Jorge Enrique Abello
14 Marzo 2022 07:03 pm

Jorge Enrique Abello

La deuda histórica del centro

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Es 1994, en mayo, el Apartheid, la terrible segregación que desde las colonias avanzó por siglos sobre el pueblo negro de Sudáfrica había terminado. Madiba después de 28 años de prisión juntó a millones de hombres y mujeres para terminar una de las injusticias más grandes de que ha sido testigo la historia y así unir su pueblo, asumiendo la presidencia de la república por voto popular. En el primer día de gobierno de esa epopeya del pueblo, lo primero que hizo fue pedirles a los funcionarios de la antigua administración, que presurosos empacaban sus efectos personales, qué se quedaran para trabajar juntos. Permitió que algunos miembros de la policía secreta que tanto lo persiguió y torturó, fueran parte del anillo de seguridad que lo protegía. Impidió cualquier tipo de persecución a sus detractores, incluso a aquellos que apretaron el nudo de la mordaza que quería callarlo por siempre. Nelson Mandela tenía claro que la exclusión no se vence con exclusión, que la libertad de conciencia se revela a través de la conciencia de ese otro con que no coincidimos, que la paridad social no depende de la religión o del color de nuestra piel o la cantidad de billetes que tengas en el bolsillo sino de lo esencial: somos iguales porque vamos a amar, porque nos vamos a romper amando, porque todos tendremos en un momento de la vida y en otro no, porque fracasaremos y triunfaremos, y en la oscuridad de la noche lloraremos el paraíso perdido, porque nos enfermaremos y veremos morir y nacer, y moriremos cada semana sin entender por qué estamos aquí, hasta un día desaparecer y ser olvidados por quienes tanto nos amaron. Esa comunión que nos hace seres humanos, que no es más que una representación de lo divino, merece que seamos tratados como Mandela lo pidió para todos los ciudadanos de su país: con equidad.

Poco tiempo antes de ser sacrificado por un francotirador en Memphis, el 4 de abril, durante los terribles días de 1968, el reverendo Martin Luther King, que ya desde antes buscaba a los sicarios que acabarían con su vida entre la multitud de sus manifestaciones, convocaba al hombre blanco, al rico, al pobre, al indolente y al equivocado, a que se unieran a la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos de América, porque sabía que cuando se vulnera el derecho fundamental de un solo ser humano en una sociedad, se está violando la libertad de todos los ciudadanos que dan vida a un país, los pone en peligro, porque abre la posibilidad de que si hoy fueron por ti mañana vendrán por mí, como bien lo develó Brecht, a propósito del nazismo naciente en la Alemania posterior a la Gran Guerra. El reverendo King quiso unir a toda la nación en torno al principio fundamental de la vida, incluso a los que lo odiaban, porque sabía, al igual que Mandela, que los grandes cambios sociales los hace realidad un tejido social plural, diferente pero fuerte y coherente en los lazos que lo entraman. Eso es la civilización, eso es liberarse de los extremos y perder el miedo, eso significa abandonar los radicalismos y la negación del otro para que yo exista y esa es la gran deuda que hoy nos deja la Coalición de Centro Esperanza que fue incapaz de unir a un país agotado de la guerra, de la intolerancia, del racismo, del clasismo, de la corrupción y de la inequidad para hacer de Colombia un lugar donde todos quepamos sin miedo y zozobra. Nos dejan estos comicios que acaban de pasar una deuda histórica, enorme para aquellos que soñamos un mejor destino por fuera de los extremos para este país contrariado y que nos alcanzamos a ilusionar con un Centro que fuera capaz de dialogar en medio de la tormenta, pero no fue así, fueron la tormenta en sí misma.

Este lunes amanecemos con que los grandes investigados por corrupción en el Senado de la República obtuvieron su curul, con un país polarizado nuevamente entre la izquierda y la derecha, una clase política atomizada por sus intereses personales y un centro que fue incapaz de construir un diálogo entre ellos y que supo a bien perder la oportunidad de cambiar el país que se le fue de entre las manos.

 

Posdata: la imagen de Francia Márquez arengando a que la dignidad se vuelva costumbre, fue una bella luz en la noche de ayer. Ella sola es una reflexión que todos en este país debemos hacer.

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