Gabriel Silva Luján
13 Febrero 2022

Gabriel Silva Luján

Hacia el despeñadero

"Ante la gravedad de la situación de seguridad, no deja de ser risible que el ministro Molano busque eludir su responsabilidad echándole la culpa a los rusos, a Maduro, a Irán, a Hezbollah".

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No hay que decir mucho para demostrar que la situación de seguridad ha sufrido un deterioro constante desde la llegada de Iván Duque. No hay día sin policías y soldados asesinados; no hay día sin un acto terrorista; no hay día en que no mueran ciudadanos víctimas de la criminalidad en las calles. Poco a poco, la franca mejoría en el orden público —que heredó este gobierno— se ha ido reversando. Es tan protuberante la erosión en la tranquilidad pública que la inseguridad se ha convertido otra vez en una de las principales preocupaciones de los colombianos. No deja de ser paradójico que sea precisamente este gobierno —hijo de la “seguridad democrática”— el que presida sobre el colapso que hoy se observa.

Ante la gravedad de la situación no deja de ser risible que el ministro Molano busque eludir su responsabilidad echándole la culpa a los rusos, a Maduro, a Irán, a Hezbollah... La realidad es que lo que está ocurriendo es el resultado de una serie de errores que se han ido acumulando hasta el punto de que la ecuación entre el Estado y la criminalidad se está inclinando peligrosamente en favor de las organizaciones delincuenciales.

La ofensiva contra los acuerdos de paz; los intentos por deslegitimar sus aspectos fundamentales como la JEP y la Comisión de la Verdad; la desprotección de los excombatientes de las Farc; la indolencia para implementar las normas complementarias; la debilidad del programa de sustitución de cultivos, todo eso llevó a que el “dividendo de la paz” se desvaneciera a los pocos meses del inicio del actual gobierno. Esa tranquilidad que significó la desmovilización de una guerrilla de alcance nacional, prácticamente un ejército, se degradó en la medida en que los excombatientes fueron perdiendo la fe en que se cumpliría lo pactado.

Ese proceder sirvió de argumento para que aquellos “farianos” que entraron a regañadientes a los diálogos encontraran una salida hacia la retoma de las armas, y de paso se llevaron consigo a muchos excombatientes que sufrieron las amenazas, los asesinatos de compañeros y los incumplimientos del gobierno. En la foto de la creación de las “disidencias” hacen falta varios de los fundadores culposos.

En la misma dirección, la política internacional de Duque ha sido un factor catalítico del colapso de la situación de la seguridad. Es de Perogrullo —en materia de relaciones exteriores— que no hay ataque sin contraataque. La ingenua idea de que a punta del cerco diplomático y conciertos en la frontera se lograría que Maduro cayera o que el régimen se comportara más constructivamente fue un fracaso y, de hecho, produjo el efecto contrario. La complicidad del chavismo con las guerrillas colombianas y con las organizaciones criminales del narcotráfico, algo inexcusable, se volvió una reacción justificada por la lectura en Caracas de que Duque haría lo imposible por remover al dictador venezolano.

El proceso de colonización ideológica y politización de las fuerzas armadas por cuenta del uribismo ha tenido un impacto severo en el espíritu de cuerpo y en la unidad de mando. No son pocos los oficiales que acatan pero no obedecen por estar inmersos en rencillas políticas. En vez de estar preocupados por el colapso de la seguridad muchos andan por ahí, en tono conspirativo, rumiando qué les va a pasar si llega Petro.

Finalmente, la ausencia del presidente liderando el desempeño de las fuerzas, haciendo corte de cuentas, revisando el manejo operacional en el terreno y trabajando para que los militares y los policías no actúen como fuerza de ocupación, ha facilitado que florezcan las prácticas que llevaron a los falsos positivos y a que se ahondara aún más la brecha con las comunidades. Las denuncias de la investigación de Cambio-Noticias Uno, sobre alianzas de sectores del Ejército con grupos criminales, son alarmantes. Indican que estamos, otra vez, caminando hacia el despeñadero.

Dictum. Cuando la casa se está incendiando, el bombero se va de fiesta.
 

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