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Escribo esto en un día triste, muy triste. Gris, frío y lluvioso. Hoy cumpliría 90 años de edad mi padre, que se murió hace 21, un jueves parecido, gris, frío y lluvioso. Por eso ya no me gustan los días así, que son las típicas fechas de las que me enamoré de mi ciudad cuando —a toda prisa— caminaba detrás de mi papá en el centro de Bogotá, un centro gris, frío y lluvioso.

Yo tendría seis años, así que los recuerdos son apenas flashes en blanco y negro. Bueno, también es cierto que nadie recuerda a color. Piense en algún momento feliz en la playa, cierre los ojos y no verá ni el mar ni el cielo azul. Todo será una extensa gama de grises, justo como está mi ventana en este momento, cuando la tarde se va metiendo en la oscuridad.

Volvamos al recuerdo. Estoy frente a un televisor gigante de cuatro patas, en el cuarto de mis papás. Es un Sylvania de tubos, lo recuerdo perfecto porque estuvo con nosotros como televisor titular en la familia unos años más hasta que lo desplazó el Hitachi rojo giratorio, que llegó a casa antecitos del mundial de fútbol en Argentina, en 1978.

En el recuerdo que evoco, jugaba Colombia contra Perú, era la final de la Copa América. La habitación estaba a reventar, mi mamá y otros más sobre la cama, varios sentados en un sofá lateral, algunos más de pie amontonados al otro costado, y mi papá, contra la pared del fondo, todo el partido de pie, todo el partido. Y yo sentado solo, al frente, completamente solo en esa habitación repleta. De cuando en vez alzaba mi cabeza y me giraba para verles la cara de angustia, los gritos de desespero, las manos en los rostros, las uñas mordidas. Y él, quieto, con los brazos cruzados, adusto hasta en sus posiciones corporales. Me encantaba jugar a tratar de pillarle algún movimiento. Y aunque casi siempre perdí, yo crecí y viví perdidamente enamorado de él.

En fin. Tiempo después supe que habíamos perdido uno a cero, con gol de Hugo ‘el Cholo’ Sotil, por aquellos años la figura del Barcelona F.C. y quien había llegado a Caracas desde Madrid, ignorando la prohibición que tenía de su equipo de viajar al partido. Claro que no fue el único. La otra estrella inca, Teófilo Cubillas, hizo lo mismo, pues se montó en un avión que lo llevó de Lisboa a la capital venezolana, a pesar de la orden de su entrenador en el Porto quien expresamente le había dicho que no podría viajar. Pero, viajó y luego de un remate suyo que rebotó en un defensa colombiano, Sotil marcó. Y la Copa la ganó Perú.

En Bogotá hacía una noche gris, fría y lluviosa. Y, además, muy triste. Y fue justo por esa tremenda tristeza que los embargó a todos que yo comencé a interesarme en el fútbol, porque me parecía que era la mejor manera de expresar mi solidaridad con todas esas personas que habían estado esa noche en mi casa, especialmente, mi papá. Aunque, debo decirlo, muy pronto todos fueron olvidando la cruel derrota, todos excepto yo que la mascullé en silencio por meses y meses hasta que conocí a mi primer amor: Millonarios.

Desde entonces oigo, veo, como y sueño fútbol. Así que, desde mañana, veré el mundial completico, cada uno de los 64 partidos, aprovechando —entre otras cosas— que no tengo trabajo. Ni ganas de trabajar. Soy lo que los envidiosos denominan como un “mantenido”. Felizmente mantenido, agregaría yo. De todas formas, busco la palabra adecuada para definirme y creo que me ajusto más a este adjetivo con el cual algunos podrían calificarme, algunos que no tienen tiempo para perder como yo: “Que tiene poca disposición para hacer algo que requiere esfuerzo o constituye una obligación, especialmente trabajar”.

No tenía esta oportunidad única y feliz de disponer de todo mi tiempo para ver un mundial desde que era reportero en la revista Cromos y pedí vacaciones en junio de 1994 para disfrutarme tranquilo y sin afanes el mundial de Estados Unidos, incluso, después de la terrible eliminación.

Sí, lo de Catar es una vergüenza, los miles de obreros muertos, la dictadura del emir, su discriminación hacia las mujeres, la declarada homofobia, hasta la estupidez de prohibir la cerveza en los estadios, sí, un verdadero despropósito. Igual que los gritos de los torturados en la Escuela de Mecánica de la Armada, situada a unas cuadras del Monumental, donde Menotti y sus muchachos le ganaron a Holanda sin Cruyff, que se negó a ir a Buenos Aires en protesta por la dictadura de Videla y su cruel represión. La historia oscura de los mundiales es realmente tenebrosa.

Lo sé, además de haragán, tampoco soy muy consecuente. Me esperan días grises, fríos y lluviosos.

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