Sebastián Nohra
2 Octubre 2022

Sebastián Nohra

Expulsados por Colombia

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Según los últimos datos del Ministerio de Relaciones Exteriores hay 4,7 millones de colombianos viviendo en el exterior. Ya pasamos o estaríamos cerca de llegar a los 5 millones. Eso es, aproximadamente, un 10 por ciento de la población del país, una relación bastante alta comparada con el mundo y más con países de nuestras características. Colombia ha sido muy hostil con sus hijos. Sea cruzando el Darién o embarcando en El Dorado, cortar raíces y empezar de cero ha sido la única salida para millones de los nuestros. La diáspora colombiana es una historia poco feliz.

En los 60 y 70 la violencia interna y el boom petrolero de Venezuela movilizaron a muchos a probar suerte al oriente del Orinoco, la gran crisis financiera de 1999 despidió a cientos de miles a EE.UU. y España y en general, a cuentagotas, cada etapa del país obliga a jóvenes y familias a lamerse las heridas, cerrar los ojos y buscar lo que Colombia no les supo dar. Casi todos tenemos algún amigo o familiar al que la vida no le dejó otra.

La estadística global no computa los millones de desplazados internos que escapando de balazos lo perdieron todo y no hubieran dudado un momento en sumarse a la diáspora si hubiera existido la opción. Ni para tantos otros para los que partir es siempre una tentación que se les presenta como una gotera diaria, mientras sobrellevan la esforzada tarea de vivir bien en Colombia.

En nuestro país no es fácil conseguir una realización plena como individuo, ni construir un proyecto de vida con aspiraciones y sueños superiores a una alimentación básica. La regla es resignarse a no conquistar estándares de vida que muchos países ya lograron conseguir para casi toda su gente. Con estos niveles de violencia e informalidad poder proyectarse y tener un piso ambicioso acorde a las maravillas que el mundo de hoy ofrece es una suerte que le toca a muy pocos.

Esto no es un ataque a la emigración. El tránsito libre de personas entre fronteras es una bendición en muchos sentidos y la tracción que genera el intercambio cultural, las mezclas, inversiones e ideas es una maravilla. Pero hoy escribo para los que se fueron porque era eso o la nada. Porque dejar la patria siempre será empacar unas cosas pero dejar enterrado el corazón. Sobre todo hoy, cuando las redes sociales y todos los puentes tecnológicos producen esa magia virtual de que todo no está tan lejos. Pero sí lo está. En otras épocas, supongo, la nostalgia de casa debía ser un doloroso recuerdo que se iba diluyendo con los años en el cogote del alma. 

Pero con todo lo que cuesta, generaciones de los nuestros, tenaces y esforzados, han logrado tumbar la puerta de la xenofobia y los prejuicios en muchos países desarrollados y se abrieron paso en muchos campos, cortando maleza y haciéndoles un poco más fácil la llegada a los emigrantes más recientes. En España, Venezuela y México, donde residen un 45 por ciento de todos los emigrantes, es muy valorado en el campo laboral el empuje y espíritu de hormiga del colombiano. El mismo trabajador con el mismo nivel de educación es mucho más disciplinado y esforzado que el mexicano o español en cuestión. Acostumbrados a trabajar como nadie acá y conscientes de que fallar en otro país no es una opción, ese plus adicional lo reconocen en varios nichos en otros lugares. 

A ellos también agradecerles los más de 8.000 millones de dólares que envían (datos 2021) anualmente en remesas al país para los suyos. Un gran pedazo de su esfuerzo son divisas para el sector externo y tranquilidad para los que se quedaron. Desde la distancia siguen empujando y sumando. 

Para ellos mi saludo y ojalá logren alcanzar de la mejor manera su proyecto de vida parándose sobre sus propios pies, que enriquezcan la visión que tiene el mundo de nosotros y logren volver si así lo quieren. 

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