María Jimena Duzán
25 Junio 2022

María Jimena Duzán

Fin de la era Uribe

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Con la elección de Gustavo Petro como nuevo presidente de Colombia, se da fin a un periodo de la historia que nos marcó durante los últimos 20 años: la era Uribe. Eso significa que el domingo pasado no solo se derrotó al uribismo sino que se acabó con un orden, con una manera de pensar y de concebir los desafíos del país que duró vigente demasiado tiempo.

Eso es lo que debe entender Gustavo Petro, el nuevo presidente electo, cuando vaya a dialogar con Uribe. Que el expresidente representa el pasado y que es él, Petro, quien tiene las llaves para abrir las puertas de una nueva época que esperamos sea más democrática, más inclusiva y sobre todo menos tirana. 

A Uribe hay que reconocerle que le dio a la derecha un sex-appeal que no tenía. La llenó de lemas que manipulaban la emoción y que despertaron odios y miedos dormidos. Su narrativa cautivó y fue la base para que se asentara el gobierno de las mayorías, que pregonaba el Estado de opinión. En lugar de la “amenaza comunista”, que ya no daba miedo, se inventó una más real: “La amenaza castrochavista”, una fábula que la derecha internacional ha utilizado desde Chile hasta Estados Unidos. Para maquillar sus debilidades, decretó que en Colombia no había un conflicto sino una guerra que las Farc le habían declarado a un Estado impoluto y respetuoso de las instituciones y de los derechos humanos. Es decir, Uribe nos impuso la mentira de que en Colombia la guerra fue solo con las Farc, que los narcos paramilitares son un invento, que estos no se aliaron con el Ejército, ni fueron financiados por empresarios. Si no fuera porque corrió tanta sangre, su negacionismo daría hasta risa por lo ramplón. Cuando se supo que ese Estado que tanto defendía había permitido los falsos positivos, es decir, el asesinato de miles de civiles a manos del Ejército, salió a poner en tela de juicio la idoneidad moral de los civiles asesinados antes que condenar tan atroz práctica. Así fue su derecha, llena de mentiras, de falsas verdades, de estigmatizaciones.

Bajo el uribismo, la política se volvió un medio para lograr solo un fin: el aniquilamiento de las Farc y la guerra, en todas sus acepciones, copó todas las consignas. Nos volvimos una sociedad en la que hasta los ciudadanos tenían que ser informantes y en la que se impuso la doctrina del enemigo interno como fórmula para señalar al diferente y acabarlo moralmente o físicamente.

Su clave de éxito fue que convenció a Colombia de que él era la persona indicada para salvarla de las fauces de las Farc. El establecimiento, al verse asediado, le perdonó todos sus exabruptos y pasadas de raya. Pudo revivir la reelección a punta de marrullas corruptas sin que le dijeran que estaba afectando las instituciones y le declaró la guerra a la CSJ porque se le metió al rancho y capturó a su primo querido, Mario Uribe, por parapolítica. En revancha fraguó un montaje en contra del magistrado Iván Velázquez que no cuajó. Este episodio marcaría el comienzo de una estrategia por parte del uribismo de cooptar la justicia y que hoy lo tiene enfrentando un complicado proceso por manipulación de testigos.   

Su declive comenzó el día en que el expresidente Juan Manuel Santos firmó el acuerdo con las Farc y esa guerrilla se desmovilizó. Ese día Uribe se empezó a quedar sin discurso. A pesar de que ganó el No en el plebiscito y de que luego impuso a su pupilo Iván Duque en la presidencia, su discurso se fue desvaneciendo hasta que terminó esfumándose el domingo pasado con el triunfo de Gustavo Petro. 

Uribe no aniquiló a las Farc, pero sí las arrinconó y eso sirvió para que Juan Manuel Santos hubiese podido abrir años más tarde, un proceso de paz que terminó en un acuerdo firmado en 2016. Sin embargo, Uribe no va a pasar a la historia como el gran colombiano, sino como el expresidente que se opuso al acuerdo de paz y que no entendió ni su importancia ni su valía. Que le apostó a que fracasara para seguir reinando. Al negarse a aceptar que las Farc cumplieron con lo pactado, al negarse a aceptar que la JEP es una realidad que nadie quiere abolir y que lo que está haciendo en materia de verdad es inédito en el mundo, Uribe perdió sintonía con el país y su voz ya que no significa nada.

Con este Uribe derrotado se debería hablar, pero sin hacerle concesiones. Su liderazgo pudo significar en algún momento un cambio de paradigmas, pero hoy está anquilosado y no nos deja avanzar. 

Entregue la antorcha, doctor Uribe, que su tiempo ya pasó. El país cambio y usted no lo hizo. Entréguesela a Semana, a María Fernanda Cabal o a delfines como Miguel Uribe que mantienen su discurso negacionista y hacen el ridículo. Mientras tanto, el país que ganó las elecciones va a recuperar la política para la paz, quitándosela a la guerra.

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