Rodrigo Lara
8 Diciembre 2022

Rodrigo Lara

A la China no llegan barcos cargados de comida colombiana

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La población mundial cuenta hoy con 8 billones de habitantes y en 2050 llegaremos a los 10 billones. Hoy cerca de 3,6 billones de habitantes hacen parte de la llamada clase media, y se estima que en 2030 esa categoría socioeconómica de la población alcanzará a los 5 billones de personas. De acuerdo con proyecciones de Naciones Unidas, la mayoría de esa franja de la población en términos absolutos va a estar situada en África, América Latina y en particular en Asía, un contraste significativo con lo que ocurría a principios de este siglo, cuando Europa y Estados Unidos concentraban a la mayoría de la clase media global.

Estos cambios socioeconómicos producen transformaciones muy profundas en los patrones de consumo de la gente, causando un alza de la demanda de alimentos y una mayor exigencia en la calidad de los productos ofrecidos. El caso de la República Popular de China es patente: desde su ingreso a la OMC en 2001, su dependencia alimentaria se ha venido agravando ostensiblemente. El crecimiento de su clase media ponderado con el tamaño de su población – 20 por ciento de los habitantes del mundo– ha venido ejerciendo una gran presión sobre el suministro global de productos agrícolas y alimentarios, dada su dependencia hacia las importaciones de soja, carne bovina y productos lácteos y de manera creciente hacia las importaciones de cereales.

Según datos del informe Déméter 2019, la carencia de tierras arables -China solo cuenta con el 8 por ciento de la tierra cultivable del mundo- y la degradación de su superficie cultivable, así como las presiones hídricas, ha obligado a esa nación a volcarse hacia las importaciones masivas de alimentos. En esa estrategia, su prioridad ha sido la de garantizar el suministro de alimentos mediante acuerdos comerciales a largo plazo y acelerar la adquisición de tierras en el exterior. De igual modo, los actores tradicionales en el comercio de alimentos, hasta hace poco empresas europeas, norteamericanas y japonesas, han presenciado el surgimiento de traders de commodities chinos y brasileños, los cuales han crecido exponencialmente gracias al comercio alimentario con China.

Lo cierto es que Colombia potencialmente podría beneficiarse bastante de la demanda de alimentos asiática. Somos uno de los siete países del planeta que cuenta con la posibilidad de extender su frontera agrícola, en un mundo en donde la carestía del agua y la falta de tierras arables aumentan la presión sobre la demanda agrícola. Según el antes citado informe Déméter, se proyecta que la extensión de la superficie agrícola en el mundo crezca apenas en 4 por ciento de aquí a 2050. Incluso, en los últimos 50 años, el 80 por ciento del aumento de la producción agrícola mundial se debe exclusivamente al alza de los rendimientos de las tierras cultivadas.

Colombia cuenta con 114 millones de hectáreas de las cuales 26,5 millones tienen vocación productiva, lo que equivale al 23,3 por ciento del suelo nacional (UPRA, 2021). La Unidad de Planificación Rural Agropecuaria, en el año 2014, estableció que el problema del suelo en Colombia es que de los 22 millones de hectáreas (19,3 por ciento) con vocación para actividades agrícolas solo se utiliza 5,3 millones, esto sin mencionar la ineficiencia tecnológica y la baja productividad de la agricultura nacional. En lo que concierne a los 48 millones de hectáreas (42 por ciento) con vocación para las plantaciones forestales, solo 0,4 millones tienen fines comerciales.

Colombia es un país de intensas actividades agrícolas con un sector agrícola débil. Brasil en los años setenta, al igual que la Colombia de hoy, contaba con una agricultura del tercer mundo, concentrada en café, azúcar, algodón y banano e importaba su comida, a saber, los cereales y la soja usada para alimentar animales. En 40 años, en buena parte gracias al comercio con China, ese país se convirtió en el primer exportador de soja del mundo y en la tercera agricultura global. Si tomamos ejemplo de lo que ha hecho Brasil y con la oportunidad de concretar una reforma agraria inteligente, que ponga fin a nuestra anacrónica estructura de la tenencia de la tierra, podríamos posicionarnos como un gran agroexportador de comida y de paso, lograr la tan anhelada paz social en el campo.

 

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