenta del rey Enrique VI en su celda y a la torre de Londres envió a dos niños de 9 y 12 años, primeros en la línea de sucesión para cegar sus almas por siempre y asirse con su mano de piedra al poder como la dignidad de Ricardo III, rey de Inglaterra. Murió en la Guerra de las Dos Rosas atravesado por las lanzas vengadoras de sus enemigos. Shakespeare le escribió el famoso verso de: “Mi reino por un caballo”. Pronunciado, momentos antes de morir, mientras era cercado por “un bosque de soldados”, como sentenció la profecía.
Uno de los más grandes eruditos en temas shakesperianos: Harold Bloom, se refiere a esta obra como la madre de los entramados que darán madurez a los villanos de Shakespeare. El monstruoso Ricardo, por ejemplo, se refinará en los ropajes del venenoso Yago de Otello, este sí más sólido y sutil que su antecesor. Bloom tiene razón, cuando uno lee el drama del rey jorobado, descubre pasajes donde lo que sucede es increíble a la razón, perdiendo la verosimilitud de la escena e iluminando con un halo fantástico al personaje principal, lo que dificulta para cualquier actor su interpretación, ya que Shakespeare no da pistas de la realidad de su mundo interior.
Hay una escena en particular que me llama mucho la atención y que es el “coco” de cualquier actor que pretenda alcanzar el éxito en esta pieza, y es la segunda escena el acto primero, cuando Ricardo se aparece en el entierro del rey Enrique VI, al que asesinó, y que es llorado por su hija, que además plañe dos lutos, ya que el Jabalí ha cobrado en doble jaque la vida de su marido también. Y es justo con esta escena que yo hago conexión con lo que en Colombia sucede. Permítanme explicarme. Ricardo en esta escena se tira un monólogo de casi una página frente a Lady Anne, que lo repudia con toda su alma, porque sabe que quien le habla es el autor intelectual de su trágico destino. Sin embargo, al terminar el parlamento, ella acepta convertirse en su esposa. Es decir, le cree, de la manera más absurda posible, el cuento completo al verdugo de su familia, que además tuvo el cinismo de confesarle que una parte de las razones por las que había cometido tan horrendos crímenes se encontraba en la pureza de su belleza, por la cual estaba completamente cegado. Lady Anne lo perdona, se casa con él, Ricardo se convierte en rey y termina de conjurarse la tragedia shakesperiana porque esta abominación no va a terminar bien.
Esto es Colombia y nuestros hombres y mujeres son esa Lady Anne engatusada por el Jabalí, que en nuestro presente son muchos, y que enamorados de nuestras riquezas, nos roban la humanidad, las libertades, los tesoros de nuestra tierra, a los niños en los campos y la comida de los que apenas sobreviven en los suburbios de la ciudad, roban el aire que respiramos, carcomen como el jorobado las instituciones, para engordar sin mesura, exprimiendo esa teta eterna que llaman nación, y se alían con sus enemigos para reformar lo poco bueno que nos ha mantenido a flote, eso sí, en nombre de los derechos civiles y la igualdad para todos. Algunos Ricardos ponen armas en las manos de los muertos para disfrazar su bellaquería, mientras otros hablan de sus grandes obras, que no son más que el trigo seco con que comprarán nuestras conciencias. Todos posan de hombres probos para envestirse con los colores de la bandera, todos posan de amantes fabulosos para la viuda Anne, quieren ser nuestros salvadores. ¿Cómo no aceptarles el anillo? ¿Cómo desdeñar sus buenas obras? ¿Cómo no creer en su buena voluntad?
Alguna vez, Yamid Amat, a quien consulté para un personaje, y a quien estimo mucho, me soltó el siguiente proverbio persa que hoy comparto con ustedes: “No creas en nada de lo que escuchas y solo cree la mitad de lo que ves”.
Lady Anne no tenía un Yamid que la aconsejara y luego de casarse con Ricardo murió en extrañas circunstancias. ¿Saben qué dijo él, frente al triste suceso?
-“Frágil mujer al fin, sin seso, pronta a perdonar”.
Entendiendo mi descabellada parábola y de frente a las elecciones de mayo, lo invito a la reflexión. Piense y si quiere escríbalo, pregónelo: ¿Cuál es el nombre del Jabalí, para esta viuda que es Colombia?
-No tragar entero es la única manera de aceptar esta realidad y cambiarla.