Jaime Honorio González
9 Septiembre 2022

Jaime Honorio González

Gente colombo británica

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No se había muerto Isabel y ya todos éramos tan británicos como el té de las cinco. Me incluyo, por supuesto, yo que no hablo ni pizca de inglés, que jamás he ido a Londres, que ya casi no veo la Premier League, que sé de los Windsor lo que me enseñó The Crown, y de Escocia, lo que vi en Corazón Valiente.

Muy pronto comenzamos a escarbar en nuestros antepasados buscando alguna conexión con esa casa real, un árbol genealógico que lo evidenciara, un parecido físico que lo demostrara, un viejo retrato en algún álbum perdido de los abuelos, una selfie en una escala en Heathrow, aunque sea una fotico frente a Buckingham, o adentro del palacio si se logró entrar, algo, alguna cosa que muestre que con The Royal Family ha existido una tan antigua como discreta relación, aunque ahora, producto del ineludible desenlace, era apenas justo publicar.

Con tristeza, debo confesarlo: no encontré nada.

Así que aquí estoy frente a la pantalla, queriendo escribir en el idioma de Shakespeare y terminar haciéndolo en el de Chespirito. No doy para más.

Escribir, por ejemplo, que Isabel II visitó 117 países de los 197 que hay. Es decir, casi el 70 por ciento de las naciones del mundo, siempre estrechando lazos, siempre llevando mensajes de paz, siempre liderando alguna campaña caritativa. Claro que a Colombia nunca vino. Todo hay que decirlo.

Pasó cerca, eso sí; en los años sesenta fue a Brasil y –de paso– saludó a Pelé, y después unos diítas en Chile. En los setentas fue a México lindo y querido, y en los años ochenta, regresó. Eso, yo lo entiendo, el plan mariachi es el mejor del mundo.

Y aunque aquí damos por absolutamente cierta aquella melodiosa línea de “Nueva York capital del mundo y el viejo Cali, la sucursal”, juramos que our nation es el ombligo del mundo y algunos se creen de linaje normando, aquí no clasificamos en la apretada agenda real.

En cambio, ella fue a Tuvalu, y a Kenia, y a Jamaica, y a Nepal, pero aquí, a Colombia, aunque sea a Cartagena –de pasadita– no, por acá no estuvo. También es cierto que con esos precios de La Heroica… Acá, a esta tierra de nadie, bueno, de unos pocos, no vino. Sin embargo, la conocimos y la extrañamos más que, por ejemplo, los canadienses, a quienes visitó 25 veces. Cosas de la realeza que los súbditos no entendemos. Y que tampoco hay por qué explicar, diría la gente colombo británica.

Escribir, por ejemplo, que al menos envió a su marido. Fue en el sesenta y dos cuando el joven duque de Edimburgo pasó por la fría Bogotá, que lo recibió con un aguacero de aquellos, pero que el consorte soportó estoico durante todo el desfile y haciendo gala de la tradicional flema británica –esa sí, ni siquiera quienes han estudiado en colegios con orientación inglesa la han podido interiorizar– no pestañeó aun cuando la lluvia arreció durante la ofrenda militar a la estatua de Bolívar en la céntrica plaza de la capital, una típica tarde londinense, como lo escribieran los cronistas de la época. Sí, claro. Ya imagino el comentario de Mountbatten: ¡oh my god, same as London!

En todo caso, aquella vez Felipe –o debo decir, Philip– fue al Museo del Oro, la Catedral de Sal y el Anglo Colombiano, y antes de regresar a la isla leyó un mensaje de su esposa, la reina. Me parece que, en estos 70 años de su reinado, fue lo más cerca que estuvimos de ella.

Escribir, por ejemplo, que nos ha ido mejor con Carlos, a quien la gente colombo británica quiere un poquito menos. Lo digo porque casi no he visto mensajes de condolencias dirigidos a él. Y eso que hace poco –en 2014– estuvo por acá, una única vez, cuando nos visitó junto con la ahora reina consorte, cinco noches y cinco días, dos ciudades, parada en el British Council, un partido de rugby infantil (como cuando los rolos vamos al Caribe y nos ofrecen ajiaco), Chiribiquete, La Macarena, Cartagena y ya. No more, ¡please!

Deberíamos aprovechar esos recientes recuerdos, ahora que –después de 73 años de preparación– comienza el reinado de Carlos III, después de Carlos I, que estuvo 24 años sentado en el trono hasta que lo decapitaron en el siglo XVII. Triste final.

Y de Carlos II, soberano por cinco lustros, hijo del decapitado, quien debió esperar a que el verdugo Cromwell muriese para retomar la monarquía, famoso por reconocer 14 hijos extramatrimoniales, justo la progenie de donde desciende Lady Di, la mamá de William, el ahora primer heredero al trono, quien podría terminar convertido en Carlos IV. Lo sé, me estoy adelantando, pero siento que esto de la realeza es lo mío. Aunque no se me da, siempre lo he sabido.

Eso sí, espero que el rey recuerde con simpatía la amorosa anécdota que el expresidente Santos contó sobre la disputa por una novia colombiana que se fue con el príncipe en detrimento del nobel. Seguro todos entendieron la noble decisión de la hermosa caleña que –en esos felices y lejanos años– apostó por el ahora Su Majestad Carlos III, rey del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, jefe de la Mancomunidad de Naciones y defensor de la fe, él sí educado en un colegio británico.

Los colombianos deberíamos tener un profundo respeto por la figura del rey. Dios lo salve.

Qué extraño. Siento como si estas últimas 15 palabras no fueran mías. Vaya uno a saber.

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