Daniel Schwartz
19 Abril 2022

Daniel Schwartz

La pasión de Gustavo Petro

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En 2018, Gustavo Petro era vehemente y lapidario, era el nuevo libertador del pueblo de Colombia que prometía sacarnos de la opresión y llevarnos a donde abundan la miel y las manzanas. Muchos recordarán el tuit que publicó en mayo de 2018, acompañado con una foto de uno de sus eventos públicos: “Y había un pueblo que decidió, escapar de la esclavitud de la desigualdad y la violencia de cinco siglos y huyó del faraón hacia la libertad y quedó entre el mar y el gran faraón que venía atrás cortando cabezas y decidió partir las aguas. Eran las aguas de la historia”. Así, con la coma mal puesta que ya es costumbre en sus tuits, como Moisés a los hebreos, Petro nos iba a liberar de la esclavitud.
 
Un mes después, aquellos que tanto criticaron el mesianismo del candidato de izquierda (curioso, pues Moisés nunca fue un mesías), aceptaron sin chistar la comparación con el protagonista del Éxodo: en un evento público, Mockus (otro con ínfulas de grandeza) y Claudia López, más para llamar la atención que para corroborar su adhesión a la campaña de Petro, le hicieron firmar 12 mandamientos escritos en dos tablas de mármol, igualitas a las que entregó Dios a Moisés en el Sinaí. Como Moisés, Petro regresó del encuentro divino y para su infortunio, encontró a su pueblo adorando a un becerro de oro.
 
El Petro de hoy es distinto. Ya no es el libertador apasionado que le canta las tablas al faraón opresor y golpea el suelo con su bastón en señal de intransigencia para pedir que libere a su pueblo. Por el contrario, la imagen de Petro está hoy asociada al nuevo testamento; ya no es la figura castigadora y orgullosa del primer libro, ahora es un hombre amoroso, comprensivo y caritativo. De ser Moisés, pasó a ser Cristo. Con la omnipresencia divina que permiten las respuestas automáticas en redes sociales, Petro le dice, a cualquiera que le escriba (ya sea un mensaje de apoyo o una crítica), que lo quiere mucho. Su perfil de Instagram se volvió una especie de confesionario, el lugar para que los fieles entremos en contacto con él y recibamos su amor incondicional (y prefabricado).
 
Como el Dios de los cristianos, ahora Petro pone la otra mejilla en vez de castigar a los que nos oprimen; quizá con algo de condescendencia y algún rasgo pasivo-agresivo, el candidato del Pacto Histórico responde a los ataques con corazones y risas. En los debates, su actitud no ha sido la de casar peleas innecesarias, sino la de una aparente escucha, mirada al cielo en busca de paciencia y respuestas sobradas a los ataques de sus oponentes, que casi siempre buscan hacerle daño con golpes bajos mal fundamentados. 
 
Él, como Cristo, se ha vuelto el gran redentor de los pecadores. Para él, aquél que roba y hace daño no es una causa perdida, y tiene una oportunidad para enmendar y entrar al reino de los cielos, es decir, a su campaña. Todavía hay quienes confunden las polémicas adhesiones al Pacto Histórico como una estrategia electoral para atraer votos. ¿Cómo así? ¿No ven que el perdón es la muestra de amor más grande?
 
A propósito, en Semana Santa hablamos más del perdón de Petro que del perdón de Cristo. Muchos creyeron que lo del “perdón social” era una triquiñuela para desviar la atención de un encuentro oscuro. Creímos que era el final de Petro, pero no fue así. Quedó claro que no hubo en este episodio nada inmoral. También quedó claro que su hermano, su propio Judas, no tenía la intención de hacerle daño. 

Pero ojo, y ya hablando en serio, eso del perdón social ilustra muy bien el gran pecado de Petro. Ese perdón a quien cometió un error no lo puede dar un candidato que aún no ha ganado la Presidencia, así a muchos les cueste admitirlo. El perdón social (reconciliación social, quizá) no es algo que un solo hombre ofrece: eso solo lo pueden Dios, la Constitución, y la ciudadanía.
 
No estamos ante el viacrucis de Petro, pues no le tocó morir y resucitar. Salió indemne (poco a poco sabemos más sobre la campaña sucia que fraguaron algunos de sus opositores), pero que sea esta una oportunidad para aprender que no puede decir lo que quiera, que no puede sacar de la manga un monólogo improvisado y atribuírselo a un filósofo importante para justificar su error. Petro dio papaya, y la papaya no solo la da el ingenuo. También la da el sobrado, el que cree que nada malo le puede pasar.
 
No hubo resurrección, pues Petro no alcanzó a morir, pero deberá cuidarse porque está rozando la hibris*, está cerca de sobrepasar los límites de lo humano y está entrando al terreno de lo divino. Y como Ícaro, terminará quemándose.

*La hibris es un concepto griego que puede traducirse como ‘desmesura’ del orgullo y la arrogancia. No hace referencia a un impulso irracional y desequilibrado, sino a un intento de transgresión de los límites impuestos por los dioses a los hombres mortales y terrenales.

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