Jorge Enrique Abello
29 Agosto 2022 04:08 pm

Jorge Enrique Abello

La mano izquierda y la mano derecha

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Su tragedia comenzó al año y medio de vida; quedó ciega y sorda, perdiendo comunicación con el mundo exterior. Vivió acumulando su existencia como una roca prehistórica hasta los 15 años, cuando una maestra del instituto para ciegos de Perkins fue enviada a Alabama para intentar rescatar al ser humano que se había perdido en su propio espacio interior. La maestra se llamaba Anne Sullivan, era una mujer joven y terca que a punta de perseverancia logró enseñarle a Hellen un abecedario escrito en las palmas de su humano para así rescatar esa alma náufraga; conectándola con el mundo exterior, del cual sabía muy poco o nada.

Aprender un abecedario fue el punto de partida para conocer el exterior de su existencia y para que el planeta la conociera como Hellen Keller; una de las escritoras más importantes de la primera mitad del siglo XX en los Estados Unidos. Ciega y sorda, Hellen escribió uno de los libros que más amo: El mundo en el que vivo, en él describe la existencia a través de sus manos: su perro, el jardín de la casa, el rostro de la gente, la madera de la mesa y así poco a poco el alma de todas las cosas que la rodeaban y por supuesto esta vida que al nacer se le había presentado tan cruel, encerrándola en una cárcel que era ella misma.

Los escritos de Hellen hablan del amor y la belleza de la naturaleza, como pocos seres humanos, con todos los sentidos, lo pueden hacer. Nunca conoció el sonido y la forma de las cosas, pero su imaginación que no tenía venda alguna le permitió ver la luz; logró graduarse de la universidad con honores, enamorarse, ser miembro del partido socialista, participó en 1918 en la creación de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles. Fue pacifista y luchó en contra del racismo, en una época en que su activismo era visto como un crimen por la mayoría de la sociedad norteamericana. “Acabo de tener a mi perro en las manos. Estaba revolcándose en el césped, con un gozo infinito en cada músculo y cada miembro. Quise tener una imagen completa de él, y entonces lo toqué tan levemente como si palpara telarañas; pero su cuerpo regordete giró sobre sí mismo, se puso tieso y al pararse sobre sus patas traseras se endureció más todavía. Su lengua lamió mi mano y apretó su cuerpo contra el mío como si quisiera hacerse un ovillo. Demostraba su júbilo a través del rabo, las patas y la lengua. Si hubiese tenido la facultad de hablar estoy segura de que habría dicho, como yo, que el paraíso solo se alcanza por medio del tacto; ya que el amor y la inteligencia residen en él. Así escribía ella, la forma de su mano era el fondo de su alma.

La forma de las cosas que hacemos en la vida contiene el fondo de lo que somos; y a veces de lo que no somos también; dos posibilidades que nos arrojan hacia la coherencia de nuestra existencia o al sufrimiento de ella. Lo cierto es que fondo y forma están unidos intrínsecamente tanto en el universo como en la naturaleza humana; una bella prueba de eso es Hellen Keller.

Sin embargo, el camino de la vida está compuesto de enormes contradicciones, que al intentar armonizarlas producen en el mejor de los casos: conocimiento y en el peor caos. Hellen, por ejemplo, se opuso a que los Estados Unidos entrara a la Primera Guerra Mundial, pero en cambio apoyó la revolución bolchevique, cuyo saldo a lo largo del tiempo sumó más de cuarenta millones de rusos sacrificados hasta después de la Segunda Guerra Mundial y un dictador tan tenebroso como Stalin; y esto, léase bien, en nombre de la paz y la igualdad.

¿Pero a qué viene toda esta historia de Hellen Keller y este asunto del fondo y la forma? Se preguntarán ustedes. Pues bien, ayer vi una noticia que me sorprendió. El canal Caracol publicó un informe en el que se hacía evidente que la Misión Permanente de Colombia en la OEA, había sido notificada desde el alto gobierno de no asistir a una sesión extraordinaria para condenar la dictadura en Nicaragua, dictadura que al día de hoy es comparable con la de Anastasio Somoza derrocado por la Revolución Sandinista de la cual el actual mandatario Daniel Ortega ya con 15 en el poder, fue uno de sus protagonistas. Torturas, reprensión social, todos los candidatos de la oposición encarcelados, medios de comunicación silenciados, muerte y hasta el obispo cercado por las fuerzas militares. Triste revolución. 

Las razones del alto gobierno para no condenar esta monstruosidad aún son desconocidas para la opinión pública; pero mientras nos enteramos de por qué Colombia no fue parte del frente unido contra el totalitarismo en Centroamérica, el vacío de fondo que surge sobre la forma de las determinaciones que ha planteado el nuevo gobierno en Colombia es muy grande. Noticias como no bombardear más las montañas de Colombia mientras haya menores en la guerra y entender que son víctimas y no soldados; confrontar la banca para producir más riqueza en la sociedad que para sus propios dividendos; buscar una nueva forma de entender los modelos de producción para incluir a los más desfavorecidos; atacar la corrupción de las instituciones y replantear la lucha contra las drogas, se cae de su peso si no somos capaces de tener una posición coherente frente al mundo que nos rodea.

Estoy seguro de que en el camino de una paz total como la que merece este país; es necesario sentar a la mesa a todos los protagonistas del conflicto social, unos serán interlocutores válidos y otros no; pero al final del día, todos tendrán que llegar a un acuerdo, para dejar de caminar por este sendero de sombras y muerte; de tal manera que Colombia sea un lugar distinto al que hemos conocido en los últimos cien años, revolcado en surcos de dolores, como reza nuestro himno. Mientras tanto coherencia, es decir que el fondo y la forma intenten ser la misma cosa.

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