Sebastián Nohra
20 Marzo 2022

Sebastián Nohra

La decadencia de la derecha

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Las personas que se identifican con el conservadurismo, el liberalismo clásico o que se oponen a los distintos proyectos socialdemócratas que se vienen fortaleciendo en el país, deberían estar más preocupadas por la mala pinta que tiene la divulgación de sus ideas en el largo plazo que por los resultados de las últimas elecciones. Una buena parte de lo que llamamos “derecha” viene hace años en una franca decadencia intelectual y política, retrocediendo en las arenas más importantes donde se discuten y transmiten ideas (los medios, la academia y el Congreso). 

El deterioro de la calidad de sus voceros es notable y su divorcio con gran parte de la juventud es total. En el panorama no parece que haya mentes frescas e interesantes que puedan convencer masivamente a quienes están definiendo su formación política. Para muchos Gabriel Santos representaba eso, pero el desplome de su partido en Bogotá lo castigó. 

Al Centro Democrático se le va agotando el poder de la inercia del fenómeno uribista y se encalló en los mismos mensajes con las mismas formas, sin advertir que en todo el país irrumpe a gritos una Colombia muy distinta a la que gobernó Uribe. Su postura “anticomunista” la volvieron ley de vida y cada vez menos personas les compran el papel de salvadores del capitalismo. Taladran sin descanso lo del miedo a la izquierda olvidándose de la buena divulgación, de captar gente inquieta y brillante que movilice con su palabra. Se quedaron sin promesas. Sin elementos para ilusionar. Hoy son un partido triste y con una bancada (2022-2026) intelectualmente liviana. Lo mismo le ocurre al Partido Conservador. 

Lo primero que se debe hacer para solucionar un problema es diagnosticarlo bien. Por la poca autocrítica y la vehemencia con que insisten con debates que deberían estar en otro nivel de prioridad, no creo que “la derecha” sea consciente de su decadencia. Seguir con la bandera de reformar la JEP y de reclamar la victoria de un plebiscito del que con razón se sintieron estafados es un enorme error estratégico. En todas las encuestas el tema de cumplir o no los acuerdos de paz no aparece dentro de las cinco prioridades de los colombianos. Saber cómo y cuándo dar las batallas hace parte del manual del buen político. No han sabido hacer ese duelo. 

Hoy hay muchísimas personas que se sienten huérfanas, sin líderes que defiendan sus ideas como corresponde. Del otro lado, la izquierda más dura les está dando lecciones de cómo se insiste y se pelea cada centímetro del corazón de la gente. En redes sociales, en el periodismo y en la política tienen un ejército de personas nuevas que saben conquistar y entendieron el arte de la divulgación. Cuentan con activismo espontáneo que cree en la causa pero también tienen organización y disciplina. Lograron correr el eje del debate que hoy pasa por la economía. El tema Farc hoy es marginal. 

Por el lado de gremios y actores importantes del sector privado que se identifican con “la derecha”, invierten mucho tiempo y energía en hermanarse con los gobiernos para capturar mercados a través de privilegios, y poco en meter los pies en el barro para tener un rol destacado en la batalla de las ideas. Están ausentes. Hay pocos think tanks serios y poco músculo en la sociedad civil que esté en la tarea. Es perfectamente compatible separar la defensa del interés empresarial particular e involucrarse en las discusiones sensibles del país. Financiar candidatos tiene que ver más con lo primero. 

Tendrá que venir necesariamente un proceso de depuración y renovación de líderes, mensajes y puesta en escena. La pregunta es cuándo va a comenzar y cuánto puede tardar. En esa búsqueda perder el poder puede ser positivo, pues será el momento de asumir responsabilidades y de estrellarse con la realidad. La caída del uribismo abre una oportunidad para que pierdan el monopolio de representar a “la derecha” y llegue una nueva brisa descontaminada de la imagen que arrastra ese espacio. Puede ser el momento de una nueva derecha, con otros intérpretes, menos clientelista y que defienda de verdad las libertades económicas y el individualismo político.  


 

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